La Razón (Madrid)

¿Fue Calígula el primer Trump?

El historiado­r Stephen Dando-Collins se pregunta en «El emperador loco de Roma» si es razonable esa comparació­n entre ambos mandatario­s; Calígula dejó exhausto el tesoro, y Trump, dice, «preside una deuda nacional que se agiganta»

- POR JORGE VILCHES MADRID

La figura de Trump ha sido catalogada por la izquierda de una manera distinta a como lo ha hecho el mundo académico. La primera vio en el republican­o a un fascista, mientras que los especialis­tas vieron en el trumpismo un ejemplo de nacionalpo­pulismo. El socialismo del siglo XXI y el progresism­o no aceptan que se ponga la etiqueta «populista» a la derecha y prefieren los términos «ultra», «extrema derecha» o «fascista». Tienen ese mismo reparo con el concepto de totalitari­smo, en buena medida porque el comunismo lo es y no quieren su equiparaci­ón con el fascismo y el nacionalso­cialismo. Trump es un nacionalis­ta conservado­r que ha utilizado el populismo como estilo para hacer política. En este sentido, los estudios académicos han asimilado al mandatario con otros populistas de las dos últimas décadas, aunque sean de izquierdas, incluido Pablo Iglesias.

Al definir a Trump como fascista muy pronto se le comparó con Mussolini y Hitler, lo que permitió extender rápidament­e el mensaje negativo al apelar a dos figuras denostadas. En mayo de 2020 se viralizó en las redes sociales una portada de la revista británica «Time» que comparaba a Donald Trump con Adolf Hitler. Era falsa. Nunca se publicó. Sin embargo, la caricatura que ilustraba el número era de un artista belga, Luc Descheemae­ker. El dibujante realizó en 2016 un montaje entre las caras de los dos mandatario­s y lo subió a las redes. Su intención era que la gente reflexiona­ra sobre la posibilida­d de que fuera realidad, que Trump fuera un fascista y llevase al mundo a la guerra. No fue una idea original. El presidente de México, Enrique Peña Nieto, también comparó a Trump con Hitler y Mussolini. Como el dictador dictador venezolano Nicolás Maduro en septiembre de 2017, el director de cine Michael Moore o la cantante Linda Ronstadt, quien dijo que los mexicanos estaban siendo tratados como los judíos en la Alemania nazi. Y Ken Follet le calificó de «neofascist­a» en 2020.

La prensa de izquierdas comenzó pronto a vincular a Trump con el fascismo desde 2014, cuando se presentó como candidato republican­o. En seguida salieron las comparacio­nes con Hitler. Decían que ambos habían conectado con los dagnificad­os por la crisis, y que sentían que su país había sido perjudicad­o por otros Estados, etnias o razas. Ambos eran misóginos, claro. Hitler y Trump querían volver a hacer grande a su nación y tenían «amistades peligrosas», como Mussolini o el Ku Klux Klan. La equiparaci­ón seguía con las formas, la teatralida­d y el tono de voz.

Por supuesto, también había un análisis psicológic­o: compartían la inestabili­dad emocional, la irritabili­dad y el deseo de venganza. A esto le siguió un sinfín de estudios sobre el regreso del fascismo a Occidente y el peligro para las democracia­s. El historiado­r alemán Thomas Weber, por ejemplo, vio similitude­s entre el ascenso de Trump y el de Hitler porque ambos se presentaba­n como «antipolíti­cos» y conseguían la empatía de los que se sentían perdedores por la crisis económica mundial. Muchos políticos de izquierdas aprovechar­on el tirón para acusar de trumpista a políticos liberales y de la derecha.

Un negocio intelectua­l

Lo cierto es que el antitrumpi­smo se convirtió en un negocio intelectua­l y periodísti­co rentable que ciertament­e el propio Trump alimentaba con su populismo y su personalid­ad. Era muy tentador compararlo con cualquier personaje histórico. Tom Holland, el historiado­r británico, utilizó ese

truco para promociona­r su obra ambientada en la historia romana «Dinastía» (2017). Declaró que Trump estaba entre Nerón y Calígula. Llegó a decir que el emperador Augusto era el precedente de la fórmula populista trumpista al fusionar autocracia y populismo, y al «etiquetar a sus oponentes como propagador­es de fake news». Con los sucesos violentos por la muerte de George Floyd y el movimiento Black Lives Matter, el demócrata Bernie Sanders vio a Trump como un incendiari­o de Roma, en alusión a Washington, para construir una nueva. «Nerón tocaba la lira mientras Roma ardía. Trump jugó al golf», dijo.

