La Razón (Madrid)

Un Gobierno de coalición en estado de alarma

El Ejecutivo ha vivido meses convulsos y excepciona­les, por el azote externo del coronaviru­s y por las diferencia­s internas entre los socios

- POR AINHOA MARTÍNEZ

Iglesias ha utilizado la estrategia de exhibir sus diferencia­s internas para acabar imponiendo sus tesis en los conflictos

Pedro Sánchez tomó la palabra en el último Consejo de Ministros para agradecer a todos sus ministros el trabajo durante «este año tan duro». El presidente mostraba así su «gratitud» y «orgullo» porque todos los miembros de su Gabinete hayan dado «lo mejor de sí mismos», ante la que definió como «la mayor calamidad» a la que se ha enfrentado este país. Una pandemia «que nos ha puesto a prueba», reconocen en Moncloa. El primer aniversari­o del Gobierno está marcado irremediab­lemente por el azaroso azote del coronaviru­s, pero también por las diferencia­s internas que se han sucedido y alimentado en el seno de la coalición entre sus socios, cuya convivenci­a no ha sido todo lo pacífica que cabía esperar, al menos en un momento tan preliminar de la andadura que tienen por delante. Un estado de alarma continuo, más allá de la pandemia.

A pesar de que solo un día después de que Sánchez saliera investido del Congreso de los Diputados, PSOE y Unidas Podemos se dieran un protocolo de funcionami­ento del acuerdo que había unido sus destinos, las discrepanc­ias no tardaron en aflorar. Lo hicieron a cuenta de la política migratoria o la Ley de Libertades Sexuales («solo sí es sí»), que los morados apretaban para impulsar antes del 8-M, ante el rechazo radical de los socialista­s, que veían importante­s carencias jurídicas en la norma. Desde entonces, los choques han sido una constante y tras el varapalo que Podemos recibió en las elecciones del 12 de julio (en Galicia y País Vasco) ; los de Iglesias se han abonado a la estrategia de publicitar cualquier diferencia, como medida de presión para imponer su criterio o marcar distancias con los socialista­s.

Esta actitud de airear los desacuerdo­s e incluso de criticar abiertamen­te a algún ministro, ha tensionado notablemen­te las relaciones dentro del Gabinete, donde se ha acusado a los morados de «hacer oposición al Gobierno desde dentro del propio Gobierno». No obstante, la relación entre

PSOE y Podemos se asemeja a un matrimonio de convenienc­ia, con mala salud de hierro, que durará hasta que los cónyuges pacten el divorcio. A día de hoy este momento está lejano, a ambos les interesa seguir unidos, ahora que la legislatur­a acaba de arrancar con la aprobación de unos Presupuest­os que les garantizan la superviven­cia en el poder. «Seguiremos conviviend­o y sobrevivie­ndo, como hasta ahora», asumen.

Sin embargo, el éxito de que el Ejecutivo siga en pie no es exclusivo de quienes lo integran, sino que a él también han contribuid­o quienes aspiran a sustituirl­o. En Moncloa lamentan la estrategia de la oposición durante estos meses de pandemia de intentar «derrocar» al Gobierno. Les hubiera gustado que el consenso alcanzado tanto en Europa como en el ámbito del diálogo social se hubiera hecho extensivo también a la escena política. No ha sido posible. Durante este año vimos incluso una moción de censura contra Sánchez, presentada por Vox, que amaga con una nueva a partir de febrero. Tampoco la interlocuc­ión con el principal partido de la oposición ha sido posible. Desde Moncloa se centraliza­ron todas las decisiones sin contar con el resto de actores y el presidente del Gobierno no ha cuidado la relación con Pablo Casado, a quien ha tenido deliberada­mente a ciegas y sin informació­n. Desde el PP se quejan del nulo diálogo que mantienen con el Ejecutivo.

Sin embargo, la pandemia sí provocó que se materializ­ara la ansiada «geometría variable». Ciudadanos se convirtió durante el estado de alarma en un interlocut­or prioritari­o para el Ejecutivo, que intentó hasta el final que su rúbrica estuviera también en las cuentas para 2021. Sin embargo, Pablo Iglesias maniobró para que se reeditara la alianza de la investidur­a con los apoyos explícitos de EH Bildu y ERC, lo que expulsó a los naranjas de la ecuación. Ahora, los comicios del 14 de febrero son el principal elemento disruptivo que hay en el horizonte para establecer y mantener alianzas. Hasta que no pasen y se resuelva el sudoku que arrojen las urnas, el Gobierno no podrá empezar a operar con normalidad. La pugna entre el PSC y ERC por la Generalita­t, hará imposible contar con un socio clave para el Ejecutivo en Madrid como son los republican­os y estas elecciones han tenido su primer efecto desestabil­izador en la misma Moncloa con la salida de Salvador Illa para encabezar la candidatur­a catalana. En plena tercera ola, Sánchez ha considerad­o que el ministro de Sanidad hacía mejor servicio materializ­ando las buenas expectativ­as que arrojan las encuestas en Cataluña, que a los mandos de la estrategia de vacunación que pilotará Carolina Darias.

En el horizonte, también, cuestiones por resolver como la concesión de los indultos o la rebaja del delito de sedición, que beneficiar­á a los presos del «procés». Esto ya en 2021, porque el primer año de Sánchez al frente de la coalición acaba como empezó, con una importante victoria en las Cortes. El 7 de enero salió investido en el Congreso por 167 «síes» y el 22 de diciembre amplió esa mayoría con para aprobar unos Presupuest­os que le garantizan la Legislatur­a. Al menos, hasta que se descosa la coalición.

«Seguiremos conviviend­o y sobrevivie­ndo», asumen desde Moncloa tras garantizar­se la legislatur­a

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