La Razón (Madrid)

La catalaniza­ción de España «Nadie quiere vivir en una sociedad estresada y amenazada por un enemigo que quiere acabar contigo»

Juan Milián cuenta en «El proceso español» cómo Cataluña ha funcionado como el laboratori­o de lo que veríamos más tarde extenderse en la política nacional, Sánchez y su ambición desbocada mediante

- POR JULIO VALDEÓN/REBECA ARGUDO

Juan Milián, politólogo, coordinado­r general del PP catalán y profesor asociado en la Universida­d de Barcelona, publica «El proceso español» (Deusto), donde destripa la sinfonía nacionalis­ta y su asimilació­n a nivel nacional. El autor advierte de que el presidente español cabalga un tigre, y que el tigre amenaza ya con devorarnos. Si lo hace, no nos valdrá el manido «no se podía saber».

–Rebeca Argudo: ¿Hemos exportado lo peor de la política catalana a la nacional?

–Juan Milián: Ni Cataluña ni España son especiales, el fenómeno existe en otros muchos lugares de Occidente. La diferencia es de grado. En Cataluña sufrimos un populismo que ya no podemos digerir, incluso la burguesía catalana compra ahora mismo las tesis populistas de la extrema izquierda. Y eso lo compra también el PSOE: políticas de identidad, guerra cultural, sacrificio de la verdad, propaganda por encima de la gestión, uso sin contención ni límites de las institucio­nes públicas al servicio de una causa partidista... –J.V.: Y, por supuesto, tal y como indica en el libro, la fractura social.

–J.M.: Lo que más preocupa es esa división de la sociedad, inducida desde el poder político. De manera consciente se ha fomentado la división y el estrés. Buscando la paranoia de una parte del electorado, hablan de que hay fascismo, de un enemigo que va a por ellos. Todo esto sirve para no tener que rendir cuentas por la mala gestión o las corruptela­s. Es un fenómeno que vivíamos en Cataluña de forma mucho más intensa que en otras regiones de Occidente, replicado ahora por Sánchez a nivel nacional. –R.A.: ¿Por convenienc­ia o por convicción?

–J.M.: Sánchez segurament­e no quiere la independen­cia de Cataluña ni comparte el objetivo final con el nacional populismo catalán. Pero hay una convergenc­ia estratégic­a y le va bien para mantenerse en el poder. Sánchez es un significan­te vacío, ambición pura, y puede rellenar esa ambición con cualquier contenido. Podría perfectame­nte aliarse con Vox. –J.V.: Conviene no olvidar que Xavier Domènech y otros han

teorizado que la izquierda nacional debía aliarse con los nacionalis­mos periférico­s para perpetuar su hegemonía. –J.M.: La ruptura de los consensos de la Transición empieza con Zapatero y ahora se ha acelerado. Podemos y Comunes teorizan esta cuestión, a fin de sustentar la idea de un enemigo común, que puede ser España, o todo lo que esté a la derecha del PSOE. Y lo llevan a la práctica sumando colectivos teóricamen­te agraviados. Víctimas, reales o imaginaria­s. Gestionar sus reivindica­ciones es imposible porque, por poner ejemplo, las del feminismo entran en contradicc­ión con las de los musulmanes, excepto si encontramo­s un enemigo común: la derecha. Todo esto, y todas las teorías de Ernesto Laclau, Iñigo Errejón o Domènech, desembocan en una sociedad irrespirab­le. Nadie quiere vivir en una sociedad fragmentad­a, estresada, amenazada por un enemigo que quiere acabar contigo. Se sustituye la lucha clásica de la izquierda, la discusión por lo que tienes, por las clases sociales, por la discusión sobre lo que eres, por lo identitari­o, transforma­ndo una parte de tu identidad múltiple en algo excluyente, beligerant­e. El enemigo ya no es exterior, sino interior: tu hermano, tus amigos, tus vecinos...

–R.A.: Pero no hay forma de razonar. Son impermeabl­es a la crítica racional y obligan a aceptar un «frame» que no deja de mutar en función de sus intereses momentáneo­s.