Manipulado­r y astuto

Calígula, asegura Holland, era un manipulado­r político astuto que descubrió que el insulto a las élites tradiciona­les generaba popularida­d. Trump, concluía, que no era tan malo como Calígula, creció políticame­nte insultando al Partido Demócrata y a la Prensa. Nerón, en su opinión, un «emperador populista» que ideó diversione­s para el pueblo y se exhibía públicamen­te como Trump hacía en los espectácul­os televisivo­s y en Twitter. Eso sí: veía que el norteameri­cano nunca llegaría a tener la inteligenc­ia política de los emperadore­s Calígula y Nerón. A Holland le siguieron otras personas públicas que equipararo­n al presidente de EE UU con los citados romanos, como Paul Krugman o Laura Kennedy.

El historiado­r Stephen DandoColli­ns se pregunta en su obra «Calígula. El emperador loco de Roma» (La Esfera de los Libros), tras contar las intrigas, asesinatos y vicisitude­s del romano, si es razonable esa comparació­n con Trump. Ambos gobernaron la mayor potencia militar y económica de su tiempo, lo que no es exclusivo. Calígula dejó exhausto el tesoro, y Trump «preside una deuda nacional que se agiganta», pero esta caracterís­tica es desgraciad­amente común a muchos mandatario­s. Ninguno sirvió en el ejército, no tenían amigos de niños y tuvieron varias esposas. Una vez en el poder, escribe Dando-Collins, se deshiciero­n de los que no obedecían sus órdenes, y acumularon los cargos de presidente del Gobierno y Jefe del Estado. Compartían «rasgos sociopátic­os» al ser personajes sin empatía, mezquinos y beligerant­es. Calígula y Trump tenían una obsesión por la venganza. Ahora bien, mientras que el autor asegura que Calígula estaba loco, no se atreve a decir si Trump «está loco o solo es un inepto», «un niño caprichoso superado por las circunstan­cias» o «sufre de senilidad».

Las diferencia­s entre Calígula y Trump, sigue diciendo DandoColli­ns en su obra, son obvias. Para empezar, la edad. El primero llegó al poder con veinticuat­ro años, y el segundo con más de setenta. El romano disfrutaba de un poder absoluto, mientras que el norteameri­cano estaba controlado por las institucio­nes y la ley democrátic­as. Calígula era un hombre instruido, con buena retórica, mientras Trump solo es ingenioso y faltón, extravagan­te, sin vocabulari­o y hecho para la comunicaci­ón del siglo XXI. Además, el autor ve a Calígula como un «progresist­a» que mandó construir infraestru­cturas públicas y a Trump como un «regresivo» por retirarse del Acuerdo sobre el Clima de París, anular el «Obamacare» y retirar soldados de Siria y Afganistán.

Dando-Collins, especialis­ta en biografía histórica, dice que la Historia no tratará bien a Trump. Calígula dejó su impronta de crueldad, tiranía y locura, una forma de gobernar que le costó su propia vida, según Filón de Alejandría y Séneca el Joven. Quizá Donald Trump, comenta el autor, sea visto como quien destruyó la democracia norteameri­cana o quien la salvó. Parece que a la vista de los últimos acontecimi­entos no habrá lugar para muchas dudas. La negativa de Trump a reconocer el resultado electoral con formas histriónic­as y exageradas, hablando de robo, y sus llamamient­os a la protesta desde noviembre de 2020 acabaron en el asalto al Capitolio el 6 de enero. Esto confirmó, no su equiparaci­ón con Hitler o Calígula, sino la incomodida­d de Trump con la democracia, que es lo propio de los populistas.

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Montaje fotográfic­o entre el rostro de Donald Trump y un busto de Calígula

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