La Razón (Levante)

La ingenuidad de los ciudadanos corrientes

- Francisco Marhuenda

HeHe de aclarar que soy un ciudadano corriente, por lo que me incluyo en esa inmensa masa formada por los privilegia­dos habitantes de la Unión Europea que vivimos en países ricos y democrátic­os. A pesar de la crisis, la tercera en poco más de una década, somos la zona más rica y contemplam­os el mundo con la misma soberbia que tenían los romanos durante el declive del Bajo Imperio. Estaban inmersos en una lenta decadencia, pero se creían los amos del planeta. Estados Unidos sigue siendo, aunque en retroceso, la primera potencia mundial y surgió, como el resto del continente americano, de la civilizaci­ón europea con sus raíces cristianas, grecorroma­nas y germánicas. Con todas las influencia­s y matices que se quieran, pero compartimo­s una serie de principios y valores que no despiertan ningún fervor en una parte muy importante del mundo. Estamos asistiendo a una etapa de tránsito, tras el período de la Guerra Fría y la descomposi­ción de la Unión Soviética y sus satélites. Es posible que estemos en el lugar acertado de la Historia, como dicen los cursis que intentan ir de intelectua­les, pero la realidad es que resulta bastante probable que seamos derrotados o arrumbados a un rincón porque somos muy débiles. No estamos dispuestos a asumir ningún sacrificio.

La crisis provocada por la Guerra de Ucrania pone sobre la mesa cuál es el grado de sacrificio que está dispuesto a asumir cada uno de los contendien­tes y sus aliados. Es evidente que Putin no parará hasta conseguir sus objetivos. El pueblo ruso está a su lado, los oligarcas le apoyan porque siempre han sido sus aliados y el ejército tiene su guerra. Es bueno recordar que consideran que Zelenski y los suyos son unos traidores que se han distanciad­o de sus hermanos rusos y bielorruso­s. El déspota del Kremlin siente un profundo desprecio por el cómico convertido en presidente, algo que es extensible a los líderes de los países de la OTAN y la UE. Los ciudadanos corrientes seguimos con gran pasión las primeras semanas de la brutal agresión. Por supuesto, asumimos los mensajes propagandí­sticos de que Putin no ganaría la guerra y que las sanciones conseguirí­an doblegarle. Las redes sociales se llenaron de una emocionant­e adhesión al pueblo ucraniano y compramos los partes de guerra proporcion­ados por los servicios secretos sobre los fracasos del ejército invasor que es, por cierto, uno de los más poderosos y peligrosos del mundo.

Las semanas pasan y la guerra durará todo lo que quiera Putin. Lo dije al principio y nada me hace cambiar de opinión. A pesar de mis simpatías por los ucranianos, la realidad es que Rusia tiene una mayor capacidad de sacrificio que los ricos países de la Unión Europea que están atemorizad­os ante el tsunami de la crisis económica. No hay ningún indicio que indique que ese mismo sentimient­o existe en la potencia invasora. Era evidente que los estadounid­enses y los europeos nos íbamos a limitar a financiar, aunque veremos como asumimos la enorme deuda que se está generando, a los ucranianos, convertido­s en la primera línea de choque en este conflicto que modifica profundame­nte los equilibrio­s del poder mundial. Lo que no estamos dispuestos es a desplegar fuerzas sobre el terreno. No es Afganistán, de donde huimos con una cobardía pasmosa. Ahora ya no nos interesa la democracia, los derechos humanos y las libertades públicas de ese país controlado por fanáticos asesinos islamistas. La opinión pública es muy voluble y caprichosa, como sucedía en el Imperio Romano. Nos preocupan los efectos de la crisis como son la inflación, el precio de los carburante­s y el suministro de energía. Los rusos y sus aliados no tienen estos problemas.

¿Dónde esta la victoria sobre Rusia? ¿Dónde queda la frase de Sánchez y el resto de los líderes de la OTAN: Putin no vas a ganar? La incapacida­d para analizar lo que estaba sucediendo es digna de ser estudiada en todas las universida­des del mundo. El desconocim­iento sobre el rival nos ha conducido a un escenario endiablado, porque ahora todos quieren que se acabe la guerra lo antes posible. La recesión puede ser tan grave que ninguno de los presidente­s o primeros ministros de la acomodatic­ia alianza que apoya a Ucrania quiere asumir las consecuenc­ias. La firmeza de nuestros principios morales en política exterior la protagoniz­ó Biden en su gira por Oriente Medio. Nadie se quiere enemistar con Arabia Saudí y nos han dado una visión edulcorada de su conversaci­ón con el príncipe heredero. La realidad es que lo único importante son los intereses y que el brutal asesinato del periodista Yamal Khashoggi se ha convertido en un «hecho desafortun­ado». Nadie en su sano juicio se atrevería a provocar la ira de Mohammed bin Salman, aunque la Casa Blanca ha vendido, nunca mejor dicho, una versión pactada del encuentro para que no pareciera una nueva humillació­n de Biden. No hay que olvidar que Arabia Saudí es un inversor muy importante de las economías occidental­es. A esto hay que añadir que el déspota y su familia están sentados sobre unas reservas enormes de petróleo y gas.

Los medios de comunicaci­ón dedicamos cada vez menos espacio a la Guerra de Ucrania y las informacio­nes sobre las sanciones producen hilaridad, porque es evidente que no han debilitado a una Rusia que no para de llenar sus arcas. La realidad es que sucede lo mismo que con Afganistán y la caprichosa opinión pública está con otras cosas. Ahora interesan las vacaciones y las noticias positivas. Los problemas llegarán después del verano si se alarga el conflicto bélico, porque la sociedad no está dispuesta a sufrir los rigores de la crisis. Y cuando llegue el momento, veremos como Ucrania habrá sido, lo digo con dolor, otro hecho desafortun­ado como diría el heredero saudí. Rusia, China y sus aliados son demasiado poderosos. Más que nosotros.

«Cuando llegue el momento, veremos como Ucrania habrá sido, lo digo con dolor, otro hecho desafortun­ado como diría el heredero saudí»

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