O es mía o la capital es otra
MeMe chifla este Madrid gozoso y postapocalíptico, de bares abiertos y terrazas llenas, de bullicio y ajetreo, de viva y castiza españolidad. ¿Será esto mismo que a mí me hechiza lo que disgusta a Sánchez? Supongo que a él le gusta más el Madrid infernal de la mente de sus abajofirmantes de cabecera, uno en el que Ayuso es una malvada bruja todopoderosa con zapatitos de rubí. Uno gris y triste, tardo –muy tardo– franquista, de mujeres que no conducen pidiendo permiso para estudiar, de armarios cerrados con llave atestados de homosexuales, de obreros oprimidos y patrones encendiendo puros con billetes, neonazis dando palizas en cada esquina que gires. Un Madrid por salvar. Pero como este Madrid no necesita ser salvado de sí mismo y Sánchez lo sabe imposible electoralmente, juega la carta de la descapitalización. Una pretensión, la de descentralizar, zapaterilmente retro y justificada con buenista retórica que contenta a populistas y encubriría el motivo real: o la capital es mía, o no hay capital o la capital es otra. Y de paso, como quien no quiere la cosa, contentamos también a los separatistas, imprescindibles cómplices para que sus posaderas no se muevan del poder. La realidad es que hoy en día resultaría inviable. No parece este el mejor momento económico para trasladar organismos e instituciones ya asentadas en la capital –capital mal que le pese– y en pleno funcionamiento, ni a todos su personal, al que tampoco se sabe muy bien qué alternativa laboral podría ofrecer llegado el caso si no quiere trasladarse también a vaya usted a saber dónde. Parecería más un agitar el avispero, una pretensión de ruido, para tratar de desprestigiar la gestión ajena, que un proyecto real, al menos a corto o medio plazo. O sea, lo de siempre: Sánchez fabulando y, mientras tanto, la vida pasando.