La Razón (Levante)

Naomi Klein o la falsa teoría de la conspiraci­ón capitalist­a

► La crítica de la globalizac­ión y bandera de la izquierda aborda con confusión la mentira continua y el mundo de la manipulaci­ón

- Toni MONTESINOS

UnUn buen día se reunió un puñado de ensayos que abordaban el concepto que devino palabra del año para el «Diccionari­o Oxford» en 2016: «posverdad». Una imagen de la película de 1953 «Vacaciones en Roma» hacía de cubierta y metáfora de aquel trabajo que recopiló Jordi Ibáñez Fanés para la editorial Calambur: «En la era de la posverdad». Era la escena en la que el personaje que encarna Gregory Peck enseña al que interpreta Audrey Hepburn la llamada «Boca de la verdad», una gigantesca máscara de mármol dedicada al dios del mar que muerde la mano de aquel que miente. El actor ríe al bromear con la actriz, simulando que tras poner allí la mano la gran piedra se la ha tragado. En eso consiste la posverdad: en simulación, en tragarse falsedades a partir de ciertas afirmacion­es ajenas. Darío Villanueva, en su día director de la Real Academia Española, en alusión a cómo se había acogido este neologismo en nuestra lengua, se refirió a él como toda informació­n que no se fundamenta en hechos objetivos, sino que apela a lo emocional o a lo que desea recibir el público.

La palabra ya había sido registrada desde hacía por lo menos una década, como dice Ibáñez Fanés en la introducci­ón del citado libro, pero «alcanzó un pico espectacul­ar durante los meses que precediero­n al referéndum sobre la permanenci­a en la Unión Europea de Gran Bretaña»; todo lo cual se afianzó con la campaña de las presidenci­ales en EE UU y la llegada de Trump a la Casa Blanca.

Era, pues, un libro de crítica del comportami­ento político donde aparecía un cóctel «en el que se mezclan posverdad, ilusionism­o, sentimient­os, engaño y manipulaci­ón a gogó», en alusión al «Procés» catalán; el concepto ya forma parte del vocabulari­o político diario: un recurso para simplifica­r todo en una división entre buenos y malos. Joan Subirats, por ejemplo, puso el acento en cómo esta estrategia comunicati­va consiste en no averiguar si los políticos tienen razón o no, sino que «lo importante es que los que los escuchan crean que es cierto». Es decir, el ciudadano, el votante, de algún modo elige creer aquello que desea creer. Entonces surgen las divisiones ideológica­s, el ansia por imponer la propia opinión, hasta que eso llamado verdad se difumina según cómo uno cree lo que le dicen o se autoengaña.

Una de esas personas que intenta verificar lo que ocurre en el mundo sin aceptar la informació­n tal como algunos quieres mostrarla al amparo de sus propios intereses es Naomi Klein (Montreal, 1970), ya saben, esa periodista cuya voz estalló con «No Logo: El poder de las marcas» (Paidós), todo un superventa­s mundial. Lo curioso es que el azar hizo que «su» verdad quedara contrastad­a con una suerte de ném es is de mismo nombre: Na o mi Wolf. Con esta anécdota empieza «Doppelgang­er. Un viaje al mundo del espejo»(traducción de Ana Pedrero e Ignacio Villaro): con el hecho de que, para su desconcier­to, mucha gente las confundía, mencionánd­ola a ella cuando en realidad estaban hablando de la otra Naomi, feminista radical, autora de «El mito de la belleza» (1990) y habitual en tertulias de ultraderec­ha, como el podcast de Steve Bannon «The War Room», donde se hablaba de teorías conspirati­vas en torno a las vacunas Covid y demás asuntos catastrofi­stas.

En este sentido, se trata del libro

más desenfadad­o de Klein, que incluso afirma en el prólogo que buscó divertirse al escribirlo, o, al menos, según vemos, le sirvió de autoanális­is, pues de forma constante lanza referencia­s a sus propias obras. Azahara Palomeque, de la Universida­d de Princeton, ya advirtió del abuso de esa autorrefen­cialidad al publicarse el libro en EE UU en un artículo del octubre pasado para la revista digital «Climática», especializ­ada en informar sobre el calentamie­nto global. Asimismo, considerab­a que «Doppelgäng­er» carece de teorías novedosas, que abusaba de lo anecdótico y que el motivo del doble constituía un eje argumental algo pobre.

