El viaje de Francisco a Irak
Los 75 periodistas de todo el mundo que vamos a compartir avión con Francisco en su visita a Irak estamos siendo vacunados estos días, lo mismo que el séquito papal.
Por otra parte, la Gendarmería vaticana, a través de sus contactos con Interpol, recibe desde hace algún tiempo informes de algunos de los servicios secretos más eficaces del planeta para garantizar la seguridad del Papa desde que ponga pie en Bagdad.
Son dos datos que confirman que este es, probablemente, el viaje más peligroso de todos los realizados hasta ahora por un Pontífice romano. En el Vaticano, sin embargo, no se registra una especial inquietud; preocupa sobre todo que las personas que acudan a saludar a Francisco o a participar en alguna de sus ceremonias puedan ser objeto de intimidaciones o violencias.
¿Por qué, entonces, el Santo Padre acepta ese desafío? Por dos razones principales: por respetar la promesa hecha al Patriarca de la iglesia Caldea Sako I de que respondería en cuanto fuese posible a sus numerosas invitaciones y por llevar a sus fieles el testimonio de su cercanía paterna. Téngase en cuenta que los católicos iraquíes han sufrido desde hace años una persecución cruenta que se ha llevado por delante miles de vidas de víctimas inocentes y ha obligado a muchos más a exiliarse abandonando sus casas y patria. Eran más de un millón hace una década y media y hoy apenas superan los 300.000.
Bergoglio mantiene así su proyecto de privilegiar con sus visitas a las iglesias que más han sufrido para alentarles e infundirles esperanza. Irak es un evidente ejemplo de tan triste situación que el Papa quiere que sea compartida por toda la Iglesia.
Antonio Pelayo