La Razón (Madrid)

El restaurant­e «chic» en el que los refugiados son mayoría

«Acoge un Plato», local iniciativa de CEAR y situado en la terraza de la Casa Árabe, ofrece una salida profesiona­l a personas exiliadas. El resultado, una nueva vida para ellos y lo mejor de la cocina árabe y africana para los comensales

- FOTOGRAFÍA DE GONZALO PÉREZ POR J. V. ECHAGÜE

Mohamed, «Moha» para todos, estuvo diez días haciendo probaturas con el hummus. «La textura tenía que estar perfecta. Cremosa. No como el que venden en el súper», comenta. Además, al contrario del que ponemos en el carrito de la compra, el suyo lleva carne: 50% de vaca y 50% de cordero. «Rebajamos un poco el cordero, porque porque en España no gusta tanto y suele considerar­se demasiado ‘’fuerte’’», dice. La popular crema de garbanzos era solo una de sus muchas preocupaci­ones. La gran cita tuvo lugar el pasado miércoles. A la inauguraci­ón acudieron cerca de 90 invitados... que tenían que ser atendidos por once personas, contando camareros y cocineros. Era el primer día «oficial» de Acoge un Plato, el nuevo restaurant­e-terraza que acoge la Casa Árabe. Justo en frente de la Puerta de Hernani, uno de los accesos al Retiro desde la calle Alcalá. Los adictos a la telerreali­dad ya conocen lo que supone trabajar en hostelería. Y no digamos ya lo que acarrea una inauguraci­ón. «Una cosa es cocinar en casa, y otra para los demás... En un restaurant­e no hay margen de errores», añade. Había nervios, había tensión, había confusión... Había mucha ilusión. Cuando Mohamed Abdelrahma­n llegó hace ahora cinco años desde Sudán, sin visado y sin conocer una sola palabra de nuestro idioma, no podía ni soñar que estaría trabajando en un restaurant­e ubicado en la zona más «chic» de la capital.

De las once personas que trabajan en Acoge un Plato - Casa Árabe, siete de ellos tienen la considerac­ión de refugiados, mientras que los cuatro restantes, sus «guías», cuentan con mayor experienci­a en el sector. Siete personas, en resumen, que huyeron de sus países y que ahora han comenzado una nueva vida de la mano de la hostelería y, sobre todo, de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Para esta empresa social es todo un hito. Después de cinco años de formación, en los que estos hombres y mujeres aprendiero­n el oficio en el Centro de Acogida Temporal de CEAR en

«Puedes tener un millón de euros y montar un restaurant­e, pero no vas a encontar uno como éste, formado por gente de países árabes y africanos»

Mohamed Abdelrahma­n 33 años, Sudan

Getafe, ahora tienen la oportunida­d de mostrar lo que valen en un céntrico restaurant­e de Madrid.

«El espíritu es ese: formar y contratar a personas solicitant­es de asilo, que han pasado por una acogida temporal, por CEAR, pero también procedente­s de otras entidades como Cruz Roja o Accem», explica a LA RAZÓN Miguel Ángel Martínez, director del programa Acoge un Plato. Así, cuando llegan de sus países de origen, y una vez que pasan seis meses en situación de acogida, los exiliados cuentan con un permiso de trabajo temporal. Es entonces cuando CEAR trabaja con ellos para que aprendan el idioma y, además, formarles en hostelería. No en vano, esa es la misión de esta entidad jurídica: la inclusión social y laboral de personas solicitant­es de asilo, apátridas y migrantes con necesidad de protección internacio­nal o en riesgo de exclusión.

¿Qué supone para estas personas trabajar en el restaurant­e? «Ellos pueden decirlo mucho mejor que yo. Pero, además de estar agradecido­s, están contentos por poder aportar algo a la sociedad, sentirse útiles. Y una de las formas más tangibles es a través del trabajo», explica Martínez. Sin olvidar que, para ellos, la experienci­a supone «una segunda oportunida­d en sus vidas a través de la gastronomí­a. Una profesión que además, les retrotrae a sus orígenes».

Y así es, literalmen­te. El proyecto ha contado con la colaboraci­ón del chef Martín Coronado, asesor gastronómi­co de Acoge un Plato a la hora de diseñar la carta. De momento, una carta «sencilla» de diez platos, pero muy «mimada». Porque la peculiarid­ad es que cada uno de los platos está impregnado de los aromas, colores, texturas y sabores que estas personas han traído consigo desde sus países de origen. Del Líbano, encontramo­s el labneh, o queso de yogur; de Marruecos, el zaalouk, una ensalada de berenjenas; de Jordania, el kofta, similar a nuestras albóndigas; del Norte de África, el tajín de cordero... Cada uno de los miembros del restaurant­e aportaba su «secreto», aquel truco que pasaba de generación en generación y que hacía que los platos tuvieran un sabor especial.

«Puedes tener un millón de euros para montar un restaurant­e. Pero tener uno como éste, con un equipo formado por gente de distintos países, y en el que cada uno pueda decir: “Este plato es mío”... Eso no lo encuentras en ningún otro sitio. He buscado comidademi­paísaquí... pero no la hay. No hay restaurant­es sudaneses, no hay esa mezcla de comida árabe y africana», dice Mohamed, de 33 años, que hace una pequeña pausa en la cocina para hablar con nosotros. En su caso, llegó a España en 2016, tras pagar 3.500 euros que tuvo que pedir a su madre para poder abandonar Sudán. Entonces, su país estaba gobernado por el teniente general Omar al Bashir. Hace dos años, un golpe de estado lo derrocó y actualment­e se encuentra bajo arresto. ¿Ha cambiado mucho la situación? «Cuando sacas a una persona que ha estado más de treinta años en el poder, y tras una dictadura militar... puede que le quites la cabeza, pero el cuerpo sigue», opina. En su caso, Mohamed se enfrentó al laberinto burocrátic­o con el que se topan todos aquellos refugiados que solicitan asilo en nuestro país. «Ahora es más difícil lograrlo, pero en mi caso fue rápido», dice. Como el resto de trabajador­es del restaurant­e, contó con la ayuda legal de CEAR. Después de seis meses en su Centro de Acogida, era el momento de dar con su vocación. Y la encontró en la cocina. «Sentía amor por la cocina, por cómo se preparaba .... Y uno de mis sueños lo estoy cumpliendo ahora». ¿Y un restaurant­e propio? «En un futuro, ¿por qué no?»

Babacar Sarr, senegalés de 29 años, se nos adelanta: que su nombre se asemeja a «BlaBlaCar» es algo que tiene más que asimilado desde que llegó a Madrid hace ahora dos años. Por su mente no pasa la posibilida­d de regresar: Senegal está en el punto de mira constante de organizaci­ones como Amnistía Internacio­nal. «Ahora estoy en un país solidario, que respeta los derechos humanos. En Senegal no hay justicia ni ayudas. Para poder acceder a un hospital, tienes que pagar», relata. De momento, deja en su país a su madre y a su hermano, con los que se «wasapea» con frecuencia, aunque espera poder reencontra­rse con ellos en el futuro. Ya contaba con experienci­a como camarero en varios hoteles de su país. Pero ahora, lo que Babacar más valora es la posibilida­d de colaborar con otras personas en su misma situación.

«Ahora estoy en un país solidario que respeta los derechos humanos. En Senegal no hay justicia ni ayudas. Si quieres ir a un hospital, tienes que pagar»

Babacar Sarr 29 años, Senegal

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