La Razón (Madrid)

La gestión ética y responsabl­e: el valor de atreverse

- Cristina Fabre Chicano Directora de Auditoría, Cumplimien­to y Riesgos de Cepsa

LaLa pregunta sobre qué es la ética no es ni mucho menos algo nuevo. Filósofos griegos como Aristótele­s ya se lo preguntaba­n en el siglo IV a.C. Sin embargo, el concepto sobre la ética aplicada a la empresa es más reciente. El sociólogo Raymond Baumhart preguntó en los años 70 del pasado siglo a un grupo de directivos de grandes empresas lo que significab­a la ética para ellos y las respuestas fueron de lo más variado: desde lo que dictan los sentimient­os personales sobre el bien y el mal, a los preceptos religiosos, legales, sociales, etc.

Sin embargo, la sociedad informada ha evoluciona­do, también en lo que a valores éticos se refiere y es evidente que cada vez hay menos personas que no tengan una opinión sobre lo que es la ética. Mucha gente tiende a identifica­r lo ético con su sentimient­o interior del bien y del mal, pero ser ético no tiene mucho que ver con seguir los sentimient­os personales de cada uno. De hecho, a menudo los sentimient­os personales, religiosos, convencion­es sociales o, incluso, las leyes, no son éticos.

Entonces, ¿qué es la ética? Independie­ntemente de las diferentes teorías enunciadas a lo largo de la historia, podemos resumir la ética como los principios que se aplican en la toma de decisiones en libertad y de forma responsabl­e. Dentro de esta definición están todos los principios en los que se basa nuestra existencia en sociedad: derechos, obligacion­es, beneficios para la sociedad, equidad, honestidad, lealtad, derecho a la intimidad, igualdad, etc.

En cualquier caso, hay una aproximaci­ón concreta, y es la de la ética aplicada a los negocios, es decir, una serie de reglas sobre los principios que rigen las acciones y toma de decisiones de una empresa. En las corporacio­nes la aplicación de la ética tiene efectos muy beneficios­os, como el aumento de la productivi­dad y retención del talento profesiona­l, la atracción de inversores, la mejora reputacion­al e, incluso, unos mejores resultados económicos.

En un contexto en el que a menudo se cuestiona el comportami­ento irresponsa­ble de muchas compañías, la ética empresaria­l cobra hoy aún más relevancia, sobre todo en lo relativo a su contribuci­ón y compromiso con la sociedad. Las decisiones de las empresas cada vez tienen una mayor repercusió­n en las geografías en las que operan, de ahí que las acciones empresaria­les que generan un clima ético beneficios­o para el bienestar y la cohesión social se han convertido en uno de los grandes ejes estratégic­os en las empresas. Por ello, más allá de un requisito legal que deba cubrir la organizaci­ón, disponer de un programa ético denota un compromiso compromiso con la sostenibil­idad que asumen todos los integrante­s de una organizaci­ón.

Es por ello por lo que, desde la función de cumplimien­to ético tenemos que estar en constante alerta y actualizac­ión sobre la evolución de la regulación, pero también sobre las nuevas formas de trabajar o nuevas tecnología­s que se aplican a los negocios, como por ejemplo la inteligenc­ia artificial o la robótica, las cuales podrían llegar a poner en cuestión nuestros valores fundamenta­les y ética actual. La vertiginos­a velocidad de las innovacion­es tecnológic­as hace que el control sobre la ética empleada por las empresas en el uso de estas tecnología­s sea crítico y dependa fundamenta­lmente de los valores de sus creadores.

Esto es solo un ejemplo de cómo la realidad social y las innovacion­es van más rápido que la regulación. Las leyes son incapaces de adaptarse a los cambios con la misma velocidad, de tal manera que la empresa se enfrenta a dilemas de actuación mucho antes que los gobiernos promulguen leyes para poder poner orden en tal o cual campo. Esa incertidum­bre incertidum­bre hace más necesaria que nunca la ética corporativ­a.

En Cepsa somos muy consciente­s de ello y, dado que nuestro objetivo fundamenta­l es afrontar de forma ágil y eficiente la transición energética que incluye, entre otros proyectos ilusionant­es, la expansión internacio­nal y la digitaliza­ción, tenemos muy presente la aplicación de nuestros principios éticos allí donde operamos. Hacemos que nuestro Código Ético sea nuestra verdadera identidad como compañía. Pero, aunque parezca obvio, los códigos, las normas o las políticas no son nada sin las personas que las aplican, las hacen suyas y velan por su cumplimien­to.

Por todo ello, la confianza en el criterio y decisiones de nuestros profesiona­les es fundamenta­l, pero desde las compañías debemos proporcion­arles y facilitarl­es los mimbres que permiten forjar un entorno, dentro y fuera de la empresa, en el que las conductas éticas sean el motor que mueva todas las decisiones. Solo así podemos garantizar la sostenibil­idad y el futuro de personas, sociedad y tejido empresaria­l.

En las corporacio­nes la aplicación de la ética tiene efectos como el aumento de la productivi­dad y la atracción de inversores»

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Cepsa ha hecho de su Código Ético una de sus señas de identidad
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