El Prado, la novela sobre un museo en guerra
LaLa historia necesita en ocasiones el impulso de la ficción. Es como si los hechos requirieran a veces de la palanca o el tirón de una narración para que tomemos justa conciencia de la realidad, de lo que ha ocurrido en el pasado, de todo eso que permanece en la memoria y a lo que no concedemos importancia por desidia, descuido, cansancio, pereza o puro olvido. Javier Alandes ha recurrido a una novela para que no dejemos de recordar a los heroicos protagonistas que se jugaron el resuello para trasladar las obras que albergaba el Museo del Prado a la ciudad de Valencia durante la contienda del año 1936. «Los guardianes guardianes del Prado» (Espasa) es una trama compleja, pero bien urdida, dividida en dos tiempos, que incluye pactos con nazis, empresarios que no son lo que parecen, periodistas en horas bajas, pero que aún conservan el olfato de su oficio y gente desaprensiva capaz de mercadear con lo más sagrado de una nación para sacar una tajada pecuniaria: su cultura. Un friso de personajes que sirven para poner de relieve uno de los sucesos trascendentales de la Guerra Civil: la salvaguarda del patrimonio histórico-artístico. «Es un episodio conocido, pero no muy comentado», argumenta el escritor, que también ha sacado relucir un misterio (real) que con demasiada frecuencia pasa desapercibido: el destino de la colección de monedas del Museo Arqueológico Nacional. Un conjunto numismático, con piezas romanas, visigodas y precolombinas de elevado valor, que viajaron con las obras del Prado, después se llevaron a Francia y allí se subieron al buque Vita para desaparecer más adelante en el revuelto oleaje de la historia. Javier Alandes, autor de acertado pulso para la intriga, se adentra así en las entretelas de este episodio, que salió bien, pero que tampoco estaba exento de evidentes riesgos. «No se conoce bien los motivos por los que se decidió sacar esta colección del museo. Los directores europeos recomendaban guardarlas en los sótanos. Pero se decidió el traslado, según se dice, para preservar las obras de los bombardeos, del peligro que suponían ciertas milicias republicanas o para implicar a gobiernos extranjeros en la guerra».