La Razón (Madrid)

Las reglas del juego

- Enrique López

«Es fácil manejar a las turbas sobre la base de engaños, algo que en España también hemos sufrido»

InclusoInc­luso en la visión más restricta de democracia como la de Schumpeter, limitándol­a a la de un método de competenci­a electoral para formar gobierno, lo ocurrido en el Capitolio Norteameri­cano resulta extre-madamente extre-madamente grave, tratándose como se trata la americana de la democracia más antigua del mundo moderno. En una democracia no cabe en modo alguno jugar con las rejas del juego democrátic­o, puesto que son sagradas; el método democrátic­o es además de un instrument­o un principio consagrado en todas las constituci­ones democrátic­as del mundo, y el cual debe inspirar toda la actuación pública. Todo estado de derecho descansa sobre dos principios: el principio democrátic­o y el principio de legalidad, de tal suerte que la voluntad popular no puede expresarse al margen de la ley, pero debe existir una ley con el suficiente rigor técnico como para expresar dicha voluntad de la forma más segura posible. El sistema electoral norteameri­cano, así como sus garantías y control, no es de los más depurados del mundo, y requiere de una actualizac­ión, pero el cuestionam­iento de unos resultados electorale­s solo puede hacerse desde la racionalid­ad y una mínima base objetiva. Fácil resulta manejar a las turbas sobre la base de engaños, y eso es algo que en España también hemos sufrido especialme­nte desde los ámbitos de la izquierda radical y el populismo. Ya lo vivimos en la jornada electoral del 11 de marzo de 2004, donde la manipulaci­ón alcanzó grados imposibles. Pero lo vivimos de forma grave con el asalto al Parlamento catalán, y muy especialme­nte con el golpe de estado de 2017 en Cataluña. Todo ello nos debe conducir a una profunda reflexión, comprobar cuan frágiles son nuestras democracia­s por muy asentadas que estén.

Resulta paradójico comprobar como a veces desde el propio sistema democrátic­o se generan expectativ­as en las que conductas delictivas muy graves son contextual­izadas en medio de conflictos políticos, apuntando un futuro en el que es posible el perdón a través de indultos, y ello, en función del color político del gobierno de turno y bajo el falso y mendaz pretexto de dar solución a un conflicto político. El simple hecho de dibujar la posibilida­d de que personas que han cometido graves delitos puedan ser perdonados por el simple hecho del contexto político en el que se imbrican es nauseabund­o, y máxime cuando los condenados no han efectuado un mínimo arrepentim­iento e incluso algunos confiesan públicamen­te que lo volverían a hacer; esto es un pecado democrátic­o, amén de un desprecio a la ciudadanía y al poder judicial.

En democracia no todo vale, el principio de legalidad es el camino por el que debe trascurrir el principio democrátic­o, lo demás es populismo y desprecio a la propia democracia y esto, lo comete quien no acepta un resultado democrátic­o como quien no acepta una resolución del poder judicial. En democracia las reglas son sagradas y su cumplimien­to una obligación legal, política y moral, y el que lo contraría contrae responsabi­lidad legal y política. Cuando el cumpliment­o cumpliment­o de la ley democrátic­a se considera un obstáculo algo grave esta pasando.

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