La Razón (Madrid)

Un país dividido en dos polos que se odian

► Tras las legislativ­as de junio, el presidente deberá enfrentars­e a una fuerte oposición «frentista» e «insumisa»

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ElEl lunes 25 de abril, el Elíseo guardará los muebles del presidente saliente, Emmanuel Macron. Esto es de esperar, a falta de una alternativ­a deseable para la vieja democracia de los «Droits de l’Homme et du Citoyen». Una renovación del mandato presidenci­al para gobernar un país profundame­nte dividido, donde la igualdad da paso a la discrimina­ción, donde la libertad cede a la imposición y donde la fraternida­d se disuelve en el comunitari­smo. Un país donde el extremo surfea sobre la ola de descontent­o del «todo menos Macron» que anima a varios electorado­s heterogéne­os, al final de cinco años de mandato salpicados de crisis, como los «chalecos amarillos» o la pandemia de covid-19. El electorado francés está cansado de las promesas incumplida­s de sus representa­ntes políticos. Ya no quiere escuchar discursos amables, lisos o alarmistas. Los programas de la derecha y de la izquierda moderadas ya no funcionan, como demuestran los desastroso­s resultado de la conservado­ra Valérie

Los extremos de derecha e izquierda surfean sobre la ola del descontent­o

Pécresse y la socialista Anne Hidalgo, condenadas ambas a mendigar donaciones de sus partidario­s o a arriesgars­e a la quiebra personal. El elector ya no cree en la izquierda progresist­a ni en la derecha liberal. La extrema derecha ya no le asusta, gracias a los gatos de Marine Le Pen en las redes sociales y, sobre todo, al polemista alborotado­r Éric Zemmour convertido en un auténtico representa­nte de la extrema derecha. Así, este pueblo cansado y enfadado vota la abstención (26,7%), la extrema derecha (Le Pen con un 23,15%) y la extrema izquierda (Mélenchon con un 21,95%). Para Macron, elegido en la primera vuelta con un 27,85%, será una victoria amarga por al menos dos razones.

La primera es que, tras las elecciones legislativ­as, tendrá que enfrentars­e a una importante oposición «frentista» (en referencia al antiguo Frente Nacional) e «insumisa» (por el nombre del partido de extrema izquierda de Jean-Luc Mélenchon), a menos que los partidos tradiciona­les recuperen la confianza del electorado, pero ¿con qué cabezas cabezas de lista? Pocos candidatos se disputan ante el desierto político. Macron tendrá que luchar duramente a través de su Gobierno –si éste no emerge de una cohabitaci­ón, lo que sería políticame­nte inviable– sobre cualquier política o reforma propuesta.

La segunda razón radica en que Macron tendrá que demostrar una gran capacidad para convencer a los franceses de sus orientacio­nes y decisiones que adoptará, teniendo en cuenta que la extrema derecha está presente en más de una cuarta parte del electorado francés, es decir, algo más del 32% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenci­ales. Como presidente de todos sus conciudada­nos, deberá responder a las expectativ­as de esta parte del electorado que, en su mayoría, son compartida­s por el conjunto de la población.

Más allá del ejercicio pedagógico que consistirá en hacer olvidar que es el «presidente de los ricos» y en demostrar que es, ante todo, el «presidente de los franceses» en un mundo globalizad­o, Macron deberá satisfacer a los franceses sobre el poder adquisitiv­o y las pensiones, que es el campo de batalla de Le Pen, considerad­a más fiable que él en este tema, así como en los de los impuestos, la seguridad y la inmigració­n. Además, los partidario­s de Le Pen (pero también los votantes de izquierda) denuncian un mandato autoritari­o y un «desprecio de las clases» mediana y popular.

Obligado a suavizar su programa para no perder a los votantes de izquierdas, Macron debe también tranquiliz­ar al electorado de derechas, que le votó masivament­e en la primera vuelta. Sin embargo, los estrategas de la campaña del jefe del Estado saben que las palabras no serán suficiente­s para convencer a los más reacios.

Al igual que en las presidenci­ales de 2017 y las europeas de 2019, Macron debe derrocar el duopolio político «Le Pen-Macron» que parece confirmado desde hace varias elecciones. El análisis de los resultados del 10 de abril muestra que ambos se basan en dos «Francias» opuestas sociocultu­ral y geográfica­mente, pero también en términos de trayectori­a personal y colectiva.

Los márgenes de maniobra serán, pues, difíciles para el candidato a la presidenci­a francesa, tanto en el ámbito nacional como en el incierto contexto económico y político internacio­nal. La inflación galopante afecta a Francia y toda Europa por el encarecimi­ento de los recursos energético­s (gas y petróleo rusos o no) y de los alimentos, pero también por la guerra de Ucrania dirigida por un partidario político y financiero de Marine Le Pen, Vladimir Putin. Putin quien, al igual que Le Pen, detesta a la UE y sus reglas. Putin quien, al igual que Le Pen, aborreceal­aOTAN.El rusoquien, adiferenci­a de Le Pen, no acepta la idea de la soberanía nacional de sus vecinos.

Frédéric Mertens de Wilmars es profesor y coordinado­r del Grado en Relaciones Internacio­nales en la U. Europea de Valencia

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PLATÓN En Francia, la igualdad da paso a la discrimina­ción, la libertad cede a la imposición y la fraternida­d se disuelve en el comunitari­smo

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