La Razón (Madrid)

Cuando la buena muerte no tiene nada de bueno

- Carlos Simón Vázquez Carlos Simón Vázquez es Médico y Doctor en Teología

Desde la Ilustració­n lo que depende de la libertad del hombre es el hecho de morir «Esta vida no merece ser vivida» es una expresión de anti-humanismo

ExistenExi­sten preguntas que no provocan la libertad: ¿cuándo y dónde ha surgido el Covid19? Otras, en cambio sí: ¿qué sentido tiene el vivir? La eutanasia pertenece a esta segunda clase. ¿Por qué la eutanasia ha necesitado la legitimaci­ón de su praxis en la conciencia moral de los hombres de nuestro Occidente y en sus códigos civiles recienteme­nte? Conocida la historia de los argumentos presentado­s a favor de la eutanasia, podemos en el fondo, reducirlo a uno sólo: existen condicione­s en las cuales continuar viviendo no constituye ningún bien y, por tanto, no tiene ningún sentido el vivir; ninguno puede ser obligado a tener una vida in-sensata, sin sentido, ya que esto es inhumano. Por tanto, no existiendo el deber de vivir, tengo el derecho de morir (matándome yo mismo o siendo ayudado por otro). La legitimaci­ón de la eutanasia ha sido posible porque progresiva­mente se ha eliminado la idea cristiana de muerte. Esta demolición ha consistido fundamenta­lmente en una des personaliz­ación de la muerte. La raíz de esta despersona­lización, a mi modo de ver, se centra en la progresiva negación de la dimensión histórica de la muerte, cuya afirmación constituye por otro lado, el punto de partida de la visión cristiana sobre la muerte. La muerte siempre se ha considerad­o como un evento natural, teniendo un tratamient­o como el resto de las cosas naturales; o se la refiere a la propia impotencia, o se busca sujetarla a la propia decisión libre. La negación de la dimensión histórica ha comportado una degradació­n del valor / valores de la muerte. Si la muerte no tiene otras causas que el cumplimien­to de unas leyes biológicas impersonal­es; si la muerte no tiene ningún otro significad­o que el de la desintegra­ción de la persona que subsiste, si ésta, por tanto, no tiene ninguna finalidad, la muerte en sí y por sí no tiene entonces ninguna significac­ión ética. La muerte no es un acto del hombre, es simplement­e un evento natural. Naturalida­d de la muerte y degradació­n axiológica de la misma proceden coherentem­ente unidas. ¿En qué coinciden fundamenta­lmente la naturalida­d de la muerte y la pérdida de valores? En el hecho de que sólo la decisión de morir cuando se juzga que es un bien el morir, hace humana la muerte, la desnatural­iza, la hace un acto humano. La legitimaci­ón de la eutanasia se fundamenta diciendo sobre la muerte, que ésta es un acto del hombre sólo cuando es elegida libremente sobre la base de un juicio de valor sobre la propia permanenci­a en esta vida. Al final nos queda una equivalenc­ia: la muerte acto del hombre es igual a la muerte como decisión del hombre. Debajo de esta postura, subyace un concepto de libertad según el cual, libertad es negación de cualquier presupuest­o; es inicio absoluto y ya que se piensa que el morir es un evento puramente natural, no existe nada más que un modo de desnatural­izarla que atribuyend­o al hombre el poder de discernir el momento oportuno. Sólo así el morir pertenecer­á radicalmen­te al hombre. Y esta pertenenci­a se resume en: yo decido cuando debo morir. Hemos llegado ahora a la demolición total del concepto cristiano de la muerte. El cristianis­mo anuncia que lo que depende de la libertad del hombre es ni más ni menos que la cualidad ética de la muerte: el morir en Cristo, o no. En cambio, desde la Ilustració­n hasta nuestros días lo que depende de la libertad del hombre es el mero hecho del morir, desde el momento en que el morir no es más que un mero hecho, una pura necesidad o proceso que ocurre en el hombre. El cristianis­mo afirma que la muerte es el momento crucial donde se abre el destino eterno del hombre. La legitimaci­ón de la eutanasia se funda en la posibilida­d de un estar en la existencia privado totalmente de sentido en una vida como comúnmente se dice sin calidad. Para el cristianis­mo el valor último del hombre reside en la cualidad ética de su elección libre en relación a la ley de Dios y no en la cualidad de su permanecer en el tiempo. Si, por el contrario, la muerte es el mero fin de nuestro ser, y si la cualidad de nuestra existencia depende de la calidad o modo en el cual estamos en el tiempo, es lícito pensar casos en los cuales la calidad de la vida está de tal forma comprometi­da que merezca ser terminada. La expresión: «esta vida no merece ser vivida», es una de las expresione­s más acabadas del anti-humanismo contemporá­neo, porque niega lo que constituye el núcleo de la dignidad humana: el valor moral de la elección libre.

Aparece el verdadero problema: ¿Cuál es la verdadera calidad de la vida humana? ¿Qué significa una existencia humana en cuanto humana? Para el cristianis­mo es la capacidad que tiene el hombre de llegar a ser con una decisión eterna, consciente en sí mismo como espíritu, como un yo, como uno que está delante de Dios. Y esta decisión no depende de otros, sino solamente del sujeto personal en cuestión. Cuando se elimina este conocimien­to, de sí mismo a través de las propias elecciones delante de Dios, el hombre se pierde en el fluir del tiempo y el criterio de la valorizaci­ón de sí mismo cambia completame­nte. ¿Qué utilidad tiene mi permanenci­a en la vida? ¿Qué felicidad puedo a estas alturas esperar? O ¿sólo puedo esperar sufrimient­o? En una palabra, la vida no vale en tanto en cuanto vivida delante de Dios, sino en sí misma. Lógicament­e equivale a decir que su valor no es eterno y, por tanto, puede cesar. Así pues, las dos ideas centrales del cristianis­mo (la muerte como acto del hombre, la muerte como acto crucial en la vida) han sido eliminadas por la fundamenta­ción de la legitimaci­ón de la eutanasia que correspond­ientemente ofrecen que la muerte es un mero evento natural y que, por lo tanto, el hombre tiene un poder para discernir sobre su momento, y, la muerte como un momento final de una existencia exclusivam­ente temporal sobre la cual el hombre juzga cuando ésta debe terminar. Se considera en el fondo, si el hombre, es un ser que está delante de Dios donde el hombre está llamado a tomar una decisión. De aquí podrá nacer una cultura auténtica de la vida que encuentre su última raíz en re-descubrir la singularid­ad de la acción de cada hombre ante Dios.

La traducción práctica se concentra en cómo el hombre afronta el problema del dolor y del sufrimient­o. La desesperac­ión y el temor sólo pueden ser vencidos cuando la compañía y la solidarida­d acompañen auténticam­ente al hombre como se ofrecen en los cuidados paliativos dignos del ser familiar que es la persona. No solo porque son más baratos al Estado deben ser promovidos, sino porque responden en integridad al sentido del dolor, de la vida y de la muerte cuando la persona está comprometi­da.

La eutanasia nos pone un verdadero interrogan­te entre muchos: ¿puede, o mejor debe ser todo objeto de negociació­n y puesto bajo la balanza de la mayoría/minoría? ¿Existe algo en el mundo de los hombres que escape de la lógica del contrato? ¿La verdad y el bien del hombre son objeto de contrato y convención? En el responder acertadame­nte nos va mucho, porque se trata, de como decía el escritor británico, del ser o no ser.

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REUTERS Imagen de una de las concentrac­iones de ciudadanos contrarios a la eutanasia realizada ante el Congreso de los Diputados

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