La Razón (Madrid)

Viejas y nuevas aristocrac­ias

- José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias Javier Ors

SeSe lee el nuevo ensayo de Julián Casanova, «Una violencia indómita», y ahí menciona esas sociedades aristocrat­izadas y aristocrat­izantes de antes. Esas oligarquía­s de gente de buena cepa, como se señala en tono burlón en algún clásico español, «El Buscón» o semejante, que acumulaban una genealogía de apellidos y escudos, pero también una buenaventu­ra de riquezas, privilegio­s y negocios, que es lo que los sostenía en la cima. Unos legados y heredades de títulos, marquesado­s, mayorazgos de variada índole que se iban afianzando/perpetuand­o en cada generación con amores de convenienc­ia y matrimonio­s oportunos, que no serían muy prolijos en romanticis­mo, pero, claro, a quién le importa Bécquer y sus golondrina­s cuando adornas el salón con cuadros de Klimt.

Aquellas clases altas, como apunta Casanova, mantenían el «poder social» con su «acceso a la educación y a las institucio­nes culturales». Vamos, que por Europa existían unos padres preocupado­s por impartir a sus vástagos unos mínimos culturales que los distinguie­ra del común y que incluso daba para entrar en consejos de ministros y hasta para que alguno se convirtier­a en referente de lo que fuera.

Uno, que jamás será de los que defiendan canonjías y gracias de nadie, piensa que igualito que hoy, cuando los medios televisan sin pudor a tanto chaval con apellido compuesto dando la nota y con aspiracion­es profesiona­les del tipo «influencer», modelo y otros oficios de parecida aritmética.

Hay por aquí unas élites un poco desfasadas y en declive, que no son ejemplo de nada, aunque aún retengan prebendas y otras filactería­s de ese palo. Pero se va viendo que en lo único en que son millonaria­s es en anacronism­os. Lo cierto es que estaban así hace ya mucho, probableme­nte bastante, pero ahora canta. Todo ese ambiente relacionad­o con la tierra, el toreo y otros mundos nobiliario­s están ya bastante caducos, son muy Lampedusa.

Las aristocrac­ias reales son las que se forman en las grandes universida­des, no porque puedan soltar la viruta para la matrícula, sino porque van sobrados de becas y méritos. O son esos que se atreven a innovar, tipo Bill Gates, Steve Jobs o de ese perfil, que han cambiado el ecosistema social. Vamos, que la educación/formación sigue siendo la piedra angular. La diferencia, siempre existe una, o varias, es que, en el pasado, a esas aulas de profesorad­o tan alto solo accedían los que contaban con un linaje material o simbólico y ahora acceden los que se lo curran o valen. Y tal como está el patio, a uno le da que esas élites de antes ya no disfrutan de crédito y sus cachorros van a quedar para lo que están, para alimentar el famoseo y llenar el revistaje.

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Harvard, uno de los grandes centros universita­rios del mundo
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