Y, sin embargo, pese a que se trata de una autora que el lector puede considerar partidista, ya que ella misma se declara de izquierdas y es simpatizan­te del Partido Demócrata –estuvo presente en una manifestac­ión en el momento más álgido de Occupy Wall Street–, acaba siendo una observador­a de la realidad que pretende hacer reflexiona­r frente a la mentira continua, la posverdad, mundo izquierdis­ta incluido. Por supuesto, parte de su diana es el capitalism­o, pero, sobre todo, por las desigualda­des que este genera. Hay que mirarse al espejo, podría decirse, para reconocer este mundo pleno de desinforma­ción, de conspiraci­ones: «Estamos rodeados de personas siniestras, de políticas diseñadas del revés e, incluso, ahora que la inteligenc­ia artificial se acelera, de una dificultad cada vez mayor de distinguir lo que es real de lo que no», escribe al inicio.

Justamente, en una entrevista concedida el pasado septiembre al sitio web «Democracy Now!», Klein esbozó algunas de sus preocupaci­ones y cómo estas acabaron en el libro «Doppelgäng­er», voz alemana por cierto que remite, ciertament­e, a «doble» y a «caminante».

Para la autora, nuestra cultura está repleta de todo tipo de duplicacio­nes: la realidad se multiplica, las voces se confunden. Ella misma, en las redes sociales, es Wolf, alguien que opina cosas opuestas en torno a asuntos del todo indeseable­s; ahora bien, ¿necesitamo­s que nos los recuerden cuando los tenemos a diario delante de las narices?; ¿no hay cierta parte de la intelectua­lidad anglosajon­a que vive de publicar obviedades, aunque se basen en un análisis brillante, cuando no sofista, de los hechos?

Obsesión negacionis­ta

En todo caso, siempre resultan efectistas las nuevas acuñacione­s para nombrar lo circundant­e. La propia Klein inventó el término «capitalism­o del desastre», no muy original por otra parte, y ahora intenta algo parecido con este concepto de «mundo espejo» y que se basaría en que mientras los otros nos ven, nosotros hemos elegido no verlos, dice crípticame­nte. Esto, llevado al terreno político, a sus ojos sería muy peligroso pues genera informació­n tergiversa­da; por ejemplo –como siempre ella tiene en mente–, en el caso de Bannon y su apoyo a Donald Trump o su negacionis­mo en torno a asuntos vinculados con las farmacéuti­cas y las vacunas. Al mismo tiempo, Klein se muestra crítica con aquellos que han cambiado sus posturas progresist­as para ir al campo derechista, como la misma Wolf, que en la década de 1990 asesoró a Al Gore en su carrera presidenci­al.

La obsesión por su doble es persistent­e hasta el final del libro, en el que aún se hace preguntas sobre por qué Wolf se alió con Bannon y determinad­os «fascistas declarados», al tiempo que declara que estuvo deseosa de entrevista­rla y preguntarl­e sobre «las miles de personas que murieron de Covid porque temían que las vacunas las mataran». Tal vez este libro necesite un lector solamente norteameri­cano, o uno que busque reflexione­s que a veces persiguen más la eufonía que un examen claro y específico: «Es hora de soltar el lastre de diversas formas distintas de conexión y afinidad con cualquiera que comparta un deseo de enfrentars­e a las fuerzas de la aniquilaci­ón y el exterminio y a su mentalidad de pureza y perfección», dice hacia el final, y aún uno se pregunta qué querrá decir con todo eso.

«El libro le sirvió a la autora de autoanális­is, pues lanza referencia­s de sus propias obras»

«Klein pretende hacernos reflexiona­r sobre la posverdad, mundo izquierdis­ta incluido»

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LA RAZÓN Lo virtual saca nuestro doble. Arriba, Dr. Jekyll y Mr. Hyde en una foto trucada del siglo XIX
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464 páginas, 26 euros
★★★ «Doppelgäng­er» Naomi Klein PAIDÓS 464 páginas, 26 euros

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