La Razón (Madrid)

Una fórmula maldita: Recesión, paro y deuda

En 2020 nos hemos vuelto más pobres y nos hemos hipotecado de cara el futuro. Una combinació­n que no augura nada bueno si no se aplican las políticas correctas

- Juan Ramón Rallo

Estos días se cumple el primer año de gobierno de la coalición entre PSOE y Podemos. Se trata de un primer año marcado por la pandemia de la COVID-19, pero que en todo caso, y a pesar de ella, también es enjuiciabl­e desde un punto de vista económico. Desde luego, no todo lo malo que ha ocurrido en la economía es atribuible al Ejecutivo, pero el Ejecutivo sí ha tomado decisiones de calado que podrían haber sido diferentes y que habrían arrojado resultados algo mejores a los que observamos en estos momentos. Así pues, analicemos la trayectori­a en tres frentes: evolución del PIB, del empleo y de la deuda pública.

Producto Interior Bruto

Todavía no contamos con los datos de PIB para el conjunto de 2020, pero lo más probable es que nos ubiquemos en una caída de alrededor alrededor del 10%. Es decir, que en 2020 hemos dejado de producir el 10% de lo que produjimos en 2019: unos 120.000 millones de euros perdidos. El dato es, evidenteme­nte, un agregado de todas las industrias, lo que significa que algunos sectores no han experiment­ado perjuicio alguno (como la agricultur­a) y otros se han hundido entre un 30% y un 40% (como la hostelería). A su vez, que el PIB haya caído un 10% no significa que se hayan generado daños irrecupera­bles en nuestro tejido productivo. Delmismomo­do que si una persona se toma un trimestre sabático sus ingresos caerán durante de año un 25% con respecto a un ejercicio habitual, que una economía se paralice parcial y temporalme­nte no implica que pierda de manera definitiva su capacidad para producir bienes y servicios. Sin embargo, evidenteme­nte el riesgo de que sufra pérdidas más profundas está ahí. Puede haber compañías muy endeudadas que, al perder sus ingresos, ingresos, se vean abocadas a la quiebra; trabajador­es que hayan tenido que abandonar sus estudios y hayan perdido años de formación; compañías que hayan dejado de invertir en acumular nuevos bienes de capital o en reponer los existentes tras su depreciaci­ón... Las heridas no tienen por qué ser persistent­es pero podrían serlo. En este sentido, el Gobierno ha hecho bien en proporcion­ar líneas de liquidez durante los primeros meses de la pandemia (sobre todo, durante los meses del confinamie­nto domiciliar­io) para así evitar quiebras no relacionad­as con cambios estructura­les en la economía, pero la extensión de las mismas a lo largo de todo el año (y parte de 2021) también puede generar otro tipo de quebrantos. Por ejemplo, la zombificac­ión del tejido productivo (es decir, que se estén rescatando empresas que no serán valiosas en el futuro porque su demanda desaparezc­a permanente­mente). Por un lado y por otro, por consiguien­te, la economía puede terminar sufriendo daños estructura­les de cara el futuro. Tardaremos como poco varios años en recuperar el PIB perdido en 2020. No está claro cuánto tardaremos en recuperar nuestra capacidad de crecimient­o potencial.

Empleo

Durante 2020 se han perdido 360.000 afiliados a la Seguridad Social. La cifra podrá parecer escasa, dada la magnitud de la caída del PIB que hemos experiment­ado y a la que nos hemos referido con anteriorid­ad. A la postre, en 2009

el PIB cayó menos de la mitad y se destruyero­n más del doble de los puestos de trabajo. Sin embargo, esta cifra es incorrecta por un doble motivo. Primero, si no hubiésemos experiment­ado crisis económica alguna, se habrían creado aproximada­mente medio millón de nuevos empleos (según BBVA Research), de modo que la destrucció­n neta de empleo con respecto a nuestra evolución potencial se ubica en unos 850.000 empleos. Segundo, y más importante, las cifras de afiliación a la Seguridad Social están maquillada­s por los ERTE y por la prestación extraordin­aria de autónomos (los cuales no trabajan pero sí están cotizando a la Seguridad Social): ambas políticas afectan a 1,1 millones de personas. De esta manera, cabe decir que el empleo efectivo destruido en España durante 2020 se aproxima a los 1,5 millones de personas (casi el doble que durante el peor año de la crisis anterior) y si añadiéramo­s las pérdidas potenciale­s, tendríamos una destrucció­n de 2 millones.

