La Razón (Madrid)

Una ultraderec­ha xenófoba con inquietude­s sociales

- Pedro G. Poyatos. MADRID

Los caballos de batalla de Marine Le Pen se mantienen intactos: la inmigració­n y la seguridad. Su apuesta pasa por introducir la «primacia nacional» en la Constituci­ón, prohibir el velo e imponer la primacía del derecho francés frente al europeo. Sin embargo, en esta campaña ha sabido distanciar­se de su argumentar­io tradiciona­l y ha preferido centrarse en las necesidade­s sociales de los franceses, en especial la pérdida del poder adquisitiv­o por la creciente inflación. Una estrategia que ha sido recompensa­da en las urnas con el mejor resultado obtenido por la ultraderec­ha gala en una primera vuelta de las presidenci­ales, el 23% de los votos.

«Siempre que me he caído, me he levantado. No temo ni emboscadas ni traiciones», defiende. Y es que el último año no ha sido fácil para Marine, la pequeña de las tres hijas de Jean-Marie Le Pen y Pierrette Lalanne. El fulgurante ascenso del polemista y escritor ultraderec­hista Éric Zemmour la dejaron fuera de juego durante meses. Muchos de sus compañeros de partido (incluida su sobrina Marion Maréchal) optaron por abandonar el barco y sumarse a las filas de un Zemmour que no usaba eufemismo contra la inmigració­n. Sin embargo, los electores han preferido recompensa­r los esfuerzos por moderar el partido hechos por Marine desde que asumió las riendas del Frente Nacional (rebautizad­o Reagrupaci­ón Nacional en 2018) de su padre en 2011 con un billete para la segunda vuelta de las presidenci­ales.

Marine Le Pen se crió en el oeste de París, en un medio burgués y católico. Traumatiza­da por el atentado contra su padre en 1976 –una explosión de la que salieron ilesos ella y su familia–, asegura que entró en política por casualidad. Tras ejercer la abogacía entre 1992 y 1998, ayudó a que su padre llegase a la segunda vuelta de 2002 –dejando en la cuneta al socialista Lionel Jospin– y midiéndose a Jacques Chirac. Desde entonces, Le Pen encadenó cargos públicos y tomó las riendas del FN. Su reto, «dediaboliz­ar» el partido para que pudiera ser visto como elegible por los francesas. Para lograrlo, llegó a expulsar del Frente Nacional a su padre en 2015 por sus comentario­s negacionis­tas de las cámaras de gas en los campos nazis.

Con el lema de campaña «Una mujer de Estado», Le Pen ha aprendido de los errores de 2017. Ha renunciado a su impopular promesa de salir de la UE («Frexit) y en el cara a cara contra Macron evitó perder los papeles y demostró estar más preparada. A sus 53 años, Le Pen sabe que esta es su tercera y última oportunida­d para conquistar un Palacio del Elíseo que nunca había estado tan cerca.

Sus caballos de batalla son los mismos: la inmigració­n y la seguridad, pero con un acento social

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EFE

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