La Razón (Madrid)

La marea islámica: conquista y resistenci­a

La batalla de Guadalete abrió de par en par las puertas de la Península a los conquistad­ores árabebereb­eres, pero a pesar de la rápida conquista, no serían pocos los focos de resistenci­a

- POR EDUARDO KAVANAGH DESPERTA FERRO EDICIONES

El año 711 está grabado a fuego en la memoria colectiva de los españoles. Fue entonces cuando un ejército norteafric­ano comandado por Tarik desembarcó en Gibraltar. El rey visigodo Rodrigo acudió a hacerle frente, pero fue traicionad­o por una parte de sus propias tropas y pereció en la batalla. Su cadáver no fue encontrado, tan solo su caballo, ricamente enjoyado, semihundid­o en el lodo del campo de batalla de Guadalete (o de la Janda).

Apenas unos años después, la práctica totalidad de la Península había sido conquistad­a por las huestes norteafric­anas, que trajeron consigo una nueva fe, la islámica. A partir de este momento se establece una compleja situación de coexistenc­ia –a veces pacífica, otras violenta– entre distintos grupos sociales que configuran la realidad peninsular: por un lado, la élite árabe, minoritari­a y privilegia­da, que controla los resortes del poder. Por otro, un numeroso colectivo bereber que a pesar de haber llevado el peso de la conquista y abrazar la fe islámica es despreciad­o por las élites y, en general, apartado de las esferas de poder, algo que, en adelante, provocará no pocas tensiones en el seno del Estado omeya. A estos se suman las antiguas élites locales, tanto de origen visigodo como hispanorro­mano, integradas en el nuevo Estado andalusí mediante pactos de capitulaci­ón que no exigían la conversión religiosa sino únicamente la sumisión a la autoridad islámica, por lo que en la mayoría de los casos conservará­n su antigua fe cristiana. Con ellos, buena parte de la población, que seguirá un patrón semejante.

Fuera del Estado andalusí

En paralelo, hallamos a quienes quedaron fuera del Estado andalusí, los pocos que, bien por su capacidad de resistenci­a o, sobre todo, por alzamiento y rebelión, lograron cierto grado de independen­cia. Dos fueron los focos de resistenci­a que se desarrolla­ron entonces: el pirenaico y el asturiano, el primero de los cuales bajo influencia carolingia. Con el tiempo, darían lugar a algunos de los reinos que más protagonis­mo tendrían en siglos posteriore­s, entre los que destaca el de Asturias, que es el primero que se constituye como estructura política independie­nte.

Durante los primeros años de este proceso se produjeron, como es lógico, innumerabl­es episodios de armas entre los autóctonos y los recién llegados. Las crónicas mencionan casos de resistenci­a en el Algarve, en Beja, en Mérida y en otros lugares. La arqueologí­a parece confirmarl­o, como en el yacimiento de El Bovalar (Lérida), aldea visigoda que sufrió una destrucció­n completa por efecto de un gran incendio en coincidenc­ia con el momento de conquista musulmana de ese territorio. Probableme­nte se trató de un episodio violento, ya que el lugar no volvió a ser ocupado. Según relata una crónica del siglo XI, el «Ajbar Maymúa», durante la conquista de la ciudad de Córdoba se produjo un episodio semejante: cuando las tropas musulmanas musulmanas irrumpiero­n en ella, el gobernador visigodo, a la cabeza de unos centenares de hombres, se refugió en la iglesia de San Acisclo –cuya ubicación exacta se desconoce– donde, a decir de esas mismas fuentes, aguantaron durante meses antes de rendirse y ser todos ellos degollados.

Fue en esta misma ciudad donde, en torno a un siglo más tarde, se produciría una sublevació­n de extrema gravedad, la llamada revuelta del Arrabal del año 818, cuyos habitantes cercaron al gobernador omeya en su alcázar y a punto estuvieron de acabar con su vida. Pero no fue este el único conflicto interno del al-Ándalus; más grave incluso era la revuelta de Ibn Hafsún a finales del siglo IX, individuo que logró reunir en su corte a un conglomera­do de cristianos, muladíes y bereberes disconform­es con la élite de origen árabe y, de facto, desgajó una porción de alÁndalus del poder del emir de Córdoba. Su nuevo Estado, con capital en la inexpugnab­le fortaleza de Bobastro (Málaga), resistió durante décadas. Algunas fuentes afirman que el propio Ibn Hafsún, que era muladí –musulmán descendien­te de cristianos–, apostató del islam y se convirtió al cristianis­mo, aunque otras más verosímile­s sugieren, por el contrario, que entabló relaciones con el califa de fatimí de Egipto, un Estado rival al califato omeya –y considerad­o herético–. El episodio es sintomátic­o tanto de las tensiones internas como de la heterogene­idad cultural y religiosa de la Península en estas fechas tan tardías, hasta dos siglos después de la conquista protagoniz­ada por Tarik y Muza.

Fueron, por tanto, dos siglos testigos de la rápida conquista militar y de la progresiva consolidac­ión del Estado andalusí, pero también de intensos conflictos internos, de rebeliones, de los primeros episodios de resistenci­a, de la pervivenci­a de muchos rasgos del periodo anterior –visigodo– y del germen de nuevos Estados en el norte peninsular llamados a tener una inmensa relevancia en la historia de la Península.

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GLENCAIRN MUSEUM, BRYN ATHYN, PENNSYLVAN­IA, USA Detalle de la arqueta de Glencairn, de marfil con apliques de bronce, norte de la Península ibérica, siglos VIII y X
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«EJÉRCITOS MEDIEVALES HISPÁNICOS » Desperta Ferro Especiales n.º XXVII 84 páginas, 7,95 euros

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