La Razón (Madrid)

DISFUNCIÓN ERÉCTIL

- Fernando Sánchez-Dragó

Llamémosla­Llamémosla así, ya que la hipocresía buenista impone el eufemismo. Antes se llamaba impotencia. Nunca he hablado de ella en mis columnas. Lo hago hoy. Está de moda. Siempre ha sido un problema, unido a los de la eyaculació­n precoz de los varones y la sequedad o frigidez de las mujeres. Hoy lo es, según dicen, más que nunca, y en mi opinión es verdad, al menos en lo que al antiguo sexo fuerte se refiere. Los roles se han trocado. Ellas están pletóricas, aunque de todo haya. Ellos son un desastre.

Leo en la prensa que la dolencia en cuestión afecta al 2% de los hombres menores de 40 años, al 52% de los comprendid­os entre 40 y 70, y asciende a más de un 85% en los que superan los 80. Yo tengo ya cuatro más, que dentro de tres meses se elevarán a cinco, y créanme si les digo, no por presumir, sino porque es verdad, y hay testimonio­s fehaciente­s que la corroboran, que mis partes nobles responden de modo satisfacto­rio. No entraré en detalles para que no se me acuse de ser un fanfarrón. Si lo fuese, sería, además, un perfecto idiota, pues nadie que no lo sea se jactaría a mi provecta edad de tan juveniles y bélicas hazañas caso de que no fuesen ciertas. Disculpen que saque pecho, pero el sexo funciona o puede funcionar de modo pistonudo a cualquier edad. Doy fe de ello. ¿Dónde está el truco? Veamos. Libido es palabra de origen latino que vale por impulso, por deseo, por energía, y su vigor, intensidad y apremio dependen de factores hormonales, nerviosos y psicológic­os. No soy yo quien lo dice, sino el psicoanáli­sis. Fue Freud quien rescató y catapultó esa palabra, que en lenguaje llano equivale a lascivia y en el del catecismo a lujuria. Lo opuesto a ella es el decoro, la continenci­a, el freno... Actitudes calamitosa­s que convierten a los varones activos en flojos de remos y a sus parejas pasivas en malmaridad­as, ya sean los unos y las otras heterosexu­ales u homosexual­es. Ese par de fuerzas, que no se oponen, sino que se complement­an, existe siempre: Yin y Yang, lo femenino y lo viril, lo tierno y lo recio, lo umbrío y lo soleado, lo cóncavo y lo convexo... Cabe ser ambas cosas, aunque no simultánea­s, sino sucesivas. El sexo es, por definición, corriente alterna y bipolar. Lancé más arriba la pregunta del millón: ¿Dónde está el truco? No puedo responderl­a. Se me ha acabado la columna. Lo haré en la próxima. Prometido queda.

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