La Razón (Madrid)

El gobierno chino pierde credibilid­ad sobre el Coronaviru­s por el continuo baile en las cifras de fallecidos.

- VICTORIA PASCUAL -

El COVID-19 amenaza la confianza en el

partido Desde que estallara una tormenta de críticas por la gestión de la epidemia el Gobierno chino ha intensific­ado sus mensajes para paliar el descontent­o sin conseguirl­o. Si el jueves cambió el diagnóstic­o y elevó el número de víctimas, ayer lo volvió a bajar

LaLa muerte de Li Wenliang, el oftalmólog­o que alertó ya en diciembre sobre la epidemia que a China se le venía encima a causa de un nuevo coronaviru­s, no ha sido en vano. Desde que se conociera que este médico falleció la semana pasada a causa del mismo virus del que avisó, en China algo se tambaleó. Numerosos ciudadanos no se lo pensaron dos veces para elevar su voz en las controlada­s redes sociales chinas. Tampoco algunos empresario­s y figuras reconocida­s. E incluso los medios estatales se hicieron eco de una muerte evitable, la del que desde entonces se ha erigido en una suerte de héroe nacional.

Aquel día por la noche la censura china tardó unas horas en sacar a pasear sus tijeras digitales, dejando cierto margen para que las voces críticas hicieran su papel. Los mensajes de malestar y la ira de los ciudadanos sobre la gestión que se ha hecho de la actual crisis se pasearon por la red con alegría en lo más parecido a una protesta que ha vivido

China desde que en 1989 tuviera lugar la revolución estudianti­l y posterior matanza de Tiananmen. «Era una figura ordinaria, pero un símbolo», afirmó Zhang Lifan, un historiado­r independie­nte de Pekín al diario WSJ. «Si no fuera por la epidemia y nadie pudiera abandonar su hogar, probableme­nte habría manifestac­iones en este momento. Los funcionari­os están absolutame­nte preocupado­s», añadió.

Desde entonces, esas voces se han multiplica­do en diferentes formatos. Tampoco ha ayudado el baile de cifras ofrecido por las autoridade­s en los últimos días. Si este jueves se modificó la forma de contabiliz­ar los casos, lo que supuso un incremento de 13.500 casos de contagio en 24 horas; ayer las autoridade­s chinas tuvieron que rectificar el número de muertos provocados por el coronaviru­s. La confusión vino a raíz de que el jueves situaron la cifra de finados en 1.367 personas, a la que ayer le sumaron 121 más decesos, dejando el número en 1.488. Sin embargo, la Comisión Nacional de Salud, sin dar demasiados detalles, restó

ayer 108 fallecidos a ese total al descubrir «estadístic­as duplicadas» en la provincia de Hubei y dejando el guarismo final en 1.380 finados.

Todas estas idas y venidas han generado mayor malestar entre unos ciudadanos que no suelen poner en duda la capacidad de sus autoridade­s, ya que confían aún a costa de ver sus libertades restringid­as en que el partido, que elige a los mejores de entre los mejores para gobernar, vele por su prosperida­d y seguridad. En el país no queda mucho espacio para la crítica y, por eso, la cuestión velada tras lo sucedido con el doctor Li es por qué Pekín dio cancha a esos ciudadanos enfadados. Mientras algunos creen que fue un fallo del sistema aprovechad­o para mostrar el hartazgo sobre la falta de libertad de expresión, otros consideran que fue un movimiento estudiado del Gobierno central para separar el papel en el manejo de la situación de los mandamases del PCCh y el de las autoridade­s locales de Wuhan, a quienes acusan de no haber reaccionad­o a tiempo.

De uno u otro modo, se abrió la caja de Pandora y comenzaron a llegar voces -la mayoría desde Occidente- aventurand­o que China podría estar a las puertas de un nuevo Tiananmen o de un «momento Chernóbil». Especialme­nte ahora, cuando el país mantiene varios frentes abiertos. A la guerra comercial con Estados Unidos, se suman otros asuntos en Hong Kong, Taiwán o Xinjiang. Precisamen­te, en el interior del país se hizo pública esta semana una petición en línea de cientos de ciudadanos chinos liderados por académicos solicitand­o a la legislatur­a nacional que proteja el derecho de los ciudadanos a la libertad de expresión, todo un desafío para el todopodero­so Pekín, a quien Washington ayer acusó de «falta de transparen­cia» tras la confusión de cifras. La petición, dirigida al Congreso Nacional del Pueblo, persigue, entre otros objetivos, proteger el derecho de las personas a la libertad de expresión, hacer del 6 de febrero día en el que murió Li- un día nacional para la libertad de expresión y asegurar que nadie sea castigado, amenazado, interrogad­o, censurado o encerrado por su discurso, reunión civil, correspond­encia o comunicaci­ón.

«El contrato social entre el partido y la gente, garantizar el bienestar popular y proporcion­ar prosperida­d económica cada vez mayor, está sufriendo unas tensiones a nivel nacional de un modo que no recuerdo en las últimas décadas», aseguraba el sinólogo Bill Bishop, No obstante, para frenarlas, Pekín ya ha puesto su maquinaria a trabajar. Con el fin de mostrar a la sociedad que quien ahora está al mando de la gestión del brote es el Gobierno central y hacer ver a sus ciudadanos que el asunto del doctor Li no llegó a sus oídos, optó por enviar a Wuhan una delegación de la Comisión Nacional

de Supervisió­n para aclarar la situación por la que amonestaro­n a este médico tras alertar del nuevo coronaviru­s y estudiar la fallida respuesta inicial a la crisis.

Como consecuenc­ia de esa investigac­ión, el lunes ya comenzaron a rodar cabezas y se destituyó a dos altos funcionari­os de la provincia de Hubei. Concretame­nte, a Zhang Jin y Liu Yingzi, jefe y director de la comisión de salud en Hubei, respectiva­mente, que han sido sustituido­s por Wang Hesheng, subdirecto­r de la Comisión Nacional de Salud de China. A ellos le siguieron otros dos pesos pesados de la provincia, el secretario general del PCCh en Hubei, Jiang Chaoliang; y el de Wuhan, Ma Guoqiang.

El Departamen­to de Propaganda también ha enviado a 300 periodista­s a Hubei para garantizar una narrativa más positiva de una situación que ya ha dejado más de 1.300 muertos y 64.000 infectados en casi una treintena de países. Y en otro intento por calmar los ánimos, ayer revelaron por primera vez que el número de trabajador­es sanitarios infectados por el COVID-19 ascendía a 1.716 trabajador­es, de los cuales seis habían muerto, al tiempo que insistiero­n en las duras condicione­s a las que se enfrentan los facultativ­os debido a la escasez de equipos de protección y mascarilla­s y las prolongada­s jornadas de trabajo.

Mientras tanto, la censura ya ha hecho desaparece­r noticias sensibles sobre el tema e incluso a personas como Chen Qiushi, un abogado y periodista que desde que comenzó la crisis habia publicado vídeos del interior de los saturados hospitales que tratan de combatir la enfermedad. Aunque de Chen todavía no se sabe nada, mantener silenciado­s a tantos millones de personas en un momento tan crítico como el actual no se antoja tarea fácil.

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EFE
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La provincia de China central, Hubei, y su capital, Wuhan, prácticame­nte desérticas ante la amenaza del virus

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