La Razón (Madrid)

Democracia liberal versus democracia iliberal

- José Manuel García-Margallo y Marfil José Manuel García-Margallo y Marfil es ex ministro de Asuntos Exteriores y eurodiputa­do del PP

En los últimos tiempos están ocurriendo en el mundo hechos prodigioso­s muy alejados de todo vaticinio. Acontecimi­entos inusitados que se salen de la norma. El 1 de enero de 2019, Jair Bolsonaro –conocido por sus posiciones nacionalis­tas y proteccion­istas– es investido presidente de Brasil. El 27 de octubre de ese mismo año, el peronismo

–de la mano de Alberto Fernández y de Cristina Fernández de Kirchner– vuelve al poder después de haber arruinado Argentina. El 14 de marzo de 2020, el sandinismo convoca una marcha multitudin­aria «Amor en los tiempos del covid-19» para arropar a Daniel Ortega, que disfruta de su cuarto mandato. El 17 de noviembre de ese año, el Movimiento al Socialismo (MAS) arrasa en las elecciones de Bolivia, solo unos meses después de que su líder Evo Morales se hubiese visto forzado a presentar la renuncia después de unas elecciones considerad­as fraudulent­as por la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA). Solo hace unos días, una masa enfurecida alentada por un discurso incendiari­o de Donald Trump, asalta el Congreso de Estados Unidos, y lo peor es que la mayoría de los votantes republican­os justifican la insurrecci­ón. El nuevo presidente Joe Biden promete enmendar la era Trump, pero está por ver hasta qué punto será posible reconstrui­r las deteriorad­as relaciones dentro y fuera de un país profundame­nte dividido.

Son enormidade­s –como diría Unamuno– a las que se han dedicado ríos de tinta. Valga, de momento, con constatar que probableme­nte es el miedo a las dificultad­es y consecuenc­ias de la globalizac­ión uno de los factores más importante­s que explica estos prodigios: miedo a perder el puesto de trabajo, a ver recortados los salarios o a sentir diluidas identidade­s culturales multisecul­ares supuestame­nte estáticas. Hasta ayer por la tarde dominaba el miedo a sucumbir a un ataque terrorista indiscrimi­nado o a un apocalipsi­s ecológico. Hoy se ha sumado al listado el miedo ante la amenaza y las consecuenc­ias de la pandemia global… A caballo de estos miedos, el temor al otro no ha dejado de crecer, un prejuicio siempre latente y bien arraigado que ha sido hábilmente instrument­alizado y azuzado por los populismos de izquierda y de derecha. El tuit desplaza a la reflexión, el improperio al razonamien­to. Son tiempos

El tuit desplaza a la reflexión, el improperio al razonamien­to. Son tiempos en que la verdad no cuenta

en que la verdad no cuenta.

El deterioro que hoy vivimos no es de ayer, viene de lejos: desde hace unos años el llamado orden liberal –primacía de la ley, separación de poderes, derechos humanos, institucio­nes internacio­nales y orden económico abierto– está siendo sometido a una presión cada vez mayor. Y lo peor es que este sabotaje se alienta desde la Casa Blanca, precisamen­te el lugar donde nació. Los derechos políticos y las libertades civiles en todo el mundo están en su punto más bajo en más de una década. El nacionalis­mo crece como la espuma; se cuestiona la autoridad de los organismos internacio­nales y se denuncian los acuerdos internacio­nales de control de armas (INS) o de lucha contra el cambio climático (Acuerdo de París). Se cuestionan pilares de la democracia liberal que parecían más allá del debate en las democracia­s consolidad­as, desde la libertad de prensa hasta el estado de derecho o la independen­cia judicial. Los autócratas se crecen y las democracia­s liberales se baten en retirada. La libertad está en peligro. El mundo está, como le gustaba decir al presidente alemán Frank-Walter Steinmeier, «out of joint» –fuera de lugar– (Conferenci­a de Seguridad de Múnich, 2018).

En España las cosas no van mucho mejor porque estamos atravesand­o una crisis institucio­nal sin precedente­s. Pedro Sánchez se hizo con el control absoluto del PSOE, un poder que no había tenido ninguno de sus antecesore­s en el cargo. Arropado por este poder omnímodo, pudo entenderse con el Partido Popular y Ciudadanos para iniciar un proceso de regeneraci­ón institucio­nal y económica de gran calado. No quiso; prefirió hacerlo con Podemos, ERC o Bildu inaugurand­o así una política de bloques o frentista que creíamos enterrada desde la Transición. Los frutos de esta forma de hacer gobierno están a la vista: silenciami­ento del Congreso, ninguneo del Senado, abuso del decreto ley, asalto a la Fiscalía e intento de controlar la Judicatura. Ahora la frontera no está entre derechas e izquierdas, está entre los que creemos en la democracia liberal y los que no tienen empacho en destruirla para perpetuars­e en el poder. Al precio que sea.

Concluyo con una frase profética de Ortega y Gasset: «Confío en que los partidos no pretenderá­n hacer triunfar a quema ropa lo peculiar de sus programas. La fácil victoria que pudieran conseguir caería sobre su propia cabeza. La historia no se deja fácilmente sorprender. A veces lo finge, pero es para tragarse más absolutame­nte a los estuprador­es» («Un Aldabonazo», 9 de noviembre de 1931). Así de sencillo.

El nacionalis­mo crece como la espuma; se cuestiona la autoridad de los organismos internacio­nales y se denuncian los acuerdos

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain