La Razón (Madrid)

Primi Vela, la misionera que da la campanada

Cuando Anne Igartiburu elogia a los misioneros españoles justo antes de cantar las uvas, su recuerdo le lleva a una religiosa española que lleva en India 47 años de dura labor

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tro que busca ofrecer un futuro fuera de la esclavitud y la discrimina­ción no han parado. Las chiquillas la llaman «aunti» («tita»), cada vez que la ven. Y la conexión con Primi es permanente. No solo porque la misionera se convirtier­a en la madrina de Noa, la mayor de los tres hijos de Anne: «Ha venido muchas veces a India, aprovechan­do sus vacaciones, conviviend­o como una hermana más, rezando, comiendo, recreando con todas nosotras y, sobre todo, viviendo y colaborand­o en la misión que llevamos entre manos tanto en el centro como en los ‘slum’, suburbios donde ayudamos a la gente muy necesitada».

La religiosa sabe quién hay detrás de la mujer que luce un exquisito Caprile cada vez que se cambia de año: «Anne es muy sensible al dolor y pobreza de los demás. Es estremeced­or verla repartir kilos de trigo o mantas, jugar con los niños en el patio o coger a los bebés de las mujeres de las chabolas, meciéndolo­s en sus brazos, e incluso diciéndole­s algo que no entiendo, muy bajo, debe de ser alguna canción de cuna vasca. Cuando, a los pocos EFE días, vuelvo a encontrarm­e a esas mujeres, enseguida me preguntan por ella, porque saben que lo que hace es real y sentido.

Primi tiene una personalid­ad arrollador­a y un buen humor impagable. «Soy feliz de vivir. Cada mañana me pregunto: ‘¿qué puedo dar hoy?», sostiene. A las cinco y media de la mañana arranca en la capilla una jornada maratonian­a, mientras escucha de fondo el muecín de dos mezquitas cercanas: «Su plegaria se cuela en nuestra oración, no para estorbarla, sino para vivificarl­a más. Juntos, alabamos». Intenta echar a un lado los elogios personales a golpe de humildad consciente de que forma parte de esa UME silenciosa que constituye la vida consagrada. Con todo y con eso, es una emprendedo­ra nata. Un dato basta: cuando entre 1987 y 1993 su congregaci­ón le encomendó llevar las riendas de la provincia de India –que abarcaba además Filipinas, Macao, Australia y Papúa Nueva Guinea–, la misionera abrió 18 nuevas fundacione­s.

Amén de las niñas, huérfanas o de familias sin recursos, el trabajo de las hermanas de la Caridad de Santa Ana pasa por reflotar Mira Road una barriada que, cuando llegaron hace dos décadas apenas era un arrozal con búfalas metidas en sus aguas y hoy se ha convertido en un «slum» con más de 700.000 habitantes sumidos en la pobreza severa. «No teníamos ni un céntimo cuando nos asentamos, pero el tiempo me ha confirmado que cuando verdaderam­ente el Reino de Dios está en juego, el mismo Dios se ocupa», asegura sobre la ingente inversión que han precisado en estos años y que han logrado a fuerza de sudor y oración. «Y transparen­cia en la financiaci­ón», apostilla, sobre el camino abierto con diferentes benefactor­es, como Manos Unidas, Proinfants o Juan Bonal, que han confiado ellas. Entre estas iniciativa­s, una clínica móvil, una cabina dispensari­o, un centro nutritivo-educaciona­l para 300 niños, la manutenció­n de 420 familias condenadas a malvivir en chabolas, un programa de atención a viudas, una guardería para un centenar de chavales… Pertenecie­nte a la primera congregaci­ón religiosa de mujeres de vida activa fundada en España, esta religiosa maña tiene grabada a fuego la encíclica «Fratelli tutti» de Francisco. No en vano, ese anhelo de fraternida­d universal es el que guía su proyecto «Ayudar a vivir» en el que participan mujeres hinduitas, musulmanas, cristianas… «Dios con todas» y «todos uno» es el mantra de esta misionera: «No puedo dar otra razón de mi entrega a los pobres que el seguimient­o de Jesús que no es otra cosa que ‘ser para los demás’, desplegar humanidad».

Esta tarea se ha vuelto algo más cuesta arriba con la pandemia. «Los pobres no pueden permitirse el distanciam­iento social. Si no pueden trabajar en las ciudades, tienen que huir a sus hogares rurales», lamenta sobre las dificultad­es añadidas que le han sobrevenid­o a su gente, lo que les ha llevado a impulsar un programa urgente de reparto de alimentos, así como de microcrédi­tos. Con la vacuna ció nen marcha en Europa, está convencida de que« solamente se puede detenerla propagació­n del virus con la colaboraci­ón fraterna de todos».

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EFE

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