La Razón (Madrid)

Políticas climáticas

- José María Marco

ElEl comunicado lanzado a los cuatro vientos por la prodigiosa Greta Tintin Thunberg coloca las políticas del cambio climático en un registro muy estrecho, aunque parezca, como en verdad lo está, sumamente poblado. Y es que la cruzada oceánica contra los «sistemas coloniales, racistas y patriarcal­es» emprendida por la icónica joven las sitúa en la estela de la ideología elaborada en los centros académicos e intelectua­les del mundo occidental desde el descrédito del socialismo. También apela, por si fuera poco, a un compromiso individual en el que lo personal y lo político ya no se distinguen.

En plena crisis de la representa­ción política, con un escepticis­mo creciente, y no injustific­ado del todo, ante la capacidad de las democracia­s liberales para gestionar el nuevo mundo en el que estamos entrando, la causa climática adquiere un atractivo extraordin­ario. Para los jóvenes, a los que devuelve la posibilida­d de un compromiso personal. A los poderes públicos, a los que les parece concederle­s una apariencia de crédito. Y, claro está, a una izquierda –véase el protagonis­mo estelar de Pedro Sánchez– que ve en la causa climática una manera de retomar la iniciativa mediante nuevas formas de intervenci­ón, vía reglamenta­ciones e impuestos. Sin contar con el desconcier­to de una mentalidad conservado­ra ante la desaparici­ón del horizonte mismo de lo natural sobre el que hasta hace poco tiempo se asentaba la vida humana. ¿Quién se atreve hoy en día a decir dónde empieza la naturaleza y dónde acaba la acción del ser humano?

Y sin embargo, nada de todo esto debería impedir que la empresa contra el calentamie­nto pudiera ser abordada desde presupuest­os distintos. En primer lugar, está la innovación como elemento para establecer un nuevo equilibrio, que no podrá desarrolla­rse sin los instrument­os financiero­s y económicos que sólo proporcion­a –mala noticia– el capitalism­o: la lucha contra el cambio climático no es obligadame­nte una lucha contra el progreso y el desarrollo. También está la necesidad de encontrar un nuevo equilibrio entre las sociedades y los sectores opulentos, con acceso a las ventajas de un entorno ecológico, y aquellos otros que aún están muy lejos de esa situación privilegia­da. Y está, sobre todo, la necesidad de volver a poner la reflexión sobre el sentido de nuestra existencia, y nuestra convivenci­a, en el centro de la reflexión política. Eso exigirá pensar más allá del nihilismo y el llamamient­o permanente a la confrontac­ión.

¿Quién se atreve hoy en día a decir dónde empieza la naturaleza y dónde acaba la acción del ser humano?»

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