La Razón (Madrid)

Exaltación del franquismo

- César Vidal

HaHa decidido el ejecutivo social-comunista incluir la exaltación del franquismo en el código penal. Quien esto escribe nunca sintió el menor aprecio por el régimen de Franco. En mi infancia y juventud, me pareció casposo y asfixiante y a medida que han ido pasando las décadas lo he ido viendo como la consecuenc­ia de un pavoroso fracaso colectivo que incluyó un desastre republican­o, una guerra civil y una dictadura de cuarenta años cuya alternativ­a habría sido otra de izquierdas. Dicho esto, me inquieta profundame­nte que se entenderá por exaltación del franquismo. Por ejemplo, si alguien enuncia los innegables éxitos económicos del desarrolli­smo franquista de los sesenta, ¿será castigado? Si señala que peor habría sido la victoria del Frente popular, ¿será penado? Incluso si alguien –la subjetivid­ad es la subjetivid­ad– afirma que la parte de su vida más feliz transcurri­ó durante el franquismo siquiera porque era mucho más joven, ligaba más y estaba más sano, ¿será sancionado? Tengo que decir que la simple idea de que alguien sea castigado por hablar bien del régimen que sea me provoca una profunda repugnanci­a. Supongamos que usted fue un policía de Franco infiltrado en una organizaci­ón terrorista y que luego se ha dedicado a escribir panfletos a favor del dictador. ¿Acaso por eso lo van a encarcelar? ¡Hombre, por Dios, que diga lo que quiera! Serán los historiado­res, segurament­e los de generacion­es venideras, los que vayan afinando el juicio, positivo y negativo, del franquismo y también del nazismo y del comunismo. Incluso personajes como Churchill o Roosevelt no quedarán bien parados ante las nuevas generacion­es. Hasta un día dejará de ser tabú la inmensa culpa de Polonia en el estallido de la segunda guerra mundial, un desastre cuyas semillas llevaba sembrando desde la primera. Sería una muestra de sensatez, de respeto y de democracia que los políticos no entren en la Historia ni para imponer una versión oficial afirmando la perversida­d de Franco o las dulces bondades de la inquisició­n. Sin embargo, todo indica que iremos en la dirección opuesta quizá porque Franco, la inquisició­n, los autos de fe o los tribunales populares en lugar de ser eventos puntuales forman parte de una manera de ver a los demás como el enemigo al que hay que abatir, el hereje que se tiene que retractar o arder o el infeliz que llevará siempre el sambenito. Dios ampare a los pobres españoles.

Tengo que decir que la simple idea de que alguien sea castigado por hablar bien del régimen que sea me provoca una profunda repugnanci­a»

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