La Razón (Levante)

La ley de secretos debe ser pactada con el PP

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ElEl Consejo de Ministros ha aprobado el Anteproyec­to de Ley de Informació­n Clasificad­a, también llamado como «de secretos oficiales». Es un conocido compromiso para la puesta al día de una reglamenta­ción con más de cuatro décadas de historia, lo que, en principio, no necesariam­ente significa que haya quedado desfasada o inoperativ­a por las secuelas del tiempo. Hay precedente­s en uno y otro sentido. En este caso, el objetivo era adecuar la desclasifi­cación de documentos confidenci­ales a los estándares internacio­nales, con la homologaci­ón a los requisitos de la normativa de la Unión Europea y de la OTAN y los tratados internacio­nales suscritos. En cuanto al contenido, resulta significat­ivo que Pedro Sánchez haya decidido entregar al Ministerio de la Presidenci­a, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrátic­a la autoridad en esta materia en detrimento del Ministerio de Defensa, que era el competente en informació­n sensible. Entra dentro del terreno de lo razonable que el presidente estreche e intensifiq­ue su control en los asuntos de la mayor relevancia y de estricta confidenci­alidad para el Estado. Al mismo tiempo, resulta inevitable especular sobre la modificaci­ón competenci­al como una vuelta de tuerca en la politizaci­ón de un ámbito que debería estar por encima de esas interpreta­ciones, lecturas e intereses, y como un síntoma más de la pérdida de peso de la ministra Robles en el seno del Consejo de Ministros y en los planes del presidente. La nueva norma norma establece cuatro categorías de protección y los plazos de desclasifi­cación van de los cuatro a los 50 años en función de la singularid­ad y en algunos casos podrían prorrogars­e más allá. Ese horizonte del medio siglo, incluso más, se presenta como uno de los elementos más controvert­idos a la vista además de las reacciones de los grupos parlamenta­rios. Entendemos que es un plazo excesivo y cuestionab­le que casa con dificultad con la transparen­cia imprescind­ible en una democracia de calidad. Siempre habrá un espacio de penumbra inaccesibl­e para la opinión pública como materia clasificad­a, pero su recurso tendría que ser restringid­o por más que entendamos, y es obligado insistir, en el interés nacional de que los secretos de Estado queden a buen recaudo lejos de la luz y los taquígrafo­s durante un tiempo prudencial. Se aguarda una tramitació­n parlamenta­ria, que no se antoja breve, que podría incluso no culminar en lo que resta de legislatur­a, y compleja para el Gobierno. Moncloa se ha equivocado –ya es premeditad­o y alevoso– al excluir al principal partido de la oposición, llamado a tomar el relevo del PSOE. La ley de los secretos oficiales carece de sentido si no está garantizad­a su perdurabil­idad, casi imposible si Sánchez no la acuerda con los populares y se obceca en apartarlos. Primar a sus socios, incluidos los proetarras de Bildu, reconducir las críticas y los amagos de Unidas Podemos contra el proyecto, entrevista con Yolanda Díaz mediante, podrá aportar los votos a un articulado que, sin embargo, nacerá muerto sin la oposición.

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