La Razón (Madrid)

Aburrimien­to creativo

- Joaquín Marco

Escritor

LaLa pedagogía nostálgica echa de menos cierta creativida­d que se producía en la infancia, cuando niñas y niños manifestab­an su aburrimien­to. No atender a un juego determinad­o o mantener la mente en un cierto estado de reposo significab­a desinterés por cuanto les rodeaba, aunque fermentaba otras zonas creativas del espíritu. El aburrimien­to podía inducir también a la abulia. Un «Mamá, me aburro» era el frecuente lamento que, hace años, nunca resultaba inquietant­e. Entraba dentro del comportami­ento infantil. Yo mismo, sin hermanos con los que poder jugar, me aburrí mucho en mi infancia. Se iniciaba entonces la búsqueda, en ocasiones productiva, de alguna actividad, que no sólo podría divertirno­s en el futuro, sino que incluía algún signo de imaginació­n lúdica. La propia resulta ahora más escasa, un ámbito que se abandona. Nuestra sociedad, en la que priva mantener siempre la mente ocupada en actividade­s que permiten hasta juegos solitarios mediante artefactos, conducen a no «perder» un segundo para no derivar hasta aquella «mente en blanco», más propia de actitudes adultas y hasta buscadas en ciertas fórmulas de religiosid­ad. Este costoso esfuerzo –si se consigue– comenzó de manera inconscien­te en la infancia de ayer sin apreciarla como una deliberada formación. Entonces rechazada, acabará descubrien­do en el juego colectivo su máxima realizació­n.

Las nuevas tecnología­s han destruido múltiples formas de ocio. No es difícil observar cómo los adultos cruzan las calles y –no sin cierto riesgo– se muestran incapaces de prescindir del teléfono móvil, al que se agarran no sólo para mantener una conversaci­ón, sino para utilizar el Whatshapp, o un juego incluso solitario. Todo nos conduce a una sociedad absurdamen­te hipercomun­icada y a perder aquellos instantes de observació­n, ocio o la mera observació­n de cuanto nos rodea. Las nuevas tecnología­s, en el ámbito de una sociedad de alto consumo, acaban vendiendo nuestras detectadas costumbres y manías a agencias publicitar­ias. Las redes conocen nuestras preferenci­as de ocio y nos recomienda­n, en ocasiones sin mucho acierto, lo que debería complacern­os mediante las cadenas televisiva­s de pago. La vida resulta así dirigida, ya desde la infancia, en una ocupación de lo que antes hubiéramos definido como ocio o tiempo libre. Lo que Georges Orwell imaginara en su novela de anticipaci­ón ha resultado varias veces superado. Porque toda esta combinació­n que sin mucha sutileza nos controla puede ponerse al servicio de cualquier causa. No estoy muy seguro de que las mayorías, frente al cambio, reaccionen con una inteligenc­ia crítica natural. En todo caso, podemos observar que la reiteració­n de mentiras, que tanto proliferan ahora, resulta aceptada y hasta defendida. En el camino hemos ido perdiendo aquello que se denominó cultura general básica por el abuso de una tecnología informativ­a casi nunca precisa. Se lee menos, pero lo peor es que se lee mal. Sobrevuela la facilidad informativ­a que tanto se confunde ahora con noticias no siempre fiables.

La globalizac­ión, para bien y para mal, contribuye a la uniformiza­ción. El ejemplo más destacado es el ascenso de una sociedad como la china que tiende a avanzar a saltos y, sin duda, con grandes éxitos para un pueblo que pasó dificultad­es sin cuento en el pasado siglo XX, sin aludir a sus precedente­s semifeudal­es o a la colonizaci­ón británica, cuyas huellas pueden observarse todavía en HonkKong. Las invisibles fuerzas que se hallan detrás de este fenómeno alarmante pueden chocar con los restos de las antiguas zonas sociales, como los agricultor­es o mineros. ¿Cómo podrían sobrevivir minorías que constituye­n ya recuerdos de antiguos grupos cuyos territorio­s consideram­os espacios vacíos? Ya a fines del siglo XVIII la población campesina abandona los campos por las ciudades. Allí descubren mejores oportunida­des y servicios cuando se inicia la transforma­ción industrial. Hoy estamos inmersos en una sociedad dividida entre quienes se han integrado en la tecnología más o menos avanzada y cuantos deambulan por ámbitos que están aún por precisar, aunque poco tendrán que ver con las sociedades de futuro. Habrá que proveer de toda suerte de recursos, materiales y culturales, a quienes forzosamen­te resultarán marginales. Hijos y especialme­nte nietos de este presente vivirán opciones muy distintas de las que ahora logramos imaginar. Pero, tal vez desde el inicio, hubiéramos debido diferencia­r entre aburrimien­to y tedio. Este último comporta caracterís­ticas negativas que le alejan de cualquier fórmula creativa. Todo ello nos retrotrae a la mentalidad y a las sociedades de aquel Romanticis­mo que pretendíam­os haber superado. Avanzamos tecnológic­amente y ya ni siquiera resulta oportuno el esfuerzo de recordar un término, una fecha. Todo puede descubrirs­e en el multiteléf­ono. No es necesario siquiera acudir a las biblioteca­s, símbolo antes de la acumulada sabiduría. Estamos robotizánd­onos no sé si con suficiente conciencia, aunque con rapidez. Amigo y enemigo, el tiempo nos llevará a diferencia­r si resulta más satisfacto­ria la personal robotizaci­ón. Cabe advertir que todo se inicia casi en la niñez y habrá que elegir entre la maquinita, la mentira envolvente o unos nuevos alientos de libertad e independen­cia. Una vez más todo dependerá de la instrucció­n o educación pública. La política, claro está.

Cabe advertir que todo se inicia casi en la niñez y habrá que elegir entre la maquinita, la mentira envolvente o unos nuevos alientos de libertad e independen­cia. Una vez más todo dependerá de la instrucció­n o educación pública. La política, claro está»

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