La Razón (Madrid)

«La música da la armonía que nos falta como país»

Publica «Hambre», un disco profundo y reflexivo: «La sociedad actual trata el tiempo como calderilla. Solo quieren que devoremos»

- POR ULISES FUENTE

LlevaLleva ya cuatro décadas inspirado. O, lo que es lo mismo, Kiko Veneno siempre tiene hambre. Desde que a finales de los años 70 fundase el grupo Veneno con los hermanos Amador, José María López Sanfeliú (Figueras, 1952) busca canciones que inspiren, acerquen, emocionen. Con ese espíritu acaba de publicar «Hambre», disco autoeditad­o y grabado en el estudio de su casa, un trabajo valiente y de atmósfera más desasosega­nte que el anterior album, «Sombrero roto», que le valió el Premio de la Música Independie­nte al mejor trabajo de 2019.

–Tiene un ambiente más incómodo.

–Era más alegre el otro, sí. Este tiene «Días raros» y «Estoy cansado», que buscan otro tono, pero no es una consecuenc­ia de la pandemia. Quería hablar de temas que no había tratado antes, porque la gente me ve alegre y creo que tengo que tratar también lo trágico. –¿Qué es lo que más le duele?

–No saber lo que me duele. Tengo esa sensación tan humana de estar mirando para otro lado. Y hay que focalizar y hacerse responsabl­e del dolor. Me duele esto por esto. Y luego enfrentart­e a ello.

–Hay que pensar en el dolor, incluso.

–Pero la sociedad actual no invita al silencio ni a la reflexión. Solamente al consumo y al griterío. La sociedad trata al tiempo como una calderilla que se gasta con facilidad. Y le quitamos la importanci­a que tiene estar mirando al cielo media hora. Estamos atrapados en eso, y creo que es una idea compartida por muchos, la cuestión de cómo va a hacer la especie humana para salir del atolladero de la superpobla­ción y sobre todo sin los elementos de organizaci­ón, de cohesión, de solidarida­d para enfocar este problema como habría querido John Lennon. Pasa el tiempo y no se dan esos pasos para superar esta

muerte anunciada. Esto no se va a arreglar solo. Ni el planeta ni nuestras energías espiritual­es. –¿Qué necesitamo­s?

–Necesitamo­s cuidado, cariño, emoción, silencio, humanidad, naturaleza, muchas cosas. Pero el sistema no quiere nada de eso. Solo esclavizar­nos. El sistema pretende decirnos que esto es así porque lo digo yo y no se puede cambiar. Exige que todo el mundo se suba a esa vorágine, aunque hay que pararla y salir, porque nos devora. Y eso lo hemos visto en la pandemia. –¿Cómo se logra salir del ciclo de trabajar y consumir?

–Bueno, habrá que hacerlo sin cortarle el pescuezo a nadie, porque la época de las revolucion­es pasó, la del comunismo y los errores del pasado ya los hemos asimilado, así que no se puede responder al malestar con más malestar, sino unirnos y hacer las cosas bien, participar. No podemos cerrar los ojos y pensar que si tienes tu cesta llena, pues ya está. Así no funcionan las cosas. –Pero cuando uno mira el entorno, aquí solo hay división. No hay acuerdo.

–Eso refleja el estado de malestar, cuando todo se define en contra de algo. Los artistas tenemos mucho que hablar al respecto porque no estamos en contra de nada sino a favor de la vida, de la expresión y la comunicaci­ón aunque sea dolorosa, de la autenticid­ad, de construir. Ese es nuestro oficio. Yo

ya sé que a la gente de Vox les gusta «Volando voy». Está bien. La música es lo mejor de nosotros mismos: la armonía, la melodía, todo lo que nos falta en la realidad política y organizada sí lo tiene el mundo del arte. Todos somos personas, pero veo que la gente se manifiesta siempre en contra. En contra de algo. Y no nos damos cuenta de que eso es insano, no permite avanzar, ni dialogar. –¿Cómo le hace sentir que le guste una canción suya a alguien que piensa radicalmen­te al contrario que usted?

–Se trata de una cosa natural. El hecho musical es anterior a eso, es algo primario que va antes del encabronam­iento. Eso se produce y no hay que darle más vueltas.

–¿No le hace pensar que hay una posibilida­d de entenderno­s todos a través del arte?

–Hombre, claro, ese precisamen­te es el papel de la cultura. Construir un espacio común para todo el mundo sin mirar lo que tienes o lo que dejas de tener. Se hace una obra para que la tenga todo el mundo. El arte es como la playa, que están el pobre y el millonario medio en pelotas por igual. Ese es el papel del arte. –¿Le ha quedado algún malestar por la pandemia?

–No me ha generado ningún malestar que no tuviera ya, más allá de saber que no tenemos control sobre nuestras vidas y que este es un hormiguero cuyos límites ni conocemos. Hemos perdido la dimensión de lo que se puede hacer. Durante un tiempo fue positivo porque la naturaleza recuperó las ciudades y se nos dio la oportunida­d de pensar. Y nos dimos cuenta de que la normalidad que teníamos no estaba bien, que hay que construir otro tipo de relaciones en el mundo. Mucha gente ha reflexiona­do, pero la mayor parte está por el consumo rápido y por la capacidad de devorar. –Canta que se veía más normal en los días raros.

–La gente no quiere verse rara, sino normal. Y yo se lo digo a todo el mundo: «Pero si tú eres tela de raro, quillo». Si todos fuéramos normales, la vida no tendría interés. Hemos identifica­do lo raro con algo excluyente. –¿Se ve raro?

–Claro, y no me da vergüenza, Me veo muy peculiar, no solamente por mi capacidad de hacer canciones, que puede ser singular. ¿Como persona? ¿Físicament­e? Soy muy peculiar y le invito a todo el mundo a verse así. Tampoco es verse único, de esos que dicen que se rompió el molde, pero hemos de conformarn­os con nuestra singularid­ad.

–Y aceptar la de los demás. –Por supuesto, es que esa es la clave, el paso evidente. Cuando nos vemos raros, no vemos extraños a los demás. –¿De qué manera vive como músico en la rueda de consumo?

–Creo que la gente paladea mis canciones. Yo no veo en el arte una forma de consumismo, sino de participac­ión. Es una forma de establecer una sensibilid­ad que nos puede acercar unos a otros. Y jugar y compartir. Esa es la lección moral y política más importante que podemos hacer.

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CRISTINA BEJARANO

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