Cuba, un quebradero para Biden
El presidente electo quiere recobrar el liderazgo que Estados Unidos cedió a China en América Latina. La Habana, Caracas y el legado de Trump, sus principales obstáculos
América Latina aguarda expectante los primeros pasos de Joe Biden. Bajo el lema «Estados Unidos ha vuelto», el presidente electo, que comenzará su mandato el 20 de enero, ha prometido una rectificación radical de la política aislacionista de Donald Trump. Y la región, por la que Biden mostró preferencia —llegó a visitarla 16 veces— como vicepresidente de Barack Obama, puede ser de las primeras en sentir los efectos del cambio de rumbo.
Biden quiere recuperar la iniciativa en lo que Estados Unidos consideró tradicionalmente su «patio trasero», donde China ha acabado imponiéndose como líder comercial. Pero serán muchos los obstáculos. Su agenda internacional se verá inicialmente lastrada por el turbulento cierre de la era Trump y el «impeachment» contra su predecesor amenaza con retrasar la aprobación en el Senado de los nombramientos claves para el nuevo Gobierno.
regalo envenenado del presidente saliente fue la inclusión el pasado lunes de Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo, un movimiento tardío que liquida el deshielo con La Habana de Obama. Al próximo secretario de Estado, Anthony Blinken, le llevará tiempo anular una medida que dificulta cualquier posible nuevo acercamiento que pudiera desear Biden y deja en situación aún más precaria a la economía de la isla, ya muy castigada por el colapso del turismo a causa de la pandemia y décadas de ineficientes políticas comunistas. Trump ha ido paulatinamente dejando sin efecto el acercamiento a la Cuba de Rául Castro que fue una de las señas de identidad de Obama. La decisión de convertir a la isla en el único país latinoamericano de una lista en la que solo están Siria, Irán y Corea del Norte, supone un paso de tal calado que han llovido las críticas porque la haya tomado un Gobierno al que le quedan solo unos días de vida. Se acusa a Trump y al secretario de Estado, Mike Pompeo, de intentar hipotecar la política exterior de la nueva Administración. Juan González, el colombiano al que Biden ha designado como director general para la región, ha expresado una queja habitual entre los demócratas: «La Administración Trump no tiene una política hacia América Latina, sino una estrategia electoral para el sur de Florida», en alusión al nicho de votantes formado por exiliados cubanos que se mantienen fieles a Trump por su firmeza frente al comunismo.
Para la Cuba comunista el anuncio no podría llegar en peor momento. El Gobierno del burócrata Miguel Díaz-Canel, siempre bajo la atenta mirada del anciano Castro, intenta sacar adelante dolorosas reformas para resucitar una economía esclerótica. DíazCanel anunció en diciembre la eliminación del CUC, una de las dos monedas oficiales en la isla, como parte de un plan para rectificar décadas de distorsiones proOtro vocadas por los controles estatales y la corrupción. Las medidas ya han provocado un aumento de la inflación, un golpe más a los cubanos de a pie, que han visto como en el año de la pandemia volvían las colas y la escasez a las que tuvieron que acostumbrarse tras la caída de la URSS. La decisión del Gobierno Trump aprieta un poco más la soga. Supone un endurecimiento del embargo estadounidense, que Obama no llegó a levantar, y disuadirá a la mayoría de los inversores internacionales de hacer negocios en Cuba. Biden ya ha dado muestras de querer recuperar muchas de las políticas de Obama. Tanto, que muchos de los altos cargos que ha anunciado ya formaron parte del equipo de entonces. Es previsible que intente retomar la distensión con Cuba. Los últimos pasos del presidente saliente añaden más piedras en ese hipotético camino.
Pero el reto más endiablado lo representa el gran aliado regional de Cuba, la Venezuela de Nicolás Maduro. Las violaciones de derechos humanos de su gobierno y una crisis económica catastrófica han empujado a millones de venezolanos fuera de su país y su integración se ha convertido en un problema mayúsculo en la vecina Colombia y otros países a los que llegan. El reconocimiento ya hace dos años del líder opositor Juan Guaidó como presidente interino del país no mejoró las cosas. Maduro resiste y Biden ya ha dado muestras de querer distanciarse de una política en punto muerto. Según la prensa estadounidense, ni siquiera ha respondido las llamadas de Guaidó.
Biden explorará la posibilidad de una negociación con el régimen venezolano, aún a riesgo de que, como hizo en el pasado, Maduro lo aproveche para ganar tiempo y fracturar a la oposición, pero eso no implica el levantamiento de las sanciones. En palabras de Michael Camilleri, analista de Inter-American Dialogue: «Si el dictador Maduro está esperando una mano blanda del gobierno Biden, su desengaño será doloroso».
La nueva Administración buscará proyectar una imagen más cordial hacia Latinoamérica, no centrada exclusivamente en luchar contra la inmigración irregular que obsesionaba a Trump y en las amenazas a los países reticentes a colaborar. Se acabarán las alusiones a la doctrina Monroe desde Washington, que ponían los pelos de punta a muchos en una zona del mundo donde aún pesa el recuerdo de las intervenciones estadounidenses del Siglo XX.