La epopeya de los desclasados
Pío Baroja (versión de José Ramón Fernández). Director: Ramón Barea. Intérpretes: Ramón Barea, Aitor Fernandino, Olatz Ganboa, Ione Irazabal, Itziar Lazkano, Sandra Ortueta... Teatro Español, Madrid. Hasta el 14 de abril. «La lucha por la vida» es una trilogía de novelas de iniciación o aprendizaje en que Pío Baroja comenzó a publicar por entregas en 1903 para contar la vida y vicisitudes de Manuel Alcázar, un niño sin recursos que llega a Madrid a finales del siglo XIX, procedente de un pueblo de Soria, para ayudar a su madre sirviendo en una casa de huéspedes. Cuando la madre muera, Manuel tendrá que sobrevivir y hacerse adulto, a modo de pícaro de su tiempo, en los ambientes marginales de una ciudad marcada por las tensiones políticas, las desigualdades sociales y la decadencia moral. En la adaptación de José Ramón Fernández, la acción está condensada y depurada con una precisión matemática para que el relato discurra de acuerdo al trazado original de las novelas sin prescindir de casi nada, pero dejando de todo, lógicamente, solo lo esencial. Además, interpretado por Ramón Barea, el propio Baroja se incorpora como un personaje más que va introduciendo las situaciones
Lo mejor
►Trasladar con fidelidad, claridad, eficacia y ritmo el inabarcable material original
Lo peor
►El final podría haberse hecho de otra forma para que no se percibiese tan precipitado como si las estuviese ideando en ese momento. Hay un perfecto equilibrio en la participación de todos esos innumerables personajes, así como en la composición y el desarrollo de las escenas, para que, a pesar de haber un centenar de ellas, se sucedan con un ritmo y una fluidez poco habituales. Obviamente, ese mérito no es solo atribuible a Fernández, sino también a Barea, dado que es él, como director, quien consigue dar sobre las tablas ese vibrante sentido de la continuidad que hay en la propuesta. Y lo hace jugando de manera muy inteligente con el movimiento de los actores dentro del espacio, y variando de manera incesante, además, la entrada y salida de los personajes de acuerdo a la situación que están protagonizando. El resultado es una función de cerca de tres horas que mantiene sobre el escenario el vigor épico tan característico de Baroja, que es precisamente lo que lo convierte, aún hoy, en un autor muy accesible y entretenido para todo tipo de lectores. Es verdad que cualquier opción que se tome en la adaptación de un material tan ingente como este conlleva un sacrificio, y aquí también existe: se conservan intactas, como decía, la esencia, la riqueza de peripecias y el dinamismo de la historia; pero eso es incompatible, salvo que la función durase otras tres horas más, con un trabajo más profundo en el estudio psicológico de los personajes y en su composición por parte de los actores. En este sentido, las interpretaciones están muy bien en su dimensión coral, pero son poco exhaustivas y lucidas.