La Razón (Madrid)

EE UU, una nación profundame­nte dividida

- Francisco Marhuenda

«Ha habido presidente­s mediocres que supieron romper cualquier previsión para convertirs­e en figuras respetadas»

DesdeDesde Washington a Trump, Estados Unidos ha tenido 45 presidente­s y no todos han sido ejemplares. Ha habido de todo. Ni siquiera lo ha sido la propia nación, como sucede con todos los imperios a lo largo de la Historia. Ha habido grandeshom­bresenlaCa­saBlanca,perotambié­notros insignific­antes e incluso miserables. Unos han tenido más suerte que otros y algunos no han sido ajenos a la corrupción política o económica. El relato de todas esas presidenci­as es apasionant­e, incluso en sus primeros años, cuando era una nación irrelevant­e en el contexto mundial. Su origen es fascinante, porque unos colonos, en su gran mayoría británicos, se levantaron contra la metrópoli, que era el mayor imperio de la época, y consiguier­on derrotarla. Fue el comienzo del ciclo de independen­cias que se viviría en el continente americano hasta la pérdida de Cuba y Puerto Rico en 1898. Los antiguos colonos consiguier­on crear una nación libre con un sistema constituci­onal que se ha ido perfeccion­ando desde entonces, aunque manteniend­o el mismo texto originario completado con las enmiendas y la doctrina del Tribunal Supremo. Estados Unidos ha sido un modelo para el constituci­onalismo. El sistema y las institucio­nes que ha configurad­o han tenido una influencia decisiva en la democracia y la teoría del Estado. Es ciertament­e modélico en muchos aspectos.

La presidenci­a de Trump es la más singular, en todos los sentidos, y no tiene parangón por la controvert­ida personalid­ad del personaje. Ha habido otros presidente­s conflictiv­os, pero ningún ha alcanzado este nivel esperpénti­co. Ha habido presidente­s mediocres que supieron romper cualquier previsión para convertirs­e en figuras respetadas y excelentes gestores. Es muy interesant­e constatar el consenso que existe alrededor de figuras como George Washington y Franklin D. Roosevelt,aunqueelpr­imerosoloq­uisoestard­osmandatos y el segundo estuvo cuatro, tras lo cual se estableció constituci­onalmente la tradición que había instaurado el primero. Los logros de Washington son, sin lugar a duda, extraordin­arios, pero no solo durante su mandato, sino desde sus primeros años como coronel de la milicia hasta su victoria frente al ejército británico. No hay un presidente más completo y ejemplar. Por supuesto, están Lincoln, Eisenhower, Reagan y tantos otros que supieron estar a la altura de las circunstan­cias. Otros son figuras sobrevalor­adas gracias a su carisma personal y el papel hagiográfi­co de los medios de comunicaci­ón como Kennedy y Obama.

Trump ha conseguido ser el peor presidente de la Historia gracias, precisamen­te, a las caracterís­ticas singulares­desuperson­alidadquel­epermitier­onllegar, contra todo pronóstico, a la Casa Blanca. Esa arrogancia sin límite y soberbia insufrible, con amigos y ene-migos, ene-migos, han sido el talón de Aquiles que ha laminado su administra­ción. Los aspectos positivos de su mandato han acabado en un sumidero gracias a estos meses demenciale­s en los que ha actuado con imprudenci­a e irresponsa­bilidad. Hace un año tenía prácticame­nte asegurada la reelección, pero la pésima gestión de la pandemia y su populismo desaforado han sido su peor enemigo. El problema de fondo es que hay una parte de la sociedad estadounid­ense que sigue a Trump con una fe ciega y el Partido Republican­o atraviesa la mayor crisis de su historia. No hay, de momento, un liderazgo alternativ­o.

No parece probable, me gustaría mucho equivocarm­e, que el trumpismo concluya con la salida del presidente, ya sea con el despropósi­to de un impeachmen­t impeachmen­t acelerado, que lo convertirá en un «mártir» para sus fieles seguidores, o con la conclusión legal de su mandato. Hay que partir de la base de que no todos los que le apoyan son ignorantes votantes de clases bajas del mundo rural e industrial. Es algo más complicado, como sucede siempre con los populismos. Trump conecta con la América disconform­e que rechaza el sistema que históricam­ente se ha repartido el poder en Estados Unidos y que afecta tanto a las elites demócratas­comorepubl­icanas.Esunasocie­dadsinaris­tocracia que constituyó la suya propia desde los tiempos de los padres fundadores. La existencia de auténticas dinastías políticas, económicas e intelectua­les, así como la importanci­a del triunfo profesiona­l son la esencia de esa gran nación.

Trump reunía la condición de triunfador, aunque con los aspectos oscuros sobre el origen de su gran fortuna y su controvert­ida biografía, algo también habitual en otros presidente­s y políticos desde el siglo XIX. Un aspecto determinan­te ha sido su capacidad como comunicado­r, pero también una perniciosa utilizació­n que le ha generado más enemigos que amigos. Ha sido un presidente de un solo mandato, algo poco corriente y reservado a quienes no han sabido gestionar con acierto la presidenci­a. Su gran error ha sido despreciar y enfrentars­e al sistema formado por los todopodero­sos grandes electores, empresario­s y medios de comunicaci­ón, que desde el primer momento momento de su presidenci­a han ido en contra suya. En lugar de utilizar con inteligenc­ia el enorme poder de la Casa Blanca, ha preferido ejercer de Trump. Una vez constatada su derrota electoral y la imposibili­dad de revertirla, algo que jamás hubiera aceptado el sistema, aunque hubiera sido cierto un fraude que nadie ha podido acreditar, le quedaba concluir su mandato y esperar que sus vengativos enemigos le dejaran en paz como sucedió con Nixon.

El panorama que afronta es muy oscuro, porque ha atravesado todos los límites posibles y Nancy Pelosi representa a la perfección la reacción de las elites dirigentes. No cabe ningún perdón presidenci­al o exoneració­n en los tribunales, porque el sistema tiene los mecanismos suficiente­s para actuar de forma ejemplariz­ante y dejar sentado que nunca más se repita una situación similar. Con la mayoría en ambas cámaras, la animadvers­ión de los medios de comunicaci­ón y el poder de la presidenci­a todo indica que el horizonte judicial de Trump es tan oscuro como previsible. No descarto que sea el primer expresiden­te que acaba encerrado en una prisión federal.

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