Tenebrosa parábola
George Benjamin: Into the Little Hill. Intérpretes: C. Merckx, J. Daviet. Oquesta Sinfónica titular del Teatro Real. Dirección musical: Tim Murray. Dirección artística: Marcos Morau. Madrid, Teatros del Canal, 11-II-2012.
Una de las citas más importantes de la temporada del Teatro Real, en este caso en colaboración con los Teatros del Canal, era la presentación de la antepenúltima ópera del británico Georges Benjamin, «Into the Little Hill», estrenada en 2006 en La Bastille de París, de unos 50 minutos de duración. Se trata, y así se define, de un cuento lírico en dos partes para soprano, contralto o mezzo y conjunto de 15 instrumentistas. El talento del compositor, que pudimos apreciar en 2016 en el Real con su segunda ópera, «Written on Skin», se ratifica con esta creación que teje un lecho sobe el que se mueven una mezzo y una soprano.
Las dos voces corren en paralelo, se persiguen, se contrapuntean, se funden en la repujada marea instrumental a lo largo de un discurso por el que planean las sombras de compositores como Stravinski, Debussy, Janacek, Berg o, incluso, como señala Gago en sus notas al programa, del propio Wagner. Las células motívicas circulan, fluctúan en el curso de una texturas bastante complejas que contribuyen a crear un sostén sonoro especialmente atmosférico y expresivo que incardina con la metafórica historia del libreto de Martin Crimp que tiene como línea conductora el famoso cuento «El flautista de Hamelin».
Montaje y contrastes
El asesor artístico y dramatúrgico, Roberto Fratini, nos pone en situación: Proyectamos en los niños nuestro terror de no saber ser adultos. «Somos el reflejo, aterrado y aterrador, de una copia de nosotros embellecida y sonriente. Y ellos, curados de realidad, evadidos de un mundo concreto, seguramente se vuelvan un día espantosos y ubicuos como cualquier rata. Son presentes e invisibles. O visibles y ausentes». La fuerza de comunicación que emana de esta suerte de parábola es relativa porque todo resulta en exceso abstruso y equívoco. La acción no favorece la claridad del mensaje y el hecho de que las dos protagonistas representen individualmente o juntas a la Multitud, el Extraño, el Ministro, su Mujer, su Hija, un Narrador no ayuda gran cosa. Quizá pueda tener culpa un montaje que juega con numerosos elementos de «atrezzo» en el que intervienen cuatro jóvenes bailarinas contorsionistas, que se pasan toda la representación en el suelo. Hay también dos figuras masculinas y unos niños que ven comics en la tele. Todo my sugerente y escasamente comprensible en un escenario que contempla cómo la casa va poblándose de muebles y finalmente techada.
Pero la música fluye y dota de personalidad a la narración bien movida y plasmada por la siempre eficaz batuta del especialista Tim Murrray al frente de un grupo de 15 buenos músicos, algunos de los cuales manejan instrumentos tan raros y sugerentes en una formación operística como dos cornos di bassetto, un cimbalón o un banjo. El grupo funcionó bien engrasado. Y las dos cantantes pusieron en el empeño un gran profesionalidad. Camille Merckx posee un timbe algo desvaído y una emisión «cupa» que no ayuda demasiado y Jenny Daviet es una ligera de relativo relieve tímbrico que se maneja con soltura en la zona sobreaguda (hasta el re 5). En cualquier caso, el conjunto funcionó como un reloj, lo que motivó cálidos aplausos del respetable.