Adiós a Javier Cremades, motor de la JMJ de Madrid
El sacerdote del Opus Dei fallece a los 74 años de una enfermedad pulmonar
Adosado a su nombre, siempre quedará la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid. Más que a su nombre, a sus méritos. Porque la labor callada de fontanería ejercida por Javier Cremades para sacar adelante aquel encuentro de 2011 que trajo a Benedicto XVI solo él –y Dios– lo saben con exactitud, por mucho que hayan trascendido detalles de sus incontables gestiones que le fueron reconocidas. Su misión como director de los actos centrales de la JMJ madrileña visibilizó una tarea de mediador eclesial que ejerció allá donde estuvo destinado Javier Cremades, que el pasado 7 de enero fallecía en Madrid a los 74 años tras una enfermedad pulmonar.
Ordenado sacerdote del Opus Dei en 1973, este maño licenciado en Medicina y Cirugía y doctor en Teología, desarrolló su labor pastoral en Pamplona, Santiago de Compostela, Torreciudad y Madrid. Tal era su capacidad de trabajo que durante el confinamiento escribió el libro «Los planes de los Cremades: una familia amiga de san Josemaría», que alcanza las quince mil descargas.
Fue capellán de las facultades de Derecho y de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense; fundador de Cáritas Universitaria; miembro del Consejo Presbiteral; rector de la iglesia del Espíritu Santo y del santuario de Torreciudad y delegado de actos públicos del Arzobispado de Madrid. De su «creatividad extraordinaria para transmitir el Evangelio» da fe el actual obispo de Segovia, César Franco, que trabajó codo a codo con él para preparar el multitudinario encuentro de jóvenes. Yago de la Cierva, director director ejecutivo de la JMJ 2011, le recuerda como «un hombre profundamente enamorado de Cristo» y destaca cómo «sacó todo el partido a su fantasía y su capacidad de involucrar a personas».
Prueba de su ingenio ligado a la evangelización es la difusión de dos millones de crucifijos a modo de medicamento, con prospecto incluido, bajo el lema «La medicina que todo lo cura». O un proyecto para la oración del rosario adaptado a un plano de metro de la ciudad de Madrid. Para Belén Vegas, arquitecta que colaboró con él en algunas iniciativas, el sacerdote fallecido a través de estos dones puestos al servicio de los demás reflejaba «la presencia de Cristo». «Y este reflejo divino, como un imán invisible, atrae a las almas», apostilla Vegas. Cremades conoció personalmente a san Josemaría Escrivá de Balaguer, al que siempre definió «un padrazo, muy buen amigo de sus amigos»: «Le recuerdo hablándonos de libertad: ‘Pensad en todo como os dé la gana, haced siempre lo que os parezca mejor. Sois libérrimos».