Condena silenciosa
Ni el Papa ni ninguna autoridad competente de la Santa Sede han comentado públicamente el vandálico asalto al Capitolio de Washington ni la responsabilidad del presidente Trump en dicho ataque a la democracia. Es estricta norma del Vaticano no realizar ningún acto o gesto que pueda ser interpretado como una injerencia en los asuntos internos de un país.
Actitud bien distinta es la que han adoptado los más altos representantes de la Iglesia católica de los Estados Unidos. El Presidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de Los Ángeles José Gómez, después de recordar que «la transición pacífica del poder es uno de los sellos que caracterizan a esta gran nación» hizo un llamamiento a sus conciudadanos a «volver a comprometernos con los valores y principios de nuestra democracia».
El arzobispo de la capital, el recién nombrado cardenal Wilton Gregory, denunció por su parte que «quienes recurren a una retórica incendiaria deben aceptar cierta responsabilidad por incitar la creciente violencia en nuestra nación». El arzobispo de otra gran ciudad, San Francisco, Monseñor Salvatore J. Cordileone, ha ido aún más lejos afirmando que lo que menos necesita hoy su país es «añadir un intento de guerra civil».
Al todavía presidente no le ha faltado, sin embargo, el incondicional apoyo de su «aliado» Monseñor Carlo Viganò, el despechado ex Nuncio Apostólico en los Estados Unidos y del sector más ultramontano del episcopado norteamericano. Han mantenido también la boca muy cerrada –¿por miedo al ridículo?– los líderes de algunas sectas que en el reciente pasado han defendido a capa y espada la política y la persona de Donald Trump.