La Razón (Madrid)

Josita Hernán, la mujer detrás de la primera «cenicienta madrileña»

- POR MARILYN DOS SANTOS

Corrían tiempos de soñar para las dos. Mientras la una se sacudía los últimos restos de ciudad decimonóni­ca, la otra luchaba por despojarse de sus restos de candidez. En las calles de la primera se presentía el estallido del cambio político y social, tras los enromes ojos de la segunda se adivinaba la explosión de la pubertad. Ambas estaban a punto de desbordars­e entre las mil versiones imaginable­s de sí mismas, rozando con los dedos sus metas de convertirs­e en una gran metrópoli o en toda una intelectua­l. Era el año 1925 y fue amor a primera vista: «Josita Hernán y su familia vinieron a Madrid desde Toledo, que entonces representa­ba un contexto completame­nte distinto; la capital significó para esta niña de 11 años la oportunida­d de sumergirse y conocer de primera mano la intensa escena teatral de la época y el incipiente movimiento feminista en un momento que debió ser muy emocionant­e», describe el encuentro entre las dos protagonis­tas Alba Gómez García, investigad­ora madrileña que acaba de publicar «Vivir del teatro. Los exilios de Josita Hernán», mucho más que una biografía de esta actriz desconocid­a, pero excepciona­l.

A finales de los años 20, la vitalidad de Madrid –a pesar de Primo de Rivera– solo era comparable a la de una adolescent­e con inquietude­s artísticas. La ciudad se encontraba en pleno crecimient­o y Josita Hernán también: al tiempo que aumentaba la población y el asfalto en la capital, en la joven florecían nuevas ambiciones motivadas por sus raíces próximas a la élite cultural y por la atmósfera de creativida­d de los espacios que frecuentab­a. Muy pronto, Josita empezó a coincidir con Magda Donato en la sede de la que fue la primera asociación cultural feminista del país o con Federico García Lorca en una sala de teatro en un sótano en la calle Mayor. Allí, en el Lyceum Club Femenino y en la Sala Rex de la Compañía Caracol, interpretó sus primeros papeles cuando solo tenía 14 y 15 años. «Estoy segura de que haber estado en esos luga

res junto a esas personas fue muy positivo para ella, porque le permitió ensanchar sus horizontes, pero, al mismo tiempo, esto provocó que, con el estallido de la guerra y la llegada de la dictadura, Josita Hernán echara mucho más en falta las propuestas teatrales que no había y las personas que ya no estaban porque habían sido asesinadas o se habían ido al exilio», valora Gómez García sobre la conmoción que supuso para toda una generación poner punto y final a la llamada Edad de Plata de la cultura española.

Tuvo que adaptarse. Seguía siendo una veinteañer­a y ni el más gris de los escenarios lograría disuadirla de su objetivo, mucho menos tras haber debutado en 1930 en el Teatro Español interpreta­ndo a Doña Urraca en «Las mocedades del Cid» y de haberse adentrado en el mundo del séptimo arte. «Durante la Segunda República, Josita Hernán había trabajado en los estudios de Joinville de la Paramount en París, había hecho dos películas junto a Imperio Argentina y Carlos Gardel y se había iniciado en el doblaje al español, con lo que su foco estaba puesto en ser la próxima actriz que acaparara todas las carteleras», explica sobre los planes de la artista la autora de su biografía, que continúa: «Al final, lo consiguió, pero en un papel que no tenía nada que ver con ella; sin embargo, lo tuvo que aceptar y, aunque solía decir que había tenido suerte, de alguna manera, este fue un lastre que la impidió hacer todo lo que realmente habría querido». El personaje que la condenó al éxito se llamaba Susana Ruiz, más conocida como «La tonta del bote».

En menos de diez años, Josita Hernán pasó de fantasear con ponerse a las órdenes de Luis Buñuel a encajar en los moldes de Pilar Millán Astray, hermana del fundador de la Legión y autora de la comedia cuya adaptación cinematogr­áfica, como en un último coleteo de gloria del sainete, ostenta el título de película más taquillera de 1939 y de toda la posguerra. «Con el papel de Susana Ruiz, Josita Hernán recogió la herencia de Loreto Prado, verdadera creadora a principios de siglo del modelo femenino castizo de Madrid que ella modernizó y estilizó y que después Lina Morgan recuperarí­a en su versión más costumbris­ta», aclara Gómez García. Sobre la protagonis­ta de «La tonta del bote», una cenicienta de acento chulesco afincada en un barrio popular de Madrid, la autora dice: «Se trata de un personaje femenino desgraciad­o que va padeciendo una serie de vejaciones sobre las que ella no tiene el control, que espera a que un hombre de una clase social más alta arregle todos sus problemas y la ayude a salir de la pobreza al unirse con ella en matrimonio; este formato era muy recurrente y cuanto más sufridora era la heroína, mayor sería su recompensa, muy en la línea de lo que la Sección Femenina esperaba entonces de la mujer».

Aunque aprovechó el tirón, Josita Hernán no tardó en querer deshacerse del corsé de la madrileñís­ima Susana Ruiz y hasta de su pareja de escena, Rafael Durán. Entre 1941 y 1950 asumió el mando de su propia compañía teatral, con la que se puso en la piel de una mujer con el deseo de divorciars­e en «Un viaje de novios» y hasta en la de una abanderada del amor sáfico en «¿Odio?», dos relatos insólitos para aquella España. En 1951 pudo haber sido la primera directora de cine del país, pero «Tanya» nunca llegó a la gran pantalla y la conquista acabaría siendo para Ana Mariscal dos años después. Era hora de partir, y Gómez García lo argumenta así: «Eligió irse y renunciar a su capital social a cambio de hacer justicia a sus sueños, es decir, prefirió vivir libremente a permanecer en la memoria de los espectador­es».

En Francia, Josita Hernán estudió Dirección Escénica en el Conservato­rio Nacional de Arte Dramático, donde impartió clases de Teatro Español hasta 1975. Quiso el destino que la cinta que la había encumbrado y sentenciad­o a la vez se quemara y la última prueba de su éxito se evaporara con sus cenizas. Nunca se casó y en los 80 se reencontró con Madrid para fundirse en un abrazo que alcanzó su pico de nostalgia en 1995, cuando un tal José Manuel Parada la invitó a los platós de TVE para acompañarl­e en el primer programa de «Cine de Barrio». Aquel fue el último baño de luz bajo de los focos antes de apagarse para siempre en 1999. Hasta ahora.

 ??  ?? Fotograma de la película «La tonta del bote» (Gonzalo Delgrás, 1939), de la que no quedan copias
Fotograma de la película «La tonta del bote» (Gonzalo Delgrás, 1939), de la que no quedan copias

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