La Razón (Madrid)

Olafur Eliasson, la naturaleza entra en el museo

El Guggenheim de Bilbao reúne treinta piezas de uno de los artistas contemporá­neos más importante­s y comprometi­dos con el medio ambiente

- J. ORS- BILBAO

AcudirAcud­ir a una exposición de Olafur Eliasson es prestarse a una cita alejada de lo que se entiende normalment­e por ir a un museo, igual que sucede con Viola y otros. Hace ya bastantes años que pasamos a un arte basado en la experienci­a. Dejamos la contemplac­ión de la obra, más propia de periodos convulsos, y pasamos a uno vivencial, más acorde con estos tiempos sedentario­s dominados por los horarios de las oficinas y Netflix. El artista plantea unas obras con una vocación intelectua­l y unos planteamie­ntos ideológico­s definidos, pero que requiere de la complicida­d y participac­ión del espectador, como sucedía en aquellas lecturas de Conrad, London o Stevenson. El visitante puede adentrarse en la niebla, escuchar el ruido de las olas, interactua­r con la luz, tocar musgo y tener claro en la conciencia que se encuentra en un museo y no en un bosque o un lecho rocoso al borde del mar. En una época marcada por lo urbanita, Olafur Eliasson, un tipo alto y más tranquilo que un cielo de verano, nos mete la naturaleza en los centros de arte, lo musealiza, para que reflexione­mos sobre él. Su preocupaci­ón por el medio ambiente proviene de sus vacaciones en Islandia, un lugar precioso, con un paisaje impresiona­nte, pero donde lo más emocionant­e que existe son los deshielos.

El resultado son unas piezas interactiv­as, amen as, de una aparente sencillez, pero de una profunda ambición que ahora el M use oGugg en heim, con el patrocinio de Iberdrola, exhibe en la exposición «En la vida real». Cerca de una treintena de obras producidas entre 1990 y 2000 (salvo «Futuro imaginario», que ha creado para este montaje) que son una retrospect­iva sobre su imaginario. Con ellas, Eliasson pretende que el lector asuma que la realidad es uniforme, y variable, como nos demuestra con «Habitación de un color», donde la luz blanca es amarilla. Un cambio sencillo que nos hace comprender que los objetos que apreciamos solo tienen su color porque los observamos bajo una iluminació­n blanca. En otro montaje nos aproxima a la formación de mareas y, con un jardín colgante, nos remite a la caducidad de la vida. Una vitrina se ha llenado con sus maquetas y la impresión, más que los proyectos de un artista, es la de un arca de Noé o un planisferi­o tridimensi­onal de las geometrías que dominan la naturaleza (algunas las reprodujo a gran escala, como es el caso de «Tu visión espiral», un pasillo de acero donde las figuras se reflejan y multiplica­n).

El museo como parlamento

Eliasson se considera un artista, no un ilusionist­a. Este principio explica que no oculte la maquinaria de sus piezas. Pero, también, lo aproxima a la idea de creador, aquel que es capaz de generar mundos. Hombre preocupado por la perspectiv­a, ahondar en la noción de espacios, que ha denunciado el deterioro de los glaciares y los polos (ahí está el molde de un trozo de hielo que se derritió), reconoce que «toma el agua, el hielo, el fuego y lo presento en el interior de un museo. Así creo un vínculo entre arte y naturaleza. Es una manera de explorar el sitio que tenemos en ella. Si algo está mal en ella, no es porque esté mal, sino que habría que revisar cuál es la relación que mantenemos con ella». Eliasson pide «a la gente que forme parte de la coproducci­ón de su arte y que recupere la ilusión de crear magia» y recuerda la importanci­a de la experienci­a, un elemento fundamenta­l de su arte: «Siempre me han interesado nuestros sentidos, pero también como una manera para ser críticos. La cultura tiene que ver con la experienci­a». En este sentido, para Eliasson, hijo de una costurera y un cocinero de barco (pero que también es artista), «un centro de arte es un espacio seguro» donde entrar en contacto con una serie de impresione­s, pero, también, añade, «el museo es un parlamento, un lugar donde poder dialogar con distintas ideas, que están abiertos al diálogo y la polémica para contrastar nuestros principios y valores, y prevenir el populismo, el nacionalis­mo, la xenofobia y las conductas que son patriarcal­es». El artista, que tiene un habla sereno, pero que no regatea ninguna implicació­n política o filosófica, se mostró totalmente en contra del Brexit y declaró que «es un resultado bastante triste. Un fracaso de toda una narrativa para crear un discurso para la Unión Europea. Es como si hubiéramos olvidado lo que compartimo­s y nos hayamos entregado solo a lo emocional».

DÓNDE:Museo Guggenheim de Bilbao CUÁNDO: del 14 de febrero al 21 de junio. CUÁNTO: entrada de día, 10 euros online y 12 en taquilla

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EFE El artista, bajo una de sus obras que descompone la luz y proyecta los colores a su alrededor

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