Precarias y tristes, formadas y sensibles
AalgunasAalgunas les quitaron la esperanza el primer día de universidad. «De esta crisis no habremos salido para cuando terminéis la carrera; no os resultará fácil encontrar trabajo con este escenario, mucho menos en este país», les advirtieron sin piedad. Otros crecieron escuchando no sé qué de las filas del paro a la hora de la comida con la seguridad inocente de que nada tendría que ver eso de lo que hablan diariamente los informativos con ellos, apenas niños. Y luego están esas que creyeron haber llegado a la vida adulta en el momento justo, esos que creyeron ver la luz al final de un túnel que pronto se fundiría en uno nuevo y más incierto. Porque la crisis sanitaria de 2020 ha azotado con fuerza a toda la sociedad, sí, pero solo a una parte de ella le ha robado la juventud. La intensidad de aquellos viajes de fin de curso, las lágrimas de una madre en la graduación de una hija, el primer amanecer tras una noche en vela en una ciudad nueva. Experiencias que solo se viven una vez y que un virus le ha quitado de golpe y para siempre a la generación Z, y hasta a algún que otro rezagado de la generación anterior. Ante este desolador horizonte, los hay que no han sabido canalizar su fatiga pandémica, que se han dejado llevar por la literalidad del adagio latino «carpe diem» y, como si no hubiera un mañana y hasta como en una declaración de intenciones, han decidido hacerse con las calles sin control. Y aunque los botellones en Madrid no son nuevos, el foco está puesto en ellos. El ruido y las sirenas, los ríos de destilados cercando la zona y las montañas de basura como muestra de la mala obra...las peleas, los abusos, la vergüenza. Pero en esos parques no están todos los que son, ni siquiera son todos los que están. Las hay que han sabido canalizar su fatiga pandémica como vienen canalizando la fatiga de ser joven en el siglo XXI años atrás: buscando el silencio de una sombra, escapando de los titulares y hasta del hashtag, aislándose por un instante de lo difícil que parecen a veces las cosas para, simplemente, sumergir la nariz entre las páginas de un buen libro. Al fin y al cabo, además de las más precarias y tristes, estas generaciones son también las más formadas y sensibles.