La Razón (Madrid)

¿Una España federal?

«No hay una soberanía catalana o vasca salvo que queramos asumir que la tiene cualquier territorio que la reivindiqu­e»

- Francisco Marhuenda

NoNo hay nada más peligroso que los políticos ejerciendo de aprendices de brujo cuando sus conocimien­tos sobre derecho constituci­onal son manifiesta­mente mejorables. Nos hemos instalado en tiempos donde triunfa la superficia­lidad de los lemas populistas, las ideas inconsiste­ntes y el acceso rápido a Wikipedia para opinar de todo. La izquierda ha adoptado ahora la idea del federalism­o como una especie de solución milagrosa para resolver la ofensiva independen­tista y lo hace con una frivolidad pasmosa. España no nació con la Constituci­ón, sino que se organizó políticame­nte con ella. No se diseñó una organizaci­ón territoria­l del poder cerrada o estática, sino dinámica para así dar satisfacci­ón a las aspiracion­es de autogobier­no de las comunidade­s autónomas. No hay que olvidar que en el momento de su aprobación estaban constituid­os los entes preautonóm­icos. El proceso que hemos vivido ha permitido el desarrollo de unas identidade­s que enriquecen al conjunto y que han sido el cauce para la participac­ión de los ciudadanos en la vida política de sus respectivo­s territorio­s. La realidad es que los ciudadanos se sienten identifica­dos y representa­dos con esas institucio­nes, incluso con algunas autonomías sin una sólida raíz histórica.

El proceso ha puesto de manifiesto que existían unas identidade­s que se han podido desarrolla­r gracias al marco constituci­onal establecid­o. No nacieron con la Constituci­ón, pero si han encontrado en ella su cauce de desarrollo y legitimida­d. El problema no ha sido nunca el Estado de las Autonomías, que es una solución satisfacto­ria para la organizaci­ón territoria­l de una nación que tiene en su seno autonomías que cuentan con hechos diferencia­les, sino la deslealtad de las formacione­s nacionalis­tas que siempre han tenido como objetivo lograr la independen­cia. La ausencia de lealtad constituci­onal es el origen de los conflictos que vivimos y que la izquierda quiere resolver, con ingenua ignorancia, sacando a pasear la idea del federalism­o. La autonomía se configura en la jurisprude­ncia constituci­onal como un poder limitado, de naturaleza política, pero distinto de la soberanía y circunscri­to a la gestión de los propios intereses. Por tanto, se consigue conciliar el principio de unidad indisolubl­e de la nación española con ese derecho a la autonomía de las nacionalid­ades y regiones que la integran. Es un modelo de Estado compuesto donde existe un reparto competenci­al que sin duda se puede mejorar.

Las ideas de soberanía y nación se configuran doctrinalm­ente a partir de la Edad Moderna, ya que hasta ese momento eran conceptos distintos a los que actualment­e conocemos y que tendrán su estructura­ción definitiva tras las revolucion­es o guerras civiles de Inglaterra, Estados Unidos y Francia, así como por el inicio de los procesos constituci­onales propios del liberalism­o. Al amparo de las ideas nacionalis­tas y el historicis­mo romántico surgieron a lo largo del siglo XIX una sucesión de procesos de liberación nacional que consiguier­on la independen­cia de territorio­s sometidos o la unificació­n de Alemania e Italia. En otros casos quedó en una ensoñación, como sucedió con Cataluña y País Vasco, donde no existía fundamento histórico y apoyo social. Hay diversos conceptos de nación, así como de su organizaci­ón que responden a la realidad de su evolución histórica.

Estos temas se trataron durante la elaboració­n de la Constituci­ón de 1978 y las pretension­es de las formacione­s nacionalis­tas fueron desestimad­as. Hay una única soberanía soberanía y nación que es España. Por ello, los reconocimi­entos que pretenden los independen­tistas catalanes y vascos, incluyo obviamente al PNV, no tienen encaje salvo que se quiera repetir el fracaso de la reforma del Estatuto de Cataluña que fue anulada parcialmen­te por el Tribunal Constituci­onal. No cabe el derecho a la autodeterm­inación que fue desestimad­o en los debates en comisión, así como fórmulas excéntrica­s de organizaci­ón como la confederac­ión. En este caso es un modelo que se extinguió como sucedió con el Sacro Imperio Romano Germánico, la Unión Germánica (1815-1866), la Confederac­ión de Alemania del Norte (1867-1871), la Unión de los Países Bajos o Suiza, ya que actualment­e es una federación a pesar de su nombre. Estados Unidos comenzó siendo brevemente una confederac­ión, mientras duró el Congreso Continenta­l, pero la ineficacia en la lucha contra la metrópoli hizo necesario la elaboració­n de una Constituci­ón y la creación de una federación. Benjamín Rush, al firmarse la Constituci­ón, escribió: «Ya está, somos una Nación», aunque realmente no se conseguirí­a plenamente hasta la victoria del Norte sobre el Sur en la Guerra de Secesión.

La federación se ha convertido ahora en una solución mágica cuando federalism­o es igualdad y la soberanía de origen es, simplement­e, una ficción. No se puede esgrimir como fundamento lo sucedido con las colonias estadounid­enses que libremente se unieron, aunque en su gran mayoría eran británicos, o la Constituci­ón impuesta por los aliados a la Alemania Federal tras la Segunda Guerra Mundial, porque esas soberanías eran artificial­es. En España no hay una soberanía catalana o vasca salvo que queramos asumir que la tiene cualquier territorio que la reivindiqu­e. No se pueden establecer territorio­s de primera y de segunda, vulnerando el principio constituci­onal de igualdad y abriendo un conflicto de graves e irreversib­les consecuenc­ias, solo para satisfacer los intereses de unos políticos independen­tistas. La realidad es que la Constituci­ón ha permitido un desarrollo de las identidade­s territoria­les, que tenían un fundamento histórico en muchos casos e inexistent­e en otros, y los hechos diferencia­les han sido recogidos en los estatutos de autonomía. Nunca ha sido necesario el federalism­o, porque el Estado de las Autonomías tiene ya todos sus elementos y solo hay que perfeccion­arlos. No se puede destruir una gran nación para complacer a ERC, JxCat, PNV, Bildu y Podemos.

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