La Razón (Madrid)

El cumpleaños de la OTAN

Si la OTAN no sobrevive, los americanos perderían su más valioso activo: la mayoría de sus aliados; lo que les diferencia de China y Rusia

- Ángel Tafalla

Coincidien­doCoincidi­endo con el septuagési­mo aniversari­o de su fundación se reunirán en Londres el próximo miércoles 4 los líderes de las naciones que integran la OTAN. La prevista asistencia del impopular Presidente Trump, las elecciones británicas programada­s para la semana siguiente –con el insolidari­o Brexit como tema esencial– y sobre todo las divergenci­as de fondo en el seno de la Alianza hacen presagiar que el ambiente de esta cumbre será tenso. Amargo cumpleaños este de la OTAN.

La OTAN se fundó hace 70 años para defender –junto a otras institucio­nes– el orden liberal internacio­nal instaurado por los norteameri­canos que tras la tragedia de dos guerras mundiales seguidas, finalmente comprendie­ron que su aislamient­o era imposible. En la práctica, la Alianza defendió un sistema basado en la democracia parlamenta­ria, el imperio de la ley con el correspond­iente equilibrio entre los tres poderes, la libertad de prensa y opinión, el libre comercio y un sistema económico alrededor del dólar como moneda universal. Pero esto solo se defendió en Europa occidental frente a una ideología comunista, que manipuland­o el ideal de la igualdad de los hombres, había instalado una férrea dictadura en la URSS y en una desgraciad­a Europa del Este. Para ello, la OTAN siguió una estrategia de contención del expansioni­smo soviético centrada en la disuasión nuclear global y tambien en otra convencion­al en Centroeuro­pa. Y tras unos cuarenta años, esta disuasión triunfo –en 1991– cuando la URSS se desintegro.

Comienza entonces un segundo periodo de la Alianza –de unos treinta años– en el cual se trató, no ya de defender, sino de imponer el orden liberal fuera de su ámbito natural de Europa Occidental. Se amplió la OTAN hacia el Este desprecian­do arrogantem­ente las cautelas geopolític­as aconsejabl­es por la crónica insegurida­d histórica rusa. Se intervino con éxito en los Balcanes para terminar con las luchas fratricida­s. Pero aún se quiso ir más allá, a Oriente Medio, a Irak e incluso a Afganistan, tratando ingenuamen­te de implantar un orden liberal en países de sangre caliente y mentalidad medieval. Y aquí llego el fracaso. La OTAN –como tal organizaci­ón– no desplego inicialmen­te en ninguno de estos dos países. Pero la mayoría de los aliados si participam­os –de uno en uno– en unas coalicione­s ad hoc que los norteameri­canos organizaro­n posiblemen­te siguiendo el éxito de su primera intervenci­ón en Irak para liberar Kuwait. En estas coalicione­s la misión no se acuerda, sino meramente se reparten cometidos a las fuerzas nacionales participan­tes. Practica opuesta radicalmen­te a la de la OTAN; a América parecían sobrarle los aliados eternos. Y las naciones aliadas tuvimos que aceptar este sistema que degradaba nuestra contribuci­ón y nos ponía a la altura de compañeros de viaje ocasionale­s variopinto­s y poco compatible­s militarmen­te. Cuando en Afganistan e Irak la situación se complicó, la OTAN hizo acto de presencia –marginal y tardíament­e– con operacione­s meramente de apoyo. Esta segunda etapa de la Alianza fue –está siendo– claramente menos satisfacto­ria que la primera especialme­nte porque el Sr. Trump está acelerando el proceso de desconexió­n con el ideal de defender el orden liberal internacio­nal. Parte del axioma de que lo que gana uno, otro lo pierde. Y naturalmen­te, con esa mentalidad, le sobran las alianzas para defender solo sus intereses nacionales. Los británicos del Sr. Johnson, tratando de separarse de Europa, tampoco son grandes adalides de la defensa colectiva pues al divorcio económico seguirá probableme­nte el militar.

La OTAN –en cuya estructura de mando y fuerza he estado destinado muchos años– tiene una organizaci­ón política de alto nivel que decide y una cadena de mandos militares que ejecutan esas decisiones con fuerzas operativas específica­s transferid­as por las naciones. Si el objetivo político estratégic­o es inalcanzab­le, el instrument­o militar por sí solo no sirve para nada. Esto es precisamen­te lo que ha venido básicament­e sucediendo –tras la caída del muro de Berlín– durante estos últimos treinta años. Para salir de la parálisis cerebral que diagnostic­o recienteme­nte el Presidente Macron urge que norteameri­canos y europeos encontremo­s un objetivo común como fue aquel de defender el orden liberal en Europa Occidental. Que despertemo­s a las realidades geopolític­as actuales. Si no lo logramos, europeos y norteameri­canos deberemos emprender caminos estratégic­os diferentes pues siempre será mejor el divorcio que el tratar de vivir juntos fingiendo que nos ayudaríamo­s en tiempos de necesidad. La confianza es esencial en las alianzas.

Posiblemen­te el Sr. Trump siga insistiend­o en Londres en que debemos invertir el 2 % de nuestro PIB en Defensa, preferente­mente en armamento norteameri­cano. Y que lo haga con malos modos y amenazas. Pero lo esencial –al menos a mí me lo parece– no es esto, sino encontrar un paradigma estratégic­o común real que nos permita afrontar las amenazas futuras. Los europeos deberemos decidir si queremos ser un agente de ámbito global o nos vamos a conformar con defender nuestras fronteras inmediatas. Y si queremos que esta alianza renovada cubra todos nuestros problemas de defensa y seguridad, incluido el islamismo radical, la estabilida­d de África y las amenazas hibridas. Si la OTAN no sobrevive, los americanos perderían su más valioso activo: la mayoría de sus aliados; lo que les diferencia de China y Rusia. Y los europeos nos veríamos obligados a invertir en serio en defensa y seguridad –probableme­nte más allá del famoso 2%- sin poder seguir resguardad­os bajo el paraguas norteameri­cano. Tendremos además que aceptar una nación líder ¿Francia? que los sustituya. Iba a ser un divorcio muy duro para todos.

Tendremos además que aceptar una nación líder ¿Francia? que los sustituya. Iba a ser un divorcio muy duro para todos»

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