Ni la ciencia de siempre puede entender la muerte
Tres investigadoras en matemáticas, literatura y arquitectura se unen para tratar de comprender la muerte, aunque para ello deban vencer las inercias de la ciencia convencional
SibylleSibylle Erle llevaba mucho tiempo tratando de entender la muerte. Siempre le habían fascinado las historias de fantasmas y monstruos y formaba parte de toda una red dedicada a estudiar el tema. Erle es profesora titular de literatura inglesa en la Universidad Bishop Grosseteste, en Lincoln (Reino Unido), y había organizado varias ediciones de un congreso para tratar la muerte desde una perspectiva académica y creativa. Pero cuando llegó la pandemia de la covid, su tema favorito de repente se volvió mucho más real. «La gente se estaba muriendo de verdad, ya no era una metáfora», recuerda. Fue entonces cuando surgió la oportunidad de participar en el foro AlumNode junto con personas procedentes de las matemáticas y de la informática. Y Erle no la desaprovechó.
Para ella, el foro era la ocasión perfecta de «hacer frente al miedo» que le provocaban las matemáticas, y de conectar con esos números y esas gráficas que copaban los periódicos. Eran, según las veía Erle, «ideas abstractas» que le atraían pero no acababa de entender. Por eso propuso abordar la muerte desde una perspectiva aún más interdisciplinar de la que ella conocía por sus congresos. Erle acabó su intervención en el foro poco convencida de haber sabido trasmitir bien sus ideas, y pensó: «Se acabó». Pero cuál sería su sorpresa al recibir, pocos días después, un correo de
Makrina Agaoglou, investigadora posdoctoral en el Instituto de Ciencias Matemáticas en Madrid. «No podía dejar de pensar en el tema, era fascinante, totalmente opuesto a lo que hago yo», rememora Agagoglou, que no dudó en sumarse al proyecto.
Pero en la primera reunión que tuvieron, se dieron cuenta de que les faltaba una pata. Por eso Erle llamó a su amiga Sophie Ungerer, arquitecta y profesora titular en la Universidad de Brighton (Reino Unido). Ungerer aportó el nexo entre las dos disciplinas: los espacios de muerte y de duelo. Según la arquitecta, son espacios públicos y abstractos (como las matemáticas), pero que siempre contienen momentos individuales (como la literatura). El equipo estaba formado, y la financiación vino del foro AlumNode donde surgió el proyecto. «Hubo una cierta generosidad por su parte, de dejarnos pensar y explorar… no es muy habitual», reflexiona Erle.
A modo de lanzamiento organizaron un simposio donde invitaron a ponentes de las tres disciplinas para hablar de cómo visualizamos nuestras reacciones a la muerte. Se habló de las gráficas que plasmaban los datos sobre la covid (que «no son abstracuna tas» a pesar de lo que pensaban Erle y Ungerer, apunta Agaoglou recordando el primer debate real entre las tres), de los espacios públicos que se crean para recordar y relacionarnos con la muerte y de cómo hablar y escribir sobre la muerte de modo que podamos vivir una vida mejor. Entre las 70 personas que asistieron al simposio (un público tan diverso como las tres organizadoras, según destacan ellas) surgieron conversaciones que aún continúan.
Aprendiendo a traducir
Entenderse no fue sencillo. Como arquitecta, Ungerer estaba acostumbrada a colaborar con constructoras y clientes, «pero de repente había que traducir, que comunicar, que entenderse» con perfiles mucho más diversos. Agaoglou coincide: «cuando las disciplinas son más cercanas es más fácil, pero aquí había que empezar de cero». Y, lo quiera la ciencia o no, «la muerte es interdisciplinar», como apunta Erle, por eso requiere un equipo mixto para afrontarla.
Para hacerlo, necesitaron vencer la inercia de saber de antemano cuál es el objetivo de la investigación. «Estamos acostumbradas a escribir proyectos donde hay un producto final concreto», reflexiona Ungerer, pero en un contexto tan interdisciplinar no podían aplicar las mismas reglas. Seis meses después del primer simposio, están «a punto de empezar realmente a crear algo juntas».Mañana comienza Universidad de Bishop Grosseteste una nueva edición del congreso interdisciplinar en el que Erle lleva años participando, y el equipo de investigadoras presentarán las conclusiones que han sacado hasta ahora.
Más allá, elaborarán un vídeo donde plasmarán lo que cada una ha aportado al poema Londres, de William Blake, una de las obras que se enseña en los institutos británicos y una de las líneas de investigación que Erle lleva años explorando. Quizá el resultado «no se pueda medir con las mismas métricas que algo en disciplina concreta», comenta Ungerer, pero ninguna de las tres investigadoras duda de que tendrá valor académico.
Tanto es así, que todas ellas esperan que su proyecto inspire nuevas tendencias en investigación que sean capaces de ir más allá del artículo científico como único objetivo. Aunque algunos aspectos del sistema universitario británico ya valoran actualmente que se trasciendan las fronteras de las facultades, proyectos como éste siguen siendo la excepción y no la norma. «Creo que la academia tiene que acoger mejor este tipo de colaboraciones, y estar más abierta a lo que recibe como producto final», plantea Agaoglou, y Erle completa: «Para desarrollarte, tanto profesional como personalmente, hay que mantener la mente
abierta».
Las investigadoras esperan que su proyecto inspire nuevas tendencias de investigación