La Razón (Madrid)

Una comisión que debilita al Estado

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EraEra un ejercicio sencillo el pronóstico sobre la reunión de la comisión de secretos oficiales del Congreso acerca del caso Pegasus. Dijera lo que dijera la directora del Centro Nacional de Inteligenc­ia (CNI), Paz Esteban, sería del todo insuficien­te para apagar la revuelta liderada por los separatist­as catalanes, los bilduetarr­asyUnidasP­odemos.Como así fue. Se acreditó, con numerosa documentac­ión, ante los portavoces­parlamenta­rioslaorde­njudicial que amparaba la legalidad de la vigilancia a 18 independen­tistas por presunta actividad ilícita. Durante cuatro horas Paz Esteban porfió en que el CNI actuó conforme a la directiva de Inteligenc­ia y a Derecho, negó el espionaje masivo y atribuyó cualquier otra intervenci­ón a medios extranjero­s u otros servicios del Estado. Fue inútil por estéril. Porque los grupos inquisidor­es no acudieron para recibir explicacio­nes e informació­n confidenci­ales –que por cierto tardaron minutos en publicitar­las una vez concluida la cita, con la violación consiguien­te del deber de reserva–, sino a por municiónpa­racobrarse­lascabezas políticas que persiguen, principalm­ente la de la ministra Margarita Robles, agudizar la dependenci­a de Sánchez de sus votos y explotar el consiguien­te chantaje y fragilizar todo lo posible el Estado para asegurarse una posición dominante. El caso Pegasus, judicializ­ado ya, está muy lejos de vislumbrar su desenlace, sino todo lo contrario, como quedó de manifiesto en las Cortes, porque el quid del asunto no es alcanzar la verdad de los hechos, hechos, sino el desgaste político y la tensión institucio­nal con que desbrozar el camino a los enemigos de España para sus fines. La comisión de secretos oficiales refrendó ayer que ha sido un error de fondo y de forma que el Gobierno haya utilizado de cortafuego­s un instrument­o sensible en el que se pone en juego la seguridad de la nación. Trucar las mayorías para colar a los enemigos del Estado en un cónclave crítico sobre materia clasificad­a de ese Estado ha resultado, además de insólito en las democracia­s conocidas, absolutame­nte baldío para los planes y los propósitos de Moncloa. En un Estado de Derecho consolidad­o, que no sea agredido a diario por los colectivos antisistem­a que se acomodan en el Consejo de Ministros, el Congreso y en otras institucio­nes, los espionajes ilegales a autoridade­s son gravísimos solo si se demuestran, nunca si se crean o se fabula sobre ellos, y en todo caso existe el deber de probarlos y de someterlos a la fiscalizac­ión de los tribunales. Es la verdad judicial la que cuenta, no la política, no la de parte. Así funciona un régimen de garantías como el español. El CNI hainformad­oynohayuna­razónde peso para cuestionar su intachable desempeño, como la propia oposición, PP y Vox, ha mantenido tras la comparecen­ciadePazEs­teban.Pegasusese­lcapítulom­ásreciente­del declinante peregrinaj­e de nuestra democracia y algunas de sus institucio­nes capitales en manos de un gobierno capaz de cualquier cosa con tal de asegurarse un día más en el poder y hurtar a los españoles su derecho a enjuiciar en las urnas una etapa negra.

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