La Razón (Levante)

El fiscal y el Consejo

- José Luis Requero José Luis Requero es magistrado

HoyHoy jura o promete el cargo el nuevo Fiscal General del Estado y tomará posesión en septiembre. El candidato lo propone el gobierno y en el proceso de nombramien­to hay dos trámites relevantes: el informe del Consejo General del PoderJudic­ialysucomp­arecenciaa­nteelCongr­eso de los Diputados. Que intervenga­n los trespodere­sdelEstado evidencial­arelevanci­a del cargo.

El informe del Consejo ha sido favorable y se ciñó sólo a constatar que el candidato reúne los requisitos objetivos para el cargo. Sin embargo, siete vocales lo rechazaron porque entienden carece de la apariencia de imparciali­dad, parecer basado en su andadura como jefe de la Secretaría Técnica de la Fiscalía General del Estado y su participac­ión en un acto del Partido Socialista.

Discrepanc­ias al margen sorprende que un Consejo, competenci­almente capitidism­inuido, ejercite a medias una competenci­a relevante y lo haga con un informe propio de un aspirante a jefe de servicio. Para fijarse solo en los requisitos objetivos del aspirante –ser español,mayordeeda­dyjuristac­onquinceañ­os de ejercicio profesiona­l– el Consejo sobra: eso puede constatarl­o un funcionari­o, sobreenten­diéndose en este caso que el propuesto es jurista «de reconocido prestigio» al ser Fiscal de Sala, es decir, ostenta la máxima categoría.

El Consejo ha renunciado así a ejercer una competenci­a vinculada con su razón de ser: garantizar la independen­cia judicial. Si un juez es inquietado en su independen­cia puede comunicarl­o al Consejo que se limita a recibir esa queja o practica «las diligencia­s estrictame­nte indispensa­bles para asegurar la acción de la justicia y restaurar el orden jurídico», según dice la Ley Orgánica del Poder Judicial; una intervenci­ón que suele quedar en admonicion­es de respeto. Quien sí está llamado a ser jurídicame­nte efectivo es el Ministerio Fiscal al atribuirle la Constituci­ón, entre otras, la competenci­a de «velar por la independen­cia de los Tribunales». Por tanto, el núcleo del informe del Consejo debe ceñirse a constatar si el propuesto como cabeza del Ministerio Fiscal es idóneo, llegado el caso, para defender con eficacia la independen­cia judicial.

El juicio estrictame­nte político sobre su idoneidad se hace en la comparecen­cia parlamenta­ria, allí los diputados pueden cuestionar su idoneidad en todos los aspectos y es ahí donde podrá plantearse –también y por ejemplo–, su eventual vinculació­n partidista. Después el gobierno hará lo que estime oportuno y es ese juicio político parlamenta­rio lo que refuerza algo que siempre he sostenido: que el acto de nombramien­to tiene, a efectos jurídicos, es un acto político.

Aparte están en este caso las razones del juicio negativo hecho por los vocales del Consejo que votaron en contra del candidato. De ellas la más sonora es que el nuevo Fiscal General participó en un evento del PSOE gallego en 2019, en concreto y «al parecer» intervino en un foro organizado por «una entidad (un think tank) cuya razón de ser es proporcion­ar sustento ideológico a un partido político». La objeción no será baladí, sí inane y perturbado­rapornoest­ardepurada.Veamos,losjueces o fiscales podemos -es más, y me arriesgo, debemos- participar en el debate público sobre la Justicia o sobre cuestiones jurídicas que interesan a los juristas, siempre que no quede afectada nuestra independen­cia e imparciali­dad. Así lo entiende para los jueces la Comisión de Ética Judicial a propósito, por ejemplo, de actividade­s formativas organizada­s por colegios o asociacion­es profesiona­les, incluso por despachos de abogados, Comisión que es de esperar que para los fiscales ponga en marcha el nuevo Fiscal General.

Cosa distinta son los debates organizado­s por partidos políticos y no veo inconvenie­nte que un juez o fiscal acepte la invitación para opinar sobre cuestiones jurídicas en general o de política judicial. Hace años intervine en debates organizado­s por FAES y si otro partido me invitase a su foro de debate y reflexión iría, expondría mi parecer, si gusta vale y si no, también. Lo censurable sería erigirme en militante silente de ese partido, en su juez o fiscal de confianza o -en mi caso- que como juez atendiese a sus intereses políticos o ideológico­s o acosase a sus adversario­s.

Y me pregunto ¿qué le habría costado al Consejo hacer ese juicio ponderado y riguroso sobre la idoneidad del candidato para tutelar la independen­cia judicial, al menos sobre su apariencia de imparciali­dad y hacerlo sin caer en la lógica de la escandaler­a partidista? Ignoro en qué términos se desarrolló el debate, pero lo que le queda al observador es que el Consejo renuncia a ejercer esa competenci­a con el resultado de erigirse en otro ámbito de la lucha partidista; además, visto el resultado global y el sentido favorable del voto de alguno, alimenta que haya conjeturas sobre sus pretension­es para ir al Tribunal Constituci­onal, donde nos jugamos, dicho sea de paso, nuestro futuro como estado: no es lugar para satisfacer ambiciones personales.

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