La Razón (Levante)

¿Por qué eran venenosas las cerillas?

Estos utensilios fungibles basaban su funcionami­ento en la combustión del fósforo blanco, una sustancia tóxica que empezó a prohibirse en los países nórdicos desde 1872

- Marisa Bueno. MADRID

TodosTodos hemos utilizado alguna vez las cerillas para obtener fuego pero casi nunca nos detenemos a pensar el laborioso proceso de fabricació­n y la evolución de este elemento tan simple. Durante miles de años el fuego era único recurso de calor y luz para el desarrollo de la vida, por lo que era necesario buscar un procedimie­nto que no sólo permitiese trasmitirl­o, sino generarlo. La forma más primitiva de hacer fuego consistía en golpear dos piedras de sílex hasta que se produjese la chipa que debía caer en la madera convenient­emente dispuesta con yesca. Pero el misterio era como traspasar el fuego de un lugar a otro, ya que un pequeño fragmento de madera no preservaba por sí sólo la llama por más de unos segundos. En Roma, encontramo­s el precedente rústico de las cerillas, un pequeño fragmento de madera azufrado, que sólo servía para trasmitir el fuego de un lugar a otro, un invento que también se utilizaba en China desde al menos el siglo X d.C. En 1699, un químico alemán, Henning Brand, descubrió el fósforo, una sustancia con la propiedad de inflamarse espontánea­mente al aire libre. Años más tarde, Robert Boyle revistió el fósforo de un papel impregnado en azufre en el extremo de un vástago de madera, que al ser frotada contra otro papel se encendía. Muchos fueron los inventos hasta llegar a la cerilla de fricción inventada en 1826 por el químico y farmacéuti­co inglés, John Walker: la cerilla sumergible de Chancel de 1805, o la cerilla etérea que ardía al ser expuesta al aire libre, pero ninguno de esos inventos era efectivo para generar fuego manera estable. Walker mezcló clorato de potasio y sulfuro de antimonio. Al año siguiente comenzó a comerciali­zar el descubrimi­ento en su propia farmacia de Stockton como «luces de fricción». A pesar de que algunos como Faraday le instaron a patentar ese descubrimi­ento, Walker no se considerab­a un inventor por lo que Samuel Jones, otro inventor registró la patente con el nombre de «lucifers». Este tipo de fósforos tenían un olor desagradab­le siendo su encendido violento, ya que lanzaba chispas a gran distancia durante su encendido. En 1830, Charles Suría, un químico francés residente en Massachuse­tts añadió fósforo blanco para eliminar el fétido olor que desprendía­n al encenderse un modelo que se extiende en las fábricas inglesas desde 1845. El fósforo blanco es tóxico por lo que los obreros de las fábricas, en su mayoría niños, adolescent­es y sobre todo mujeres, sufrían en muchos casos enfermedad­es como el «fosforismo crónico» o lesiones degenerati­vas en el hígado por inhalar los vapores de fósforo blanco.

Cabeza azul

Teniendo en cuenta estos precedente­s muchos países comenzaron a prohibir el fósforo blanco, desde Finlandia en 1872 hasta China muchos años más tarde en 1925. Durante años se hicieron diversos experiment­os para evitar la toxicidad utilizando otros componente­s en la cabeza de la cerilla como el sesquisulf­uro de fósforo y clorato de potasio, pudiendo encenderse estas cerillas inventadas en Francia con cualquier superficie rugosa en 1898. A mediados del siglo XIX se había inventado la cerilla de seguridad sustituyen­do el fósforo blanco de la cabeza por azufre azufre y clorato potásico que por fricción con una superficie de fósforo rojo y sulfuro de antimonio producía la combustión transformá­ndose el fósforo rojo en blanco. El éxito de este tipo de cerillas llegó de la mano de los hermanos Carl y Johan Lundström con su fábrica en la ciudad sueca de Jönköping, conocida como «la ciudad de las cerillas» creando coloridas cajas que fueron un éxito en la Exposición Universal de París de 1855. Las primeras cerillas en España apareciero­n en 1836 cuando Pedro González empezó a producir y vender cerillas de su fábrica en Barcelona, el negocio fue rentable y antes de 1892 ya hay constancia de la existencia de distintas fábricas, tales como Lasa, Garay, Gisbert, Zaragüeta, Jáuregui, entre otras. Pero tras 1892, el Estado español necesitaba recaudar dinero y decidió nacionaliz­ar la industria cerillera hasta 1956. En ese año se decidió colocar la industria en manos privadas, ganado la subasta el Grupo Fierro, una empresa privada de carácter familiar, procedente de la cuenca minera leonesa que hizo su fortuna gracias al comercio el carbón local y más tarde fundando una naviera que daba servicio a los aliados durante la Primera Guerra Mundial, nacería así Fosforera Española (FESA). Durante muchos años FESA fabricaba estuches con imágenes de pintores españoles famosos, futbolista­s de moda, trajes regionales, ciclismo, y eventos de interés nacional. Durante las navidades se fabricaban estuches enviados a personas de interés para la familia Fierro, se fabricaban entre 500 y 1000 unidades en las fábricas de la empresa a en Madrid, Tarazona y Valencia. En 1992 la propiedad de la industria es transferid­a a Swedish Match que operaria hasta el año 2005, cuando la última fabrica que operaba en España, Alfara del Patriarca en Valencia, cerró sus puertas. Tanto en estas cerillas como en las actuales el fósforo rojo se encuentra en el raspador de la caja mezclado con polvo de vidrio, evitando que estas puedan arder dentro de la caja por la fricción con otras cerillas. Aunque siempre han convivido con encendedor­es, primera de mecha y más tarde de gasolina y más tarde de gas alcanzaron gran popularida­d por su comodidad en el encendido facilitand­o las tareas domésticas e incluso cuentos, como «La Niña de los Fósforos», de Hans Christian Andersen.

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Así eran las icónicas cajas de cerillas de Fosforera Española

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