El daño laboral, por tanto, ha sido muy intenso y se debe esencialme­nte de la caída del PIB. Sin embargo, no deberíamos obviar cómo la legislació­n de nuestro mercado de trabajo, que encarece la creación de empleos, puede haber agravado innecesari­amente la pérdida de ocupacione­s. Por ejemplo, la subida del SMI ha encarecido la contrataci­ón justo en un momento en el que faltaban incentivos para contratar. Tan es así que el Ejecutivo, de momento, ha optado por congelar el SMI. Pero, ¿por qué congelarlo y no recortarlo si las subidas de 2019 y 2020 se adoptaron en un contexto previo a la pandemia que nada tiene que ver con el actual? El Ejecutivo, y sus políticas ideologiza­das, también son responsabl­es de la falta de dinamismo de un mercado laboral que necesitarí­a de mucha más flexibilid­ad y de menores costes regulatori­os para recuperars­e.

Deuda

Las políticas presupuest­arias dirigidas a compensar parcialmen­te el impacto de la crisis han tenido una influencia presupuest­aria incuestion­able. La deuda pública española habrá cerrado 2020 por encima del 120% del PIB y nuestro déficit en el entorno del 10% del PIB. Estamos, por tanto, en zona de peligro financiero. Aunque ahora mismo los tipos de interés estén bajos, esta situación no tiene por qué ser permanente, de modo que urge reconducir nuestra deuda durante los próximos años. Para ello, habrá que adoptar políticas de ajuste presupuest­ario que pasarán o por subidas de impuestos o por recortes del gasto. El Gobierno PSOE-Podemos parece claramente preferir la primera opción. No en vano, 2021 ha arrancado con subidas en prácticame­nte todas las figuras tributaria­s (IRPF, Sociedades, IVA, cotizacion­es sociales, Patrimonio, creación de nuevos impuestos...). Aumentar impuestos es un camino preferible a avanzar inconscien­temente hacia la quiebra, pero debemos darnos cuenta de que nuestra capacidad de crecimient­o futuro se verá muy seriamente mermada por tales subidas fiscales. Los impuestos impactan negativame­nte sobre la actividad económica y, por tanto, subirlos considerab­lemente mermará nuestro crecimient­o potencial. Teniendo en cuenta los daños que ya ha padecido la economía en 2020, no parece lo más aconsejabl­e, pero la ideología de la coalición gobernante es incompatib­le incompatib­le con recortes profundos del gasto estatal que minimicen los daños a la actividad. Habrá, pues, más impuestos.

Conclusión

En definitiva, 2020 ha terminado con una destrucció­n de valor cercana a los 120.000 millones de euros, con la pérdida de 1,5 millones de empleos y con la acumulació­n de unos 200.000 millones de euros en deuda pública. Nos hemos vuelto más pobres y nos hemos hipotecado de cara el futuro, una combinació­n que no augura nada bueno, en especial si las políticas económicas que se aplican sólo sirven para profundiza­r en las heridas abiertas. O dicho de otro modo, si respondemo­s a uno de los mayores hundimient­os de nuestra historia con más regulacion­es, más subsidios y más impuestos, será muy complicado que levantemos pronto cabeza. Necesitamo­s un programa de reconstruc­ción que pase por la liberaliza­ción de la economía y por el ajuste del déficit desde el lado del gasto. La pandemia no ha sido responsabi­lidad de este gobierno (aunque sí su mala gestión sanitaria). Las políticas económicas que se apliquen durante la post-pandemia, en cambio, sí lo serán y no parece que vayan a ser las más adecuadas.

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EFE Varias personas esperan a que el Banco de Bebé de la Fundación Marina les prevea de alimentos

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