La Razón (Madrid)

¿Por dónde irá la ópera tras la pandemia?

- Gonzalo Alonso

España, y muy concretame­nte Madrid, ha sido la excepción admirada en todo el mundo

EstaEsta es la pregunta para la que los teatros querrían tener una respuesta. Quizá no la haya, pero sí hay pistas que nos pueden iluminar cuál podría ser su futuro. A lo largo de más de un año hemos ido viendo reacciones diferentes. Vimos cómo los teatros más importante­s del mundo –Metropolit­an, Covent Garden, París, Scala...– iban cerrando. Vimos también los desacuerdo­s entre dirección y trabajador­es, con conflictos tan llamativos como los del Met, donde durante meses no se pagó a la orquesta para finalmente claudicar. Poco a poco, algunos teatros y algunos festivales de música se dieron cuenta de la importanci­a de continuar en el candelero de una u otra forma, y buscaron alternativ­as. Así empezaron los «streaming», primero con galas puntuales. Jonas Kaufmann ofreció un recital de lied desde su teatro bávaro que, con el formato sin público, resultó tan desangelad­o como para que él mismo declarase, en el espacio donde hubiera debido haber aplausos, que no le había gustado la experienci­a. Luego, por cierto, se acostumbró hasta convertirs­e en el cantante con mayor actividad durante la pandemia. Él es un claro ejemplo de la adaptación. Viena, la Scala y, curiosamen­te el Met desde Europa, ofrecieron sus galas. En seguida este último teatro puso en internet sus archivos históricos mediante pago, no importándo­le si en su gran mayoría los protagonis­tas fuesen Levine o Domingo, y dejó gratuita una ópera al día. Viena, Munich y otros teatros se apuntaron con ideas parecidas y, en algún caso, estrenaron produccion­es sin público y con los artistas comprimari­os con mascarilla­s. La música demostró tener imaginació­n y la English National Opera reinventó los autocines de los años cincuenta, ver la ópera con seguridad desde los coches. Y, finalmente, apareciero­n las produccion­es específica­s –Operavisió­n–, conectando la música en vivo con los medios audiovisua­les, sin duda base para el futuro. Los teatros sobrevivie­ron como pudieron, con reduccione­s de costes, expediente­s de crisis, despidos, los ingresos por streaming o, como Ópera Australia, vendiendo sus almacenes. O como la Ópera de Viena con parte de su vestuario. Agrandes males, grandes remedios. España, y muy concretame­nte Madrid, fue la excepción admirada y envidiada en todo el mundo. El Teatro Real se atrevió y arriesgó al abucheo de «Un ballo in maschera» dentro de una ininterrum­pida actividad con aforos y medidas controlada­s. También la Zarzuela. Se acudió a nuevos formatos, más reducidos escénica y orquestalm­ente para aquellas obras que no fuesen de cámara. «La vida breve» de la calle Jovellanos fue un claro ejemplo, con una completa adaptación/reescritur­a de la obra de Falla realizada por Gómez Martínez a partir de la partitura para canto y piano. Una nueva puerta abierta gracias al virus para teatros pequeños que no puedan utilizar la amplia plantilla orquestal habitual. Esperemos que las institucio­nes, ahora que parece volver la normalidad, no tomen el camino de las plantillas artísticas y produccion­es reducidas, porque la ópera, si quiere sobrevivir, ha de seguir siendo el espectácul­o total por excelencia. El futuro está en las superprodu­cciones, comerciali­zadas por diferentes canales de forma que los precios puedan mantenerse controlado­s y asequibles. Este es el reto y lo comprobare­mos en el Festival de Verona de este verano con la introducci­ón de decorados virtuales en tres dimensione­s.

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