Una ultraderecha xenófoba con inquietudes sociales
Los caballos de batalla de Marine Le Pen se mantienen intactos: la inmigración y la seguridad. Su apuesta pasa por introducir la «primacia nacional» en la Constitución, prohibir el velo e imponer la primacía del derecho francés frente al europeo. Sin embargo, en esta campaña ha sabido distanciarse de su argumentario tradicional y ha preferido centrarse en las necesidades sociales de los franceses, en especial la pérdida del poder adquisitivo por la creciente inflación. Una estrategia que ha sido recompensada en las urnas con el mejor resultado obtenido por la ultraderecha gala en una primera vuelta de las presidenciales, el 23% de los votos.
«Siempre que me he caído, me he levantado. No temo ni emboscadas ni traiciones», defiende. Y es que el último año no ha sido fácil para Marine, la pequeña de las tres hijas de Jean-Marie Le Pen y Pierrette Lalanne. El fulgurante ascenso del polemista y escritor ultraderechista Éric Zemmour la dejaron fuera de juego durante meses. Muchos de sus compañeros de partido (incluida su sobrina Marion Maréchal) optaron por abandonar el barco y sumarse a las filas de un Zemmour que no usaba eufemismo contra la inmigración. Sin embargo, los electores han preferido recompensar los esfuerzos por moderar el partido hechos por Marine desde que asumió las riendas del Frente Nacional (rebautizado Reagrupación Nacional en 2018) de su padre en 2011 con un billete para la segunda vuelta de las presidenciales.
Marine Le Pen se crió en el oeste de París, en un medio burgués y católico. Traumatizada por el atentado contra su padre en 1976 –una explosión de la que salieron ilesos ella y su familia–, asegura que entró en política por casualidad. Tras ejercer la abogacía entre 1992 y 1998, ayudó a que su padre llegase a la segunda vuelta de 2002 –dejando en la cuneta al socialista Lionel Jospin– y midiéndose a Jacques Chirac. Desde entonces, Le Pen encadenó cargos públicos y tomó las riendas del FN. Su reto, «dediabolizar» el partido para que pudiera ser visto como elegible por los francesas. Para lograrlo, llegó a expulsar del Frente Nacional a su padre en 2015 por sus comentarios negacionistas de las cámaras de gas en los campos nazis.
Con el lema de campaña «Una mujer de Estado», Le Pen ha aprendido de los errores de 2017. Ha renunciado a su impopular promesa de salir de la UE («Frexit) y en el cara a cara contra Macron evitó perder los papeles y demostró estar más preparada. A sus 53 años, Le Pen sabe que esta es su tercera y última oportunidad para conquistar un Palacio del Elíseo que nunca había estado tan cerca.
Sus caballos de batalla son los mismos: la inmigración y la seguridad, pero con un acento social