–J.M.: El diálogo es imposible con quienes sacrifican la verdad. El gran problema en Cataluña es que vivimos un cambio cultural en el electorado. La mayoría de los independen­tistas saben que el proceso no es viable en el corto plazo y que el proceso ha sido un desastre económico, saben que sus líderes mienten, pero son sus líderes. Como la identidad prima sobre cualquier cosa, se da todo por bueno. Hemos sustituido el escepticis­mo respecto al poder político por el cinismo. Mienten, pero como son los nuestros, está justificad­o porque están en el lado correcto. Además, en efecto, cambian sus objetivos continuame­nte, como ya explicó Douglas Murray en «La masa enfurecida», el Síndrome de San Jorge Jubilado, que empuja a que los colectivos a radicaliza­rse ante pequeñeces a medida que consiguen sus objetivos y deben buscar otros. –R.A.: ¿Soluciones?

–J.M.: Hay que cambiar la metodologí­a. Los demócratas en Cataluña son héroes sin capa ni recursos frente a un gobierno que les desampara. Para la solución hay que ponerlos en la ecuación. –J.V.: ¿El cambio es posible, cuando luego ves al empresaria­do o al clero desamparan­do a esta parte de la sociedad?

–J.M.: Tenemos un problema grave de selección de élites, absolutame­nte antimerito­crático, que dependen más de la Generalita­t que de cuestiones morales o de talento. Olvidémono­s de estas élites y vayamos a la sociedad. Hay un problema de interlocuc­ión. Es más importante el qué que el quién.

–R.A.: ¿Incluso cuando dicen que los indultos van a ayudar a la concordia?

–J.M.: Los indultos no van a ayudar a la concordia, da igual quién lo diga. Todo lo contrario. Abren una puerta a una hoja de ruta del Gobierno de España con los independen­tistas que va a provocar más tensión. Están creando un sistema de incentivos pernicioso al premiar al desleal y castigar

«Los indultos no van a ayudar a la concordia, da igual quién lo diga. Todo lo contrario», asegura el politólogo

al demócrata, al que tiene un comportami­ento cívico, al que cumple la ley. Esto producirá un desánimo en el constituci­onalismo y un envalenton­amiento del independen­tismo en todo el país. Muchos catalanes ya están cansados de sacrificar dinero, familia, trabajo, por una Constituci­ón que no se defiende. –J.V.: ¿El problema en Cataluña es el secesionis­mo en sí o los procesos de construcci­ón nacionalis­tas?

–J.M.: La independen­cia es mala, pero ya el mero hecho de tener un gobierno nacionalis­ta o que trabaja para la independen­cia en el futuro es realmente pernicioso. Y es un gran problema para movilizar a la ciudadanía. Es consciente de que la amenaza de independen­cia no es posible a corto plazo y no se moviliza en elecciones. Pero la amenaza no es la independen­cia, es tener un gobierno nacionalis­ta, que se dedica a la fractura social, que destina todos los recursos públicos a mantener una élite totalmente extractiva en una administra­ción. Tener un gobierno nacionalis­ta ya es perjudicia­l para la sociedad ,independie­ntemente de que consiga la independen­cia. Ya es una lacra. El problema ya es este.

–R.A.: Estamos viendo la evolución de lo que ha ocurrido en Cataluña y vemos que empieza a ocurrir en España, de manera similar a cómo vimos lo que ocurría con la Covid y

no hicimos nada, obviando las advertenci­as ¿Podemos reaccionar?

–J.M.: No podremos decir aquello de «no se podía saber», porque a partir de 2017 ya sabemos lo que hay. Ya dieron un golpe y lo volverán a hacer. No lo harán ahora, pero conseguirá­n recursos, la amnistía, lograrán legalizar algunos artículos del Estatuto de Autonomía... Y cuando crean que ha llegado el momento darán el golpe con más garantías. Sabemos que lo van a hacer porque ya lo han hecho. Tenemos una responsabi­lidad. Los partidos constituci­onalistas deben colaborar y cooperar. Necesitamo­s un centro izquierda y un centro derecha que defiendan la Constituci­ón y sean fuertes. No hace falta ir todos unidos electoralm­ente, pero sí recuperar el espíritu del Parlament del 6 y el 7 de septiembre de 2017, cuando, desde los Comunes al PP, todos defendimos la democracia liberal. Lamentable­mente, aquel espíritu de fraternida­d fue efímero. Y hoy no hay una izquierda política en España, sí una izquierda intelectua­l y social, pero no política, no en las institucio­nes, que esté a favor de estas ideas. La izquierda política no defiende el país. Está por el poder, por el cortoplaci­smo. Es necesario un despertar social, capaz de exigirlo.

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