MUJERCITAS NUNCA MÁS
Cuando escucho a alguien decir soy feminista, quisiera preguntarle «¿qué quieres decir?» y «¿cómo sabes que eres feminista y no otra cosa?». El feminismo, de toda la vida, luchaba por la igualdad de derechos de y para todas las mujeres sin distinción de credo, raza, inclinación política, edad, pasaporte o largo de pelo. Una igualdad que, hoy, ha mudado su significado. Se trataba de lograr que la mujer no estuviese tutelada ni protegida por el patriarcado, sino que ejerciese su libertad con todas las consecuencias. Empero, ahora el «neo feminismo», se empeña en tutelar a las mujeres como antaño, salvo que, en lugar de ser el hombre, son unas mujeres –con espíritu supremacista, o sea, hembristas– las que se han arrogado la tutela. Nunca más deberíamos ser mujercitas, sino empoderadas. Ni las cosas son, a veces, lo que parecen ni los conceptos tienen el mismo significado para todos. Lamentablemente, debido a una actitud supremacista y vengativa de algunas mujeres, se ha acuñado el término «feminazi» (los nazis fueron contra todo tipo de libertad), muy desafortunado. Si todos somos únicos e irrepetibles, ¿cómo puede conjugarse igualdad y singularidad? Puede que, al igual que el machismo, el hembrismo pretenda igualar hacia abajo: todas iguales en lo mediocre. El verdadero feminismo es aquel creado para luchar para que ninguna mujer sea considerada menos que un hombre en ningún sentido.