La Razón (Madrid)

El último gran banquero

Fue un gran señor de la banca, heredero de la tradición industrial y financiera vasca. Lideró el proyecto del BBVA, hasta que fue traicionad­o por Francisco González (FG), ahora a las puertas de la Justicia

- JESÚS RIVASÉS

Emilio de Ybarra y Churruca (San Sebastián, 1936) fue toda su vida un apasionado del mar. Apenas hace unos días disfrutó al navegar en el buque Juan Sebastián Elcano en la visita que hizo el barco escuela a Guetaria, en el V centenario del inicio de la primera vuelta al mundo, completado por el marino de esa localidad. Regresó feliz de esa breve singladura, pero también muy mareado y canceló los compromiso­s previstos para estos días: un almuerzo con un antiguo colaborado­r en el banco y una reunión con un periodista que prepara un libro sobre Francisco González (FG), su sucesor en el BBVA y el hombre que lo traicionó y lo ejecutó civilmente. A pesar de todo, Ybarra tiene su propio y merecido hueco en la historia más moderna de la banca española. Trabajador y, para algunos algo ingenuo, es difícil encontrar a alguien que no hable bien de él, aunque tuvieran diferencia­s.

Emilio de Ybarra fue el último banquero vasco en el sentido clásico, es decir, con una participac­ión significat­iva –no testimonia­l– en el capital del banco que presidió. Miembro de una saga de industrial­es y financiero­s del País Vasco, fue también el hombre que, en los años noventa del siglo XX, recuperó parte del poder e influencia de la histórica burguesía vasca, surgida de la industrial­ización. Hijo de Santiago de Ybarra y de Dolores Churruca Zubiría, se quedó huéfano al poco de nacer. Su padre, junto con varios miembros de la familia Ybarra, e implicado vagamente con el bando sublevado, murió en el buque-cárcel El Abra, controlado por los republican­os. Emilio de Ybarra creció bajo la protección de su abuelo Alfonso Churruca y Calbetón, diputado maurista por Guipúzcoa en 1919, y luego presidente de la Junta de Obras del Puerto y Ría de Bilbao, de Altos Hornos de Vizcaya y uno de los hombres fuertes del entonces Banco de Bilbao. Su abuela, Teresa Zubiría Urízar, también era de otras dos de las principale­s familias de industrial­es y financiero­s vascos.

La tradición familiar conducía a Emilio de Ybarra a la industria o a la banca, o a ambas. Estudió en la Universida­d Comercial de Deusto, el Harvard vasco, y se licenció en Derecho y Económicas. Su primer trabajo fue en una empresa industrial de minas, Orconera. Muy pronto pasó al Banco de Bilbao, en donde empezó en una sucursal. El Banco de Bilbao era, por delante de su rival el Banco de Vizcaya, la gran entidad financiera vasca, que dió un gran salto adelante con la presidenci­a de José Ángel Sánchez Asiaín (1974-1988), considerad­o como el primer banquero español moderno. Fue él quien nombró a Emilio de Ybarra consejero delegado en 1976 y vicepresid­ente en 1986. Ambos colocaron al Banco de Bilbao a la vanguardia del sistema financiero español. A finales de 1987, Sánchez Asiaín lideró el intento fallido –OPA incluida– de hacerse con el control de Banesto, una operación que, de rebote, elevó a Mario Conde a la presidenci­a de la entidad opada. También de rebote, el Banco de Bilbao y el Banco de Vizcaya acordaron una fusión que dio origen al BBV (Banco Bilbao Vizcaya), copresidid­o por Sánchez Asiaín y Pedro Toledo. La muerte prematura de este último desató una crisis por el poder en la entidad. Los consejeros históricos del Bilbao, por una parte, y del Vizcaya, por otra, protagoniz­aron un enfrentami­ento que, mediación incluida del Banco de España, se saldó con la designació­n de Emilio de Ybarra como presidente. Su nombramien­to también suponía que, tras años en segundo plano, la burguesía industrial y financiera vasca –conocida como «Neguri»– volvía a tener a uno de sus miembros al frente del BBV, convertido en un gigante financiero que empezaba a ser relevante en el mundo y aspiraba a «todo».

Emilio de Ybarra, entre 1990 y 1999, lideró «la época dorada» del BBV, tanto en España como en Iberoaméri­ca, en donde se expandió, casi siempre con adquisició­n de entidades locales, en países como Perú, Colombia, Chile, Brasil y, sobre todo, México. Fueros los tiempos de la rivalidad, de igual a igual, con el Santander, que creció, primero con la adquisició­n de Banesto y luego con la absorción del Central-Hispano. Ybarra encabezaba un equipo muy eficiente, con Pedro Luis Uriarte –el mejor ejecutivo ban

cario de su época– de consejero delegado, y en el que destacaba José Ignacio Goirigolza­rri, ahora presidente de Bankia.

El gran proyecto de Ybarra fue, sin embargo, su gran traspiés. En 1999, para mantener el liderazgo de la banca española y para adquirir el tamaño necesario para ser una entidad puntera en el mundo, el BBV pactó la fusión con Argentaria, el antiguo Banco Exterior de España, que presidía Francisco González (FG). El nuevo banco se llamó BBVA y estaba copresidid­o de forma paritaria por Ybarra y González, hasta la traición de FG. El BBV, procedente­s de la época en la que el Banco de Vizcaya fue objeto de ataques financiero­s achacados a Javier de la Rosa, mantuvo unos fondos secretos, para financiar una autocarter­a defensiva que pudo llegar al 4%. Ybarra le explicó la situación a FG y propuso regulariza­r todo, lo que incluía algunos fondos de pensiones de varios consejeros. FG no solo se negó, sino que impulsado por sectores del Gobierno de Aznar obsesionad­os en desvasquiz­ar –a pesar de la españolida­d manifiesta de Ybarra– el banco y con el visto bueno del Banco de España, acusó a Ybarra y a su equipo.

Logró su dimisión y quedarse como todopodero­so presidente del BBVA durante casi 20 años, aunque ahora –justicia poética dicen en Neguri– está a las puertas de los juzgados por el asunto de las escuchas telefónica­s. Ybarra fue juzgado y condenado en primera instancia por apropiació­n indebida, en un proceso en el que el fiscal pidió al Tribunal que no tuviera en cuenta la declaració­n de FG por su hostilidad a Ybarra. Meses después, el Supremo absolvió a Ybarra y el tiempo demostró que los fondos de Jersey fueron un negocio magnífico para los accionista­s del BBVA. Justicia tardía, sin embargo, para un hombre entrañable y un buen banquero, que forma parte de la gran historia financiera española. Es el adiós del último gran banquero vasco, por ahora.

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RODRÍGUEZ APARICIO

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