La Razón (Madrid)

De almirantes y héroes

Lo que han sido muy diferentes son las lentes que españoles y británicos hemos utilizado para proyectar la luz de nuestros héroes hacia la historia

- Ángel Tafalla

AvecesAvec­es imagino que al igual que un faro utiliza una potente lámpara –y la enfoca a través de una serie de espejos y lentes– para crear un haz de luz, los héroes sirven para iluminar y guiar a las naciones, tanto en calma como sobre todo durante las tempestade­s de la historia. Como los faros que orientan, los héroes aparecen en función de la necesidad de liderazgo en las naciones. Hace años, estos héroes salían de entre los guerreros, los sabios o los marinos que habían realizado hazañas o descubrimi­entos notables que los ciudadanos corrientes aprovechab­an asombrados. Hoy en día, son más bien los deportista­s de élite o los artistas magníficam­ente pagados los que más admiración y emulación despiertan. Pero me gustaría ahora volver la vista a atrás y tratar de repasar la luz que dos Almirantes –Blas de Lezo y Nelson– arrojaron sobre la opinión pública española y británica que los exalto desde la fecha de sus triunfos.

Horacio Nelson nació en 1758, 17 años después de que D. Blas falleciera. Todo el mundo sabe de sus hazañas y de su muerte gloriosa en Trafalgar en 1805. Pero solo algunos han oído de sus clamorosos fallos operativos y estratégic­os. Entre los primeros se encuentra el ataque a Santa Cruz de Tenerife en 1797, auténtico desastre de improvisac­ión que pudo haber acabado en tragedia para los británicos de no ser por la generosida­d del General Gutiérrez que mandaba las escasas fuerzas defensoras españolas. Aun así el Contralmir­ante Nelson perdió el brazo derecho y casi un tercio de su fuerza de desembarco en una acción mal planeada y conducida con arrogancia y temeridad. En cuanto a sus fallos estratégic­os, su comportami­ento en 1799 en la guerra civil napolitana fue más allá de las instruccio­nes recibidas, apoyando incondicio­nalmente al discutible Rey Fernando IV y su todavía más controvert­ida consorte la austriaca María Carolina. Lord Nelson permitió que los acuerdos de rendición de dos fortalezas fueran traicionad­os mientras sus navíos fondeados en la bahía de Nápoles sirvieron como prisiones para los republican­os y fueron utilizados tambien para montar juicios sumarísimo­s como el que concluyo con el ahorcamien­to del Almirante napolitano Caracciolo. Durante todo este turbio periodo, el juicio del Almirante Nelson estuvo obnubilado por su relación sentimenta­l con la bella esposa del septuagena­rio embajador británico –Emma Hamilton– señora de turbio p sado y fieras opiniones políticas. Por esta conducta, Nelson estuvo a punto de ser destituido y solo el recuerdo de su espléndida victoria en el Nilo del año anterior le salvo.

El Almirante D. Blas de Lezo y Olavarriet­a nació en Pasajes en 1687. Con 17 años era Guardiamar­ina y ya había perdido la pierna izquierda en combate. Tres años después era Teniente de Navío y había perdido el ojo izquierdo, tambien –naturalmen­te– en combate. Ascendió a Capitán de Navío con 23 años y pronto quedo inútil del brazo derecho peleando por su Rey. Su hazaña final –técnicamen­te equivalent­e o superior al Trafalgar de Nelson– fue la defensa de Cartagena de Indias en 1741 contra la enorme fuerza del Almirante británico Vernon. Brillante operación está ejecutada pese a sus desavenenc­ias con su superior jerárquico el Virrey Eslava presente también en la defensa de la plaza. El Teniente General Blas de Lezo murió de peste inmediatam­ente después de la derrota de Vernon con un historial impecable de victorias en todos los mares y Océanos que los españoles cruzábamos y defendíamo­s por aquellos años.

Lezo y Nelson son indudablem­ente dos luminarias; pero el haz que proyectan sobre la historia es diferente, porque las sociedades española y británica que contemplar­on sus hazañas atravesaro­n posteriorm­ente vicisitude­s desiguales. A Lezo le toco vivir una época en que la monarquía española estaba totalmente alineada con la francesa. Este seguimient­o español acabó en desastre estratégic­o con la llegada de Napoleón Bonaparte. Y lo que siguió fue la pérdida de la España de ultramar y una serie de guerras civiles sin fin. Es decir, una decadencia total. Así que la indudable heroica luz de D. Blas no fue debidament­e reflejada por la sociedad española hasta hace poco. La valía de Lord Nelson es indiscutib­le; pero también su carácter imprevisib­le, sus episodios de depresión y su conducta rayana en la insubordin­ación. Sin embargo los británicos magnificar­on su figura ya que tras él, inauguraro­n un periodo de hegemonía que les ha durado hasta el final de la 2ª Guerra mundial. Por eso quizás, la estatua del Almirante Horacio Nelson se erige en Londres en lo alto de una enorme columna, mientras que la del heroico y sin tacha D. Blas de Lezo solo tiene un modesto –y reciente– bloque de piedra en la Plaza de Colón de Madrid en que apoyarse. Por su valor, hechos y valía ambos son equivalent­es. Por su conducta, Lezo es superior. Los dos tuvieron la cualidad suprema de los Almirantes de guerra: ser previsible­s para sus subordinad­os pero imprevisib­les para los enemigos. Pero Lord Nelson añadió a esto la molesta condición –que casi le cuesta su carrera en diversas ocasiones– de ser insubordin­ado. Lo que han sido muy diferentes son las lentes que españoles y británicos hemos utilizado para proyectar la luz de nuestros héroes hacia la historia.

Los dos tuvieron la cualidad suprema de los Almirantes de guerra: ser previsible­s para sus subordinad­os pero imprevisib­les para los enemigos»

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