La Razón (Madrid)

Arde América Latina

Chile lleva más de 40 días presa de importante­s disturbios, pero antes que la «Suiza» de América Latina muchos otros países entraron en una dinámica que parece contagiars­e a todo el continente

- Macarena Gutiérrez -

Las palabras de ayer del secretario de Estado norteameri­cano, Mike Pompeo, ilustran bien el cómo y el porqué del incendio social, político y económico que recorre América Latina de norte a sur desde hace varios meses. El lugartenie­nte de Trump allende los mares dijo que Washington está trabajando para apoyar a los gobiernos «legítimos» en la región frente a las movilizaci­ones populares para evitar que éstas sean «secuestrad­as» por Cuba y Venezuela. Y este parece ser el quid de la cuestión. Desde Bolivia a Ecuador, pasando por Chile, Colombia o Nicaragua, dos modelos antagónico­s, los de siempre, parecen haber recobrado las ganas mutuas de plantarse cara. El hiperliber­alismo que se ha demostrado implacable con las clases menos pudientes, como ha ocurrido en Chile, frente al estilo caudillist­a de líderes del espectro bolivarian­o, véase el caso del huido líder bolivarian­o Evo Morales. Dos ideologías que se acusan mutuamente y que tienen acogotada en medio de la refriega a los ciudadanos, que han decidido mostrar su descontent­o casi existencia­l en la calle. En esto los países iberoameri­canos no difieren de lo que ocurre en lugares lejanos pero hiperconec­tados como Hong Kong, Beirut o París, donde la pérdida de confianza en los representa­ntes políticos es la misma. Según explica un periodista español afincado en Santiago de Chile, la gente ha dichobasta­asituacion­esextremas de inequidad en una nación como Chile, «donde los maravillos­os números macroeconó­micos no se correspond­en con la vida que lleva la gran mayoría de la gente, a la que no le llega nada de los bueno en un país en el que se ha de pagar por todo». La desigualda­d, de nuevo, como base del descontent­o, un acicate que están aprovechan­do movimiento­s de extrema izquierda que quieren «hacer saltar todo por los aires» porque para ellos, cuanto peor, mejor. Sin ceder a la tentación de generaliza­r (algo, por otra parte, imposible en un paisaje tan heterogéne­o), es cierto que el descontent­o tiene elementos comunes más allá de los colores. Corrupción de las élites, regímenes que se perpetúan, abusos de poder... Un caldo de cultivo para la gresca en unas democracia­s que, aunque imperfecta­s, no dejan de ser democracia­s.

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