La Razón (Madrid)

La fe de Ureña mueve montañas pero no la espada

Enrique Ponce y El Fandi cortan un trofeo cada uno en la tercera corrida de la feria

- POR PATRICIA NAVARRO CASTELLÓN

CASTELLÓN. Tercera de feria. Se lidiaron toros de García Jiménez,. 1º, noble: 2º, con movilidad y rajadito; 3º, va y viene, pero sin entrega; 4º, de noble condición; 5º, boyante y orientado; y el 6º, de Peña de Francia, desigual, complicado pero con fondo.

Enrique Ponce, de rosa palo y oro, estocada trasera y tendida, descabello (oreja); dos pinchazos, aviso, estocada trasera y caída (saludos).

El Fandi, de nazareno y oro, pinchazos, estocada caída (oreja); pinchazo, estocada, descabello (saludos).

Paco Ureña, de gris ceniza y oro, cuatro pinchazos, dos descabello­s (saludos); cinco pinchazos, cuatro descabello­s, aviso (saludos).

Entre las dos rayas del tercio ocurrió todo, como si estuvieran encajonado­s. Era todavía el primer toro de la tarde, que sí tuvo nobleza y movilidad y como veníamos de lo del día anterior, la bonita corrida de Alcurrucén, tan bella como vacía, nos pareció gloria. No tanto como bendita, pero el movimiento era oro. Una movilidad que no se molestó en poner en aprietos a Enrique Ponce, al igual que el torero se ajustó lo justo (valga la redundanci­a) con el #toromatill­a. La faena periférica contó con el beneplácit­o del público y tras la estocada trasera y desprendid­a vino el primer trofeo de la tarde.

La ovación de la cuarta faena fue a parar a la banda de música. Eso fue así. El toro tuvo noble condición, y duración, porque la faena de Ponce no contó con la brevedad de su parte. Sin someter al animal, la faena se le fue sobre los pies y con una escenograf­ía que no dejaba fuera en ningún momento al público. Falló con los aceros y la cosa quedó en la salida al tercio para recoger las palmas.

Fandi desplegó todas sus armas con el segundo: larga cambiada (por dos), el espectácul­o en banderilla­s, comienzo de rodillas... Y una faena larga a un toro que acabó por rajarse, vencido ya el trasteo. Los mejores muletazos sin duda llegaron al natural, hubo un puñado con temple y con los vuelos entre un revoltijo de pases destinados al trofeo. Y a sus manos fue a parar.

El quinto se movió en las telas de El Fandi que no estuvo del todo a gusto. Si el de Matilla no venía encelado en el engaño se despistaba pronto a ver qué pasaba por ahí. Aun así Fandi hizo trasteo largo y salió al tercio.

La ecuación del tercero no era tan simple de resolver porque en la movilidad no llevaba la entrega, un derrote en mitad de viaje, falta de humillació­n en pleno vuelo. La faena de Paco Ureña contó con esos desafíos y también con la disposició­n de querer hacer las cosas bien. A veces le salió, otras se descompuso, en unas tuvo el pulso afinado y en otras menos, pero no renunció al camino recto hasta encontrar más de una curva con la espada.

Cuando Paco tomó la muleta en el sexto el toro era un misterio por descifrar. No había sido claro y le costó serlo. Por abajo, muy humillado y muy en corto, encontró Ureña el resquicio de casta que tenía el toro para entregárse­la. Fue de constancia la faena, de creérselo y de ponerle al animal. Se extendió, pero en positivo, porque la faena se iba derramando por momentos, era un todo flexible e imprevisib­le cimentado sobre el icono más auténtico que es la verdad. La espada no fue justa, como la vida.

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VICENTE CANELLES Paco Ureña, en el tercero de la tarde, ayer en Castellón

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