Harris y Pelosi, en el puente de mando
La vicepresidenta y la presidenta del Congreso hacen historia
Quizá la única gran concesión o guiño del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a las guerras culturales en los últimas semanas haya sido su arranque de su primer discurso ante el Congreso del miércoles por la noche. Cuando se dirigió a las dos mujeres que lo contemplaban a su espalda, la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi, y la vicepresidenta, Kamala Harris. «Señora presidenta», dijo, «señora vicepresidenta…», no pudo seguir porque el aplauso fue restallante.
Cuando el mandatario demócrata de 78 años pudo retomar añadió lo evidente, a saber, que «ningún presidente ha dicho jamás esas palabras desde este estrado. Ningún presidente ha dicho nunca esas palabras, y ya era hora». Si alguna vez el sintagma poder femenino ha significado algo más que una consigna identitaria, fue entonces: Harris y Pelosi son, literalmente, la segunda y la tercera personas más poderosas de Estados Unidos, esto es, del mundo. Al presidente Joe Biden tampoco parecen escapársele las posibilidades propagandísticas de usar su edad, y la madurez de Harris, para darle la vuelta al argumento de que en algún momento tendrá que cederle el puesto. Resultó evidente cuando al detallar el horizonte que a su juicio espera al país gracias a los nuevos paquetes de estímulos económicos para paliar los estragos de la pandemia de coronavirus que tan fuertemente ha afectado a Estados Unidos. Con más de 32 millones de contagios y más de 574,000 fallecidos, es de momento el país con más decesos del mundo.
Unos paquetes que «crearán miles y miles de empleos bien remunerados». Que, entre otras cosas, conectarán a «todos los estadounidenses con internet de alta velocidad, incluido el 35 por ciento de las zonas rurales de Estados Unidos que aún no lo tienen. Esto ayudará a nuestros niños y nuestras empresas a tener éxito en la economía del siglo XXI». «Y le pido a la vicepresidenta que lidere este esfuerzo, si ella...». Inmediatamente Harris cortó la frase. «Por supuesto», dijo. «Sé que se hará», zanjó Biden. Fue así que la agenda feminista enlazaba al mismo tiempo con la otra gran agenda, la más importante, que es la de apelar a los desheredados, y a los perdedores de la globalización, y a los que quedaron fuera del reparto de beneficios en las dos costas de Estados Unidos. Porque sólo ganando su apoyo Joe Biden podría comenzar a suturar una brecha política que es también cultural y económica. La clase de abismo que pretende tapiar mediante sus invocaciones a todos los estadounidenses, mediante sus guiños a los republicanos y mediante la recuperación de unos mensajes que podrían formar parte del regreso liberal de Mark Lilla, cuando denunciaba que el Partido Demócrata estaba preso de la atomización elitista de quienes apostaban todo a la fragmentación. Eso sí, en el frontispicio de todo eso, y en el puente de mando, el poder femenino de Harris y Pelosi.