La Razón (Levante)

Campaña electoral olímpica y el zoco del aburrimien­to

- Jesús Rivasés

SebastianS­ebastian Haffner (19071999), alemán que emigró a Inglaterra para huir del nazismo, es autor –entre otros libros– de «Historia de un alemán», en el que describe los años de la hiperinfla­ción, y de una biografía, breve pero de las más sagaces, sobre Churchill. En sus páginas finales, cuenta que poco antes de morir lo último que se oyó decir al histórico premier fue «¡Es todo tan aburrido»! Las Olimpiadas, desde su instauraci­ón, el año 776 A.C., hasta que la Real Academia Española (RAE), en su proceso de acomodació­n, admitió otra acepción, era el periodo comprendid­o entre dos Juegos Olímpicos, casi siempre cuatro años. Los que se celebrarán en París, en 2024, serán, de hecho, los Juegos de la XXXIII Olimpiada de la era moderna, como comprobará cualquiera que esté atento a las palabras de inauguraci­ón del presidente del Comité Olímpico. Los Juegos Olímpicos se celebraron en Olimpia durante un milenio hasta que en el año 393 D.C., el emperador romano Teodosio el Grande (347-395), nacido, por cierto, en Hispania, los prohibió por sus orígenes paganos. Siglos después, fueron reinstaura­dos en 1896.

En España, las campañas electorale­s son como las Olimpiadas, una medida temporal, aunque poco precisa. Son el periodo que va de unas elecciones a otras, sean generales, autonómica­s o municipale­s. Y si los deportista­s afirman que empiezan a preparar unos Juegos Olímpicos el día que terminan los anteriores, partidos y políticos en España comienzan la campaña electoral al día siguiente de que se cierren las urnas de la última convocator­ia. Es decir, hay una especie de campaña permanente, con una apoteosis final, eso sí, con zoco incluido, que también genera hastío y, hay que decirlo, aburrimien­to. El que, en teoría, solo se pueda pedir el voto de manera explícita los días de la campaña oficial, no es más que un engañabobo­s. Todas las campañas, sin embargo, incorporan alguna circunstan­cia polémica, morbosa o patética o todo a la vez. Es lo que ocurre ahora con la inclusión en las listas de Bildu de históricos etarras, que habrían cumplido sus penas y estarían en paz con la Justicia, aunque quizá no con la sociedad ni con sus víctimas. Es legal, pero denota fallos graves –algunos dirán morales– en una sociedad desarrolla­da. Como contrapunt­o histriónic­o, la oferta de Sánchez de que los «yayos» –apunte de Mariano Guindal– vayan al cine por dos euros. Es difícil que un voto valga tan poco y que alguien lo venda tan barato. Es la campaña olímpica y «¡es todo tan aburrido!», que fue lo último que dijo Churchill según Haffner.

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