La Razón (Madrid)

La Villa, la Corte y la limpieza de la ciudad (II)

► Ha sido, es y será un asunto recurrente y probableme­nte irresolubl­e, por más esfuerzos municipale­s que se hagan

- Alfredo Alvar Ezquerra*

Comentaba la semana pasada cómo en julio de 1562 se había convocadoa concejo abierto casi setenta personas para darles notificaci­ón de cómo Felipe II, por medio de su Consejo Real de C astilla, había dado unas ordenanzas de limpieza a Madrid, diferentes de aquellas que la Villa había propuesto al rey. El hecho en sí no era una anécdota, sino un acto más de la imposición del poder real sobre el urbano, tensión que duró, como vemos, mucho más allá de la guerra de las Comunidade­s (1520-1521).

Como decíamos ayer, ante semejante muchedumbr­e de representa­ntes de todos los estamentos de la villa de Madrid, se leyeron en voz alta las ordenanzas reales para la limpieza de Madrid y «dijeron que las obedecían y obedeciero­n con el acatamient­o debido» porque era provisión real de Felipe II, al que deseaban los mejores triunfos, pero «en cuanto al cumplimien­to de ella dijeron que suplicaban y suplicaron» a los miembros del Consejo Real que «las manden revocar, por cuanto son muy perjudicia­les y en gran daño y perjuicio de todos los vecinos y moradores de esta Villa». Las razones, interesant­ísimas: no eran las presentada­s por la Villa (así que con este acto la ciudad mostraba los dientes al rey) y, en segundo lugar, «por otras muchas razones y causas muy bastantes y urgentes» que expondrían si se les pedían. O sea, que, fundamenta­lmente, Madrid decía «no» al rey porque sí.

Ni que decir tiene que el Corregidor, presidente del Ayuntamien­to y nombrado por el rey, se manifestó encontrad el a decisión de protestar las ordenanzas, o sea, que se manifestó en contra de la ciudad que gobernaba…, al año de estar en ella la Corte y teniendo el asunto de la limpieza de las calles como excusa. El 29 de julio de 1562 se pidió al Ayuntamien­to dinero para comprar un buey nuevo, porque se había muerto uno de los que arrastraba­n los chirriones.

En cualquier caso, la canícula estival madrileña, que es para disfrutarl­a en todo su esplendor el Corregidor dijo que se aplicaban las ordenanzas del rey y que del ayuntamien­to no salía nadie hasta que no se hubiera nombrado a los regidores encargados de la limpieza. Hubo jaleo. Se protestó. Se impuso la voz del Corregidor que, a fin de cuentas, era la correa de transmisió­n del rey. Se acabaron nombrando regidores encargado sy se sancionó el presupuest­o de 600 ducados de oro para limpiar la ciudad, además de lo cual, «porque en algunas calles hay terreros de tierra de obras de casas [echados por los albañiles], lo hagan limpiar a costa de los que lo han echado, de manera que quede descubiert­o el empedrado». Ya tenía que haber escombros y polvo para quedar enterrado el empedrado de las calles en que hubiera adoquines. Sin embargo, como la presencia de la Corte en la Villa hacía que los gastos municipal es crecieran sin cesar, al final del verano de 1562 ya se hablaba de distraer una parte de aquellos 600 ducados de la limpieza para el «desempeño de la Villa», o sea, recortar gastos.

A mediados de agosto de ese 1562, un representa­nte de los pecheros se lamentaba y al tiempo pedía que como esos 600 ducados no se estaban usando correctame­nte, porque la ciudad seguía sucia, que se suspendier­an los libramient­os para la limpieza y es más, aquel visionario proponía que «haya cuenta con las calles y plazas que se limpiar en para que no se tornen a ensuciar». O sea, que no entendía nada de nada, pero tenía voz y voto. Pero se le escuchó, porque era representa­nte territoria­l de los pecheros (sea el momento de aclarar: pechero es el que no es hidalgo, ni clérigo). Así que uno de los regidores se hizo eco de sus palabras y ante el pleno municipal propuso que se nombraran regidores de nuevo para la limpieza de la ciudad, pero esta vez todo mejor articulado: «que para ello cogiesen carros y peones, y cada uno de ellos nombrase un sobrestant­e» y se les asignaron dietas, tres reales y medio de plata al día, y seles encargó, también de« recoger las palas y azadones yes puertas, y estar todo el día con los dichos carros, haciéndole s hacer ». Por cierto, los pagos los haría el tesorero municipal, Marcos de Almonacid. Total, que los regidores tenían el mandamient­o de «hacerles hacer» a los empleados. El Corregidor insistió en que el rey había ordenado otra cosa y que si la ciudad no estaba limpia era, precisamen­te, porque esos cinco individuos se habían escaqueado­de sus obligacion­es (« son obligados a asistir un rato por la mañana y otro a la tarde, lo cual no han hecho, porque el señor Pedro de Herrera no ha estado en esta Villa, y después que ha venido, no ha querido asistir» a lo de la limpieza).

A finales del verano de 1562 el Corregidor ordenó que, ya que se avecinaban lluvias, que se ocuparan los regidores y él mismo en coordinar la limpieza en persona, como se aceptó. Curiosamen­te, en septiembre se daba por limpia la ciudad y se decidía empezar a empedrar algunas calles, pero como no había artesanos cualificad­os, se acordaba ir a buscarlos a otros lugares, como a Alcalá, Guadalajar­a y Toledo (adviértase la dependenci­a de Madrid de las otras ciudades consolidad­as ). En fin: todo debió quedar más o menos al gusto de todos, del rey, de la Villa, de los villanos. Pero a Madrid seguían llegando inmigrante­s, unos 2.500 al año. No es de extrañar que, ante esa situación, un «Lucas Martínez, diputado de los tratantes y contribuye­ntes en las rentas de esta Villa» actuando como representa­nte de los vecinos de la plaza mayor (que no era aún la que es hoy), se quejara ,« pues la dicha plaza la ensucianto­dos los que vienen a vender mantenimie­ntos y de ellos pagan su alcabala, que se pague la dicha limpiezade­s obras de rentas, pues es en beneficio universal de todos ». O sea, que la limpieza no se puede pagar por afectados, sino por el común de los mortales. A lo largo del mes de mayo de 1565 se volvió a hablar sobre la necesidad de unas ordenanzas de limpieza (¡cuántas veces las institucio­nes, o las asociacion­es, no paran de perder el tiempo o de descubrir mediterrán­eos porque no tienen un archivo como Dios manda!) y fue entonces cuando se tomó una innovadora decisión (25 de junio de 1565): «Acordaron que se repartan las calles de esta villa de Madrid por nueve cuarteles, para que tengan cargo de ellos nueve regidores y nueve porteros en la manera siguiente…», etc.

Felipe II llevaba cuatro años en Madrid. Parece ser que la limpieza delas calles de la ciudad fue, ha sido, es y será recurrente y probableme­nte irresolubl­e por más esfuerzos municipale­s que se hagan. Alfredo Alvar Ezquerra es profesor de Investigac­ión del CSIC

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Fiesta en la Plaza Mayor (siglo XVII